Pensé que era tiempo de rinocerontes.
Por doquier se oyen y se ven y se sienten… los peligrosísimos rinocerontes con
forma de virus, conformados como covid-19. Leo la obra en clave covid-19, con
la llave de los tiempos. Todo el proceso de la obra de Ionesco se me antoja la
crónica de los sucesos de estos meses. Andábamos charlando plácidamente sobre
nuestro presente y nuestras preocupaciones, nuestros trabajos y nuestros días,
cuando hizo acto de aparición un extraño ser que cruzó la plaza: que mató al
gato de la señora y al caballero del tercero… No se supo si tenía un cuerno o
dos: si era africano –natural- o asiático –con interferencias científicas
humanas-. Mientras el debate se desarrolló… nuestros conciudadanos fueron
convirtiéndose en rinocerontes, en personas afectadas por el covid: enfermas,
muy enfermas, cadáveres. Nos encerramos como Berenguer: teníamos miedo, temores
y la prudencia nos hacía asomarnos a la ventana, pues oíamos pasar a los
rinocerontes: oíamos cómo barritaban…, observábamos sus carreras. Parecía que
nadie estaba exento de transformarse en carne afectada de covid 19, que le
brotara un cuerno en la frente, que la voz sonará áspera, entrecortada, con tono y volumen bajos: ¿tendré el covid
o me estoy convirtiendo en rinoceronte? ¿Está mi piel más verdosa?
Las conversaciones, las
noticias, el cruce alborotado de las voces hace por momentos irónico lo que se
dice en la obra, y también ridículo, confuso; ininteligible y ridículo en
algunos casos, insisto. Parece que estamos escuchando las noticias del día
sobre la pandemia: ha llegado, como escribe Ionesco, la rinoceritis, una
enfermedad contagiosa que expande el temor al contagio (por sus cuernos se
parece al covid 19). Es una enfermedad que continúa y que, como con el covid 19,
ignoramos cómo actúa: “En el caso de la rinoceritis, todavía no podemos
saberlo”.
Berenguer no se resigna
ante la enfermedad, ante la pregunta de Dudard de qué piensa hacer, y responde:
Berenguer: Por ahora, no sé. Reflexionaré.
Enviaré cartas a los diarios, escribiré manifiestos, solicitaré una audiencia
con el alcalde o con su adjunto si el alcalde está demasiado ocupado.
Dudard: ¡Deje que las autoridades
reaccionen por sí mismas! Después de todo, me pregunto si, moralmente, tiene
derecho a mezclarse en el asunto. Por otra parte, sigo pensando que no es
grave. En mi opinión, es absurdo enloquecerse por algunas personas que han
querido cambiar de piel. No se sentían bien en la propia. Son libres de
hacerlo, eso les compete.
Berenguer: Hay que cortar el mal de raíz.
Dudard: ¡El mal, el mal! ¡Palabra
vacía! ¿Podemos saber dónde está el mal y dónde está el bien? Tenemos
preferencias, evidentemente. Usted teme sobre todo por usted mismo. Ésa es la
verdad, pero usted no se convertirá jamás en rinoceronte, de veras... usted no
tiene vocación.
Berenguer: ¡Y así estamos, y así estamos!
Si los dirigentes y nuestros conciudadanos piensan como usted, no se decidirán
a actuar.
Salvo el acto volitivo de convertirse en rinoceronte, que lo distancia de la pandemia que padecemos en este 2020, todo el Acto III parece que se ha escrito 61 años antes, en casi todos sus extremos, como un paralelo simbólico de lo sucedido en casi todos los países con la pandemia… La palabrería y la irracionalidad al uso, el absurdo interpretativo… todo parece seguir una extraña falsilla: con sus dudas, sus explicaciones inexplicables, con su irracionalidad, sus medias verdades, sus opiniones… Cuando el existencialismo, tras la Segunda Guerra mundial, topa con la nada, y sin posible escapatoria, emana, brota el absurdo en el arte. Cuando vamos dejando sin argumentos al sentido de la vida vamos camino del absurdo, o estamos ya en él, todo se convierte en “un galimatías, es una locura”.
Poco a poco el mundo
muta. La presencia del rinoceronte en una calle francesa a la hora del
aperitivo toma carta de naturaleza: ¡como si fuera normal que un rinoceronte pasase!
La noticia es que mata al gato y no su arrebatadora presencia en la calle. ¿De
dónde y cómo y por qué viene el covid 19?
En la segunda escena,
de modo sorpresivo, un rinoceronte es en realidad el señor Boeuf, que llega
tras su mujer, en su busca, a la oficina donde trabajan Daisy y Berenguer. El
señor Boeuf derriba las escaleras… y se marcha a casa con su esposa, que salta
sobre su lomo. Poco a poco Berenguer queda aislado, solo: todos, las
autoridades, los compañeros de trabajo, los amigos, su amada Daisy… ¡todos se
han convertido en rinocerontes! ¿Cómo dar la vuelta a esta sociedad de
paquidermos? Se pregunta: ¡son tantos, son tan poderosos, son tan…!
Es el momento de
zambullirse en la lectura de esta obra ¿absurda? de Ionesco y leerlas desde la
perspectiva que aportan las nuevas luces de este 2020 y su pandemia:
¡asombroso!
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