El libro en busca de las dos
Españas: esta vez es de dos autores franceses. Como su propio título indica, La
España de la ilustración (1700-1833) sobrepasa en un tercio del XIX el
límite que me tengo impuesto para mi búsqueda, pero saltar al siglo siguiente
en su primer tercio tampoco es irse de madre. Esta obra me ha facilitado datos
que libros anteriores no me los habían dado sobre el XIX: unos sabía y
recordaba y otros olvidé y he refrescado. He tenido con esta obra la sensación
de bajar a la calle, al día a día del siglo XVIII; he abandonado la vida
palaciega, el lejano mundo de los reyes y los grandes del momento: qué lejos de
la vida ordinara (¿ocurrirá esto aún hoy?); los grandes de la alta sociedad se
han quedado en alguna medida al margen de la información de esta obra, aunque
no olvidados y hemos pasado a averiguar cuánto valía un pan, cómo se
desarrollaron los festejos taurinos, qué hacía el labriego gallego y el gañán andaluz,
de qué se vivía en el Madrid de la época. Me ha sido singularmente curioso
andorrear por las vidas de algunos afrancesados, especialmente la de Pablo de
Olavide con quien estoy relacionado tangencialmente, por motivos que al caso no
vienen.
Leo una entrevista a Innerarity a
quien he leído sin exceso, pero me gusta su pensar y escribir. Debemos aprender,
afirma, no tanto de la historia que fue, como de la historia que será. No he
leído su último libro, a lo mejor hay tiempo, Una teoría de la democracia
compleja, donde da cobijo a esta idea. Mucho me temo, profesor Innerarity,
que no aprendemos ni de la historia -del pasado- ni del porvenir -del futuro-.
Tenemos la fea costumbre de tropezar muchas veces en la misma piedra, porque
somos muy patas, y usted bien lo sabe.
De las llamadas dos Españas leía
hace unos días un interesante artículo de Javier Rupérez, quien fue secuestrado
en el 79 por ese hacedor de la paz, ese acendrado demócrata llamado Arnaldo
Otegui a quien Dios confunda. Dice Rupérez que creció (nacido en el 41, 20 años
justos antes que servidor) en los años donde se adensaba la niebla de las dos
Españas. Tampoco necesité yo que Jarcha me recordara que los viejos decían… que
hubo una guerra. Ya se me recordaba con frecuencia en casa: se cocinaba con
poco aceite, las comidas se reposaban para no desperdiciar energías, no se
tiraba a la basura nada que pudiera volver a la plaza de la mesa, las camisas y
los calzones, y los zapatos se heredaban, y tras la guerra hubo mucha hambre,
etc. y en la escuela se me hablaba de rojos y nacionales, talmente como hoy se
hace, también desde la tele, y se nos sigue dividiendo y se falsifica la
historia del día a día (ahí tienen la obra Nacionalismo catalán y
adoctrinamiento escolar, por poner un poner).
Se acentúan las diferencias entre hunos
y hotros, que escribió Unamuno, en el final del reinado de Carlos IV. A
finales del XVII y comienzos de XVIII se señaló el final de un modo de entender
la realidad. Lo que Paul Hazard llamó La crisis de la conciencia europea: 1680-1715 (desde la
estantería me mira el libro pendiente de lectura). Todo esto ocurre en el mundo
occidental civilizado, entre los que se encontraba España no ya entre las
naciones de cabeza, pero ahí estaba; mas, ¡y esta es la pregunta! Aquí se halla
el núcleo del problema, ¿por qué esa inquina entre españoles? Ayer escuchaba a
un soldado no profesional hablar de contrarios, refiriéndose ¡claro
está! al enemigo… Esto es lo que tiene lo políticamente correcto que, de tanto
coger el rábano por las hojas, se terminan confundiendo la témporas con las
almorranas.
Majestad, señor, el otro día afirmó
usted en el solemne acto del inicio de la legislatura de la mentira que "España no puede ser de unos contra otros; España debe
ser de todos y para todos": bien dicho. Ahora bien, con todo respeto,
señor: ¿¡cómo cree usted que debemos hacerlo!? No basta con señalar y emitir un
juicio… Hay que recorrer un camino del que no parece haber miliarios en esta
parte de la península ibérica que marquen un por dónde.
¿Es el español menos generoso que el
resto de las personas de otras naciones y por eso no perdona? ¿Hay algo en la
masa de la sangre española donde el odio arraiga más, mejor, con un odio más
prístino? ¿Nuestra carencia de formación nos hace peores? ¿Es acaso la latitud
que ocupamos en la Tierra la que nos tiene condenados a un odio fratricida
inmortal? ¿Acaso mitad y mitad de los españoles tiene su origen, unos, en Caín
y otra mitad, los otros, en Abel? ¿Es nuestra historia sola la que nos ha
condenado a odiarnos para siempre? ¿Carecemos de la libertad que nos permita
perdonarnos, abrazarnos a los hijos de una misma patria?
Sigo…
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