16 de diciembre de 2019

SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN (PARTE I DE III)...)



Comentario a la
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN

PARTE I

Los caminos del Señor son inescrutablesNo os es dado conocer ni el cuándo ni el dónde… Para quienes es esencialmente necesaria la existencia de Dios, la inseguridad tras la muerte es una realidad inherente y asumida. Quienes están seguros de que solo le espera la nada no hay incertidumbre. Solo en quien cree y espera, sea en la circunstancia que fuere, queda la duda de si el amado vendrá por Navidad, si el regalo será el deseado, si el enfermo curará, si el viajero que partió llegó a su destino…

Leo en estos días la carta apostólica del papa Francisco sobre El significado y el valor del belén… La he leído varias veces y la medito a la luz de la experiencia, de otras lecturas… y en la presencia de Dios.

El sentido de la Carta no es otro que animar a los cristianos a mantener, o recuperar, la tradición de la instalación del belén allá donde estemos: en los lugares de trabajo, en las plazas, en las cárceles… ¡en los hogares cristianos! No recuerdo dónde vi por primera vez un pino decorado como elemento navideño, pero sí recuerdo que este se hizo presente en mi vida mucho después de que lo estuviera el belén de siempre, de toda mi vida, el belén que recuerdo en casa de mis padres, con su serrín, sus reyes sobre los camellos y el Niño allí, en su pesebre, sobre la paja… El buey y la mula que “con su aliento dan calor a Jesús”… Poner el belén siempre fue un acontecimiento amable que podía durar varios días y nos acercaba pasito a la Navidad: como el año anterior había que volver a recoger piedras, palos, ramas de chaparro, matas de tomillo, musgo… en el campo. Había que ir por serrín a la carpintería de algún amigo de mi padre. Instalar las luces que parpadeaban o se mantenían fijas. Todo aquello se acompañaba de explicaciones de la Historia Sagrada que leíamos y estudiábamos en la escuela. La platina del forro del chocolate -¡entonces no había más platina que esa!- era el estanque donde los patos nadaban; las ovejitas pastaban sobre el verde del musgo; los pastores se calentaban en una lumbre que animaba una luz titilante bajo palitos cortados con mimo… ¡qué buenos eran siempre los pastores!: ellos llevaban leche y queso para alimentar al Niño y a San José y a la Virgen…: les llevaban pieles de ovejas para cubrirse y evitar el frío: les dejaban estar allí en la cueva donde guardaban su ganado… Siempre había preguntas escatológicas o impertinentes de niños que conocían establos y sabían de cerdos y de gallinas y de ovejas… “Pues olería mal”, “No, porque los pastores lo habían limpiado y echaban yerbas aromáticas a la lumbre”… “¡Aahh!”. Las gallinas por todas partes, con sus pollitos; los pavos y los patos… ¡y hasta cerdos criaban por allá! El pino navideño, venía diciendo, se me antojó un símbolo extraño carente de significado… ¡Además no era ni siquiera un pino, sino una rama cortada de un pino! Difícil embaucar a un niño que conocía bien el campo.

Escribe el Papa: “La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales”. Cierto a pies juntillas. En mi casa, donde siempre se vivió la tradición amable de la instalación del Belén, todos los hermanos la compartimos. Siendo mi tierra lugar donde las procesiones de Semana Santa tienen no sé si mayor arraigo que el belén, sin embargo, nosotros apenas participamos con nuestros padres y estas a mí no me mueven una fibra del alma. Un Cristo crucificado por las calles, una Virgen Dolorosa transida por el sufrimiento… no logran alcanzar o mover mi piedad: será eso que el Papa diagnostica y, como en esto, en tantos otras realidades lo que vivimos y aprendimos, o no, en la infancia deja o no una huella indeleble.

El Papa en su Carta va explicando el origen franciscano del belén, tradición nacida en el año 1223. Comenta la simbología que todo encierra y los Santos Padres interpretan. Quería san Francisco contemplar, y esto para mí es capital, en mis cortas luces. Esa recreación del nacimiento de Dios que se hace hombre, allá en un momento concreto de la historia de la humanidad, es para contemplar. El vocablo ‘contemplar’ comporta delimitar un espacio para observar más allá de este y esa actividad se hace en compañía. Quien contempla el belén se hace acompañar de la presencia de Dios, de la ayuda de su ángel custodio, de algún otro amigo y sobre todo trasciende lo que allí hay. Se ve un niño, pero no es un niño cualquiera porque ese niño es el Niño, es Dios que se hace hombre… Uno ve una mujer, pero esa mujer es sí la madre del Niño, pero también más adelante en la vida del Niño, cuando vaya a morir, en el Gólgota, sabremos que también nos la da por Madre nuestra y es la Virgen María…



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