5 de mayo de 2019

Kafka, Franz: CARTA AL PADRE




                                                                        A Sara Mozas Civantos.


Hace muchos años existía un ABC apellidado Cultural, que luego pasó a llamarse Literario. Era un suplemento que se añadía al ABC, creo que primero fue los viernes y luego todos los sábados. Se tiraban 400.000 ejemplares. En este suplemento leí por primera vez a un tal Muñoz Molina, a Adela Cortina, a José Antonio Marina… y supe de tantas y tantas obras y autores: Delibes, Cela, Vargas Llosa, García Márquez, Rof Carballo, Dámaso Alonso, Julián Marías… ¡incontables! Ahora mismo, de memoria y sin posibilidad de comprobarlo, sé que tengo encuadernados muchos de estos ejemplares, por orden y con un índice que les hacía a mano, desde comienzos de los 80. Luego se empezaron a almacenar en disco y dejé de encuadernarlos, aunque no de adquirirlos y todo ello, si Dios lo permite, espera mejor momento para ser repasado.

Me defraudaba un sabio que escribía crítica en el citado suplemento, persona de quien yo admiraba su saber, hoy ya muerto. Siempre su crítica empezaba, como esta de hoy mía, como tantas otras, dando un largo rodeo para apenas decir tres generalidades sobre la obra de la que yo anhelaba expectante sus palabras. Más de la mitad de su artículo eran recuerdos de otras obras del autor o del autor mismo: faena de aliño. Posiblemente, por lo que veo, esto lo dan los años porque a mí me pasa otro tanto. Dos largos párrafos y aún no dije palabra sobre Kafka y su obra.

Siempre me gusta, antes de leer una obra, saber de su autor: leer una obra sin referencias se me antoja una ola sin espuma, ola que no alcanza la playa, ola en mitad del mar. Lo primero que leí sobre Kafka fue lo escrito por Luka Brajnovic en un libro que aún conservo: Grandes figuras de la literatura universal y otros ensayos, obra que me ayudó no solo a acercarme a Kafka, sino a Dostoievski, Faulkner…

Desde que conocí a Kafka me pareció un tipo extraño, una persona complejísima, marginada y que, a su vez, que gustaba de vivir en los márgenes. La primera obra que leí del checo fue América y fue de mi gusto. Sobre Kafka en mi manual de COU decía, al hablar del existencialismo, que él junto con Unamuno habían sido los “impulsores” de lo que luego encontraríamos en Europa, menos en España, como tendencia y moda en las novelas de Sartre, Camus, etc.

Creía haber leído Carta al padre. Es posible que lo hiciera, pero no lo recuerdo ni hallo más vestigio para esta afirmación que débiles recuerdos de lo que ahora he leído. No puedo, por tanto, darlo por seguro. Ahora, incluso, con la edad que tengo y lo vivido, me impresiona lo que escribe el autor. Las críticas a su padre van más allá del adjetivo acerbo. Me llego a preguntar si realmente su padre fue como Kafka lo describe o toda su bilis, su inquina, la brutalidad que le atribuye… son rasgos imaginados en la mente de un niño particular. En realidad no lo sé yo ni parece, por lo que leí, que nadie lo sepa.

Su padre, como la mayoría de los padres, son educadores intuitivos que generalmente aplican en sus hijos métodos, estrategias, procesos y artes educativas que ellos conocieron ayer, para nuños o adolescentes de hoy que mañana tendrán que… ¡pura aporía! Rasgo común a casi a cualquier educación, a cualquier proceso formativo de cualquier época. Su padre no fue un buen educador, pero como les sucede a la mayoría de los padres. En su caso, además, por la época y el momento en que vive, el temperamento, la experiencia, Hermann Kafka, padre del autor, nos es mostrado como un pésimo educador: un verdadero tirano, insensible, lejano, despiadado, cruel… Su descripción es abrumadoramente negativa; un ser vomitivo. Escribe en la obra el joven Kafka que los métodos educativos de su papá eran la: “reprimenda, amenaza, ironía, risa malévola y –cosa rara- quejas sobre [sí] mismo”.

A la educación recibida atribuye el escritor lo que fue su carácter y su personalidad para siempre: inseguro, indeciso, desconfiado, tímido, pusilánime, con una pérdida de confianza absoluta y un “sentimiento de culpa infinito”. Ciertamente su padre era para él el infierno.



¿Era realmente el padre así?, insisto. No lo sé. Él se justificaba explicando cómo había sido su infancia, lo duro de su ascenso social, personal, económico, etc. Y es curioso, desde el primer momento, Kafka lo justifica y exculpa, quizá porque aplica sobre él la misma justificación que se aplica a sí mismo y que no es otra que un sociologismo falaz, tan en uso hoy como ayer: “Yo soy rebelde / porque el mundo me ha hecho así”, que cantaba Jeanette. Franz Kafka será como he escrito arriba y él se describe, y su padre solo podía ser como era porque… no había opciones y no podía ser libre. La constricción que encorseta y conduce necesariamente por vía de herencia en una sola dirección es falsa.

No todos los hermanos de Franz resultaron como él, de donde deducimos que no solo y necesariamente fue como era por la educación recibida, pues el resto de los hermanos también la recibieron semejante, y, sin embargo, su hermana, según él la describe, no fue un dechado a sus ojos, mas vivió de modo bien distinto al suyo, a pesar de los pesares. Escribe de ella: “una criatura torpe, medrosa, desganada, pusilánime, rastrera, maliciosa, holgazana, golosa, tacaña; apenas podía mirarla, y mucho menos hablar con ella, de tanto como me recordaba a mí mismo, de tanto como la veía sometida al mismo yugo de una educación”.

Franz llega a imaginar su solución vital por vía de matrimonio. El padre no parecía conforme con las posibles nueras, pero su hijo lo contemplaba como medio de escape al infierno paterno. Era el pasaporte a la vida independiente, adulta, la puerta a la libertad. Su “intento de evasión”. Su padre, según él pone en su boca, no se oponía. El problema no era tanto la oposición paterna como el temor filial, pues incluso se planteaba que el matrimonio pudiera ser un obstáculo para una incierta realidad que amaba: escribir. La mujer, los hijos, su educación, su mantenimiento podrían ser insalvables por la dedicación que requerían. Ay, el temor a los hijos y, en concreto a tener un hijo como él: “un hijo como yo, mudo, insensible, seco, derrumbado, me sentía insoportable”.

No hemos oído con los ojos al padre: ¿qué defensa podría hacer este hombre de sí y de su forma de ser? Al final de la carta escribe Kafka por la pluma de su padre la defensa que este hace de sí propio. Sin duda, su padre se alza descomunal y fenómeno ante el hijo. La imagen que nos da Franz del buen marido que él nunca podría ser como su padre lo es, no es otra que la siguiente: “fuerza, ironía respecto a los demás, salud y cierta desmesura, facilidad de palabra y reserva, autoconfianza e insatisfacción con la gente, dominio del mundo y tiranía, conocimiento de los hombres y desconfianza ante la mayor parte de ellos; luego están las ventajas sin sus defectos correspondientes, como son la laboriosidad, la constancia, la presencia de espíritu, la imperturbabilidad”… magnífico retrato de lo que es un buen padre, un buen marido… vomitivo.

El padre, en su defensa, alega que, en realidad él es inocente, Franz es el culpable, pero no debe preocuparse porque es perdonado y para ello, para aliviarlo de su culpa, le dice que, en realidad es inocente, que no pasa nada. Franz hijo es en realidad un mercenario, un pobre parásito, que vive a las espaldas de su padre tejiendo historias, destejiendo psiques, teje que desteje juicios, opiniones, pero que, en el fondo, ahí está su padre que lo lleva en hombros y gratis total por la vida.

Todo lo leído, lo contado es… atroz. A los cristianos nos cuesta comprender la imagen lejanísima de un Yahvé que, siendo Dios, no sale el encuentro, un Dios que no es Padre. En ocasiones la imagen que tenemos de Dios tiene que ver mucho con la imagen del padre, como la de madre es asimilada a la Madre… Qué lejanía, qué frío en las prácticas religiosas de los Kafka, qué gélida la relación entre el padre y el hijo sin brizna de amor.

1 comentario:

  1. De esta narradora americana solo leí EL NEGRO ARTIFICIAL. Es el único libro que tengo de ella. He tenido que mirar el título, pues ni siquiera lo recordaba. Me gustó mucho esa autora, pero no volví a "picar" en su obra. ¿Y de Kafka? Pues como de tantas otras personas, siento pena: me da la impresión de que todo su "éxito" literario le costó la felicidad a este lado de la muga... Ojalá y me equivoque. Un abrazo.

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