Comentario
a la
DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN
FRANCISCO
SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN
PARTE I
Los caminos del Señor son inescrutables… No os es dado conocer ni el cuándo ni el dónde… Para quienes es
esencialmente necesaria la existencia de Dios, la inseguridad tras la muerte es
una realidad inherente y asumida. Quienes están seguros de que solo le espera
la nada no hay incertidumbre. Solo en quien cree y espera, sea en la
circunstancia que fuere, queda la duda de si el amado vendrá por Navidad, si el
regalo será el deseado, si el enfermo curará, si el viajero que partió llegó a
su destino…
Leo en estos días la carta
apostólica del papa Francisco sobre El significado y el valor del belén…
La he leído varias veces y la medito a la luz de la experiencia, de otras
lecturas… y en la presencia de Dios.
El sentido de la Carta no es otro
que animar a los cristianos a mantener, o recuperar, la tradición de la instalación
del belén allá donde estemos: en los lugares de trabajo, en las plazas, en las
cárceles… ¡en los hogares cristianos! No recuerdo dónde vi por primera vez un
pino decorado como elemento navideño, pero sí recuerdo que este se hizo
presente en mi vida mucho después de que lo estuviera el belén de siempre, de
toda mi vida, el belén que recuerdo en casa de mis padres, con su serrín, sus
reyes sobre los camellos y el Niño allí, en su pesebre, sobre la paja… El buey
y la mula que “con su aliento dan calor a Jesús”… Poner el belén siempre fue un
acontecimiento amable que podía durar varios días y nos acercaba pasito a la
Navidad: como el año anterior había que volver a recoger piedras, palos, ramas
de chaparro, matas de tomillo, musgo… en el campo. Había que ir por serrín a la
carpintería de algún amigo de mi padre. Instalar las luces que parpadeaban o se
mantenían fijas. Todo aquello se acompañaba de explicaciones de la Historia
Sagrada que leíamos y estudiábamos en la escuela. La platina del forro del
chocolate -¡entonces no había más platina que esa!- era el estanque donde los
patos nadaban; las ovejitas pastaban sobre el verde del musgo; los pastores se
calentaban en una lumbre que animaba una luz titilante bajo palitos cortados
con mimo… ¡qué buenos eran siempre los pastores!: ellos llevaban leche y queso
para alimentar al Niño y a San José y a la Virgen…: les llevaban pieles de
ovejas para cubrirse y evitar el frío: les dejaban estar allí en la cueva donde
guardaban su ganado… Siempre había preguntas escatológicas o impertinentes de
niños que conocían establos y sabían de cerdos y de gallinas y de ovejas… “Pues
olería mal”, “No, porque los pastores lo habían limpiado y echaban yerbas
aromáticas a la lumbre”… “¡Aahh!”. Las gallinas por todas partes, con sus
pollitos; los pavos y los patos… ¡y hasta cerdos criaban por allá! El pino
navideño, venía diciendo, se me antojó un símbolo extraño carente de
significado… ¡Además no era ni siquiera un pino, sino una rama cortada de un
pino! Difícil embaucar a un niño que conocía bien el campo.
Escribe el Papa: “La
preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que
ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite
conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el
belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a
sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del
acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos
históricos y culturales”. Cierto a pies juntillas. En mi casa, donde siempre se
vivió la tradición amable de la instalación del Belén, todos los hermanos la
compartimos. Siendo mi tierra lugar donde las procesiones de Semana Santa
tienen no sé si mayor arraigo que el belén, sin embargo, nosotros apenas
participamos con nuestros padres y estas a mí no me mueven una fibra del alma.
Un Cristo crucificado por las calles, una Virgen Dolorosa transida por el
sufrimiento… no logran alcanzar o mover mi piedad: será eso que el Papa
diagnostica y, como en esto, en tantos otras realidades lo que vivimos y
aprendimos, o no, en la infancia deja o no una huella indeleble.
El Papa en su Carta va explicando
el origen franciscano del belén, tradición nacida en el año 1223. Comenta la
simbología que todo encierra y los Santos Padres interpretan. Quería san
Francisco contemplar, y esto para mí es capital, en mis cortas
luces. Esa recreación del nacimiento de Dios que se hace hombre, allá en un
momento concreto de la historia de la humanidad, es para contemplar. El vocablo
‘contemplar’ comporta delimitar un espacio para observar más allá de este y esa
actividad se hace en compañía. Quien contempla el belén se hace acompañar de la
presencia de Dios, de la ayuda de su ángel custodio, de algún otro amigo y
sobre todo trasciende lo que allí hay. Se ve un niño, pero no es un niño
cualquiera porque ese niño es el Niño, es Dios que se hace hombre… Uno ve una
mujer, pero esa mujer es sí la madre del Niño, pero también más adelante en la
vida del Niño, cuando vaya a morir, en el Gólgota, sabremos que también nos la
da por Madre nuestra y es la Virgen María…
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