25 de febrero de 2020

400-Amalric, Jean-Pierre y Domergue, Lucienne: LA ESPAÑA DE LA ILUSTRACIÓN (1700-1833)



El libro en busca de las dos Españas: esta vez es de dos autores franceses. Como su propio título indica, La España de la ilustración (1700-1833) sobrepasa en un tercio del XIX el límite que me tengo impuesto para mi búsqueda, pero saltar al siglo siguiente en su primer tercio tampoco es irse de madre. Esta obra me ha facilitado datos que libros anteriores no me los habían dado sobre el XIX: unos sabía y recordaba y otros olvidé y he refrescado. He tenido con esta obra la sensación de bajar a la calle, al día a día del siglo XVIII; he abandonado la vida palaciega, el lejano mundo de los reyes y los grandes del momento: qué lejos de la vida ordinara (¿ocurrirá esto aún hoy?); los grandes de la alta sociedad se han quedado en alguna medida al margen de la información de esta obra, aunque no olvidados y hemos pasado a averiguar cuánto valía un pan, cómo se desarrollaron los festejos taurinos, qué hacía el labriego gallego y el gañán andaluz, de qué se vivía en el Madrid de la época. Me ha sido singularmente curioso andorrear por las vidas de algunos afrancesados, especialmente la de Pablo de Olavide con quien estoy relacionado tangencialmente, por motivos que al caso no vienen.
Leo una entrevista a Innerarity a quien he leído sin exceso, pero me gusta su pensar y escribir. Debemos aprender, afirma, no tanto de la historia que fue, como de la historia que será. No he leído su último libro, a lo mejor hay tiempo, Una teoría de la democracia compleja, donde da cobijo a esta idea. Mucho me temo, profesor Innerarity, que no aprendemos ni de la historia -del pasado- ni del porvenir -del futuro-. Tenemos la fea costumbre de tropezar muchas veces en la misma piedra, porque somos muy patas, y usted bien lo sabe.

De las llamadas dos Españas leía hace unos días un interesante artículo de Javier Rupérez, quien fue secuestrado en el 79 por ese hacedor de la paz, ese acendrado demócrata llamado Arnaldo Otegui a quien Dios confunda. Dice Rupérez que creció (nacido en el 41, 20 años justos antes que servidor) en los años donde se adensaba la niebla de las dos Españas. Tampoco necesité yo que Jarcha me recordara que los viejos decían… que hubo una guerra. Ya se me recordaba con frecuencia en casa: se cocinaba con poco aceite, las comidas se reposaban para no desperdiciar energías, no se tiraba a la basura nada que pudiera volver a la plaza de la mesa, las camisas y los calzones, y los zapatos se heredaban, y tras la guerra hubo mucha hambre, etc. y en la escuela se me hablaba de rojos y nacionales, talmente como hoy se hace, también desde la tele, y se nos sigue dividiendo y se falsifica la historia del día a día (ahí tienen la obra Nacionalismo catalán y adoctrinamiento escolar, por poner un poner).
Se acentúan las diferencias entre hunos y hotros, que escribió Unamuno, en el final del reinado de Carlos IV. A finales del XVII y comienzos de XVIII se señaló el final de un modo de entender la realidad. Lo que Paul Hazard llamó La crisis de la conciencia europea: 1680-1715 (desde la estantería me mira el libro pendiente de lectura). Todo esto ocurre en el mundo occidental civilizado, entre los que se encontraba España no ya entre las naciones de cabeza, pero ahí estaba; mas, ¡y esta es la pregunta! Aquí se halla el núcleo del problema, ¿por qué esa inquina entre españoles? Ayer escuchaba a un soldado no profesional hablar de contrarios, refiriéndose ¡claro está! al enemigo… Esto es lo que tiene lo políticamente correcto que, de tanto coger el rábano por las hojas, se terminan confundiendo la témporas con las almorranas.

Majestad, señor, el otro día afirmó usted en el solemne acto del inicio de la legislatura de la mentira que "España no puede ser de unos contra otros; España debe ser de todos y para todos": bien dicho. Ahora bien, con todo respeto, señor: ¿¡cómo cree usted que debemos hacerlo!? No basta con señalar y emitir un juicio… Hay que recorrer un camino del que no parece haber miliarios en esta parte de la península ibérica que marquen un por dónde.
¿Es el español menos generoso que el resto de las personas de otras naciones y por eso no perdona? ¿Hay algo en la masa de la sangre española donde el odio arraiga más, mejor, con un odio más prístino? ¿Nuestra carencia de formación nos hace peores? ¿Es acaso la latitud que ocupamos en la Tierra la que nos tiene condenados a un odio fratricida inmortal? ¿Acaso mitad y mitad de los españoles tiene su origen, unos, en Caín y otra mitad, los otros, en Abel? ¿Es nuestra historia sola la que nos ha condenado a odiarnos para siempre? ¿Carecemos de la libertad que nos permita perdonarnos, abrazarnos a los hijos de una misma patria?

Sigo…

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