Cuando veo a los niños, o a los
adultos, de los países de África o de donde sea, depauperados por el hambre,
raquíticos, moribundos, sufrientes… no me dan ganas de rematarlos para hacerles
el favor de acabar con sus sufrimientos y sus padecimientos “para darles una
muerte digna”: su presencia me impele a preguntarme qué puedo hacer, cómo puedo
ayudar. Porque el fin no justifica los
medios.
Entiendo que, cuando el médico de
urgencias ve entrar a su consulta, al quirófano, un motorista con la cabeza abierta,
con las piernas cortadas, no pide un hacha para rematar al enfermo, sino que se
activan todos los protocolos necesarios para salvar la vida del accidentado. Nadie
solicita que sea rematado porque su vida será muy compleja, posiblemente
terrible, tras perder las piernas, tras las secuelas cerebrables que puedan
derivarse de su accidente. Porque el fin
no justifica los medios.
No he atendido a ninguna persona
en estado terminal o con enfermedades de muchos años de padecimientos
tremendos, de sufrimientos terribles, como los casos que hemos conocido en los
cuales, por acortar el desconsuelo de
la persona amada, por acortar la amargura del paciente, por salir de la tensión
que todo cuidado de esta índole comporta…, se le “concede”, se le “auto-otorga”…
una “muerte digna”, “un suicidio asistido”…, porque lo pide, lo ruega, lo
suplica. La afirmación “él o ella lo querían o lo quieren o lo piden” no
comporta en absoluto que se tenga derecho a hacer uso de ello o que se les
conceda. ¿Cuántas personas en estados no tan límites piden morir? Presos con
largas condenas, enfermos psíquicos, personas impedidas o con discapacidad,
madres con hijos deficientes o con limitaciones… Esas personas, cargadas de buenas intenciones, tan altruistas, tan ilustradas, tan valientes,
tan caritativas, tan generosas, tan compasivas hacen el mundo más
irrespirable: el mal no se borra con el mal…
Porque
el fin no justifica los medios.
Estas almas caritativas,
confundidas, de discernimiento difuso y turbio piden el amparo de una ley humana
que les muestre el camino, una ley que les conceda lo que desean, lo que
anhelan, lo que ellos entienden como bien y acto libre (y si no se les otorga
lo arrebatan). No quieren comprender, ni comprenden que un acto libre verdaderamente
no es poder hacer lo que quiero, lo que me apetece, me conviene o en gana me viene, sino que supone la asunción de la
ley moral, que no la ley civil. Que la ley civil me faculte para abortar no
quiere decir que ese acto sea moral y éticamente bueno… ¡¡Ya, ya sé que estamos
en los antípodas!! Ya sé que vivimos en el relativismo desnortado, ya sé que la
verdad no existe (entonces esta afirmación, como decía B. Russell será
obviamente mentira). Aunque usted y yo no sepamos explicarlo… mañana saldrá el
sol; aunque no sepamos cómo mañana la Tierra seguirá moviéndose en el espacio…
Mañana, aunque no lo comparta: el fin no
justifica los medios.
No acudiré a hechos terribles de
la humanidad que me parecen extremos… ¡y tan repetibles!, tan de hace unas
décadas… Todo permitido, todo legal, todo consensuado, todo… nauseabundo. La libertad no es divisible, el
mal no es divisible… mientras haya quienes carecen de libertad usted y yo
seremos menos libres. Mientras sigan haciendo el mal, quienes sean, donde sea…
ustedes y yo viviremos en un mundo peor.
Me parece desgarrador escuchar a
quienes piden la muerte, a quienes sufren hasta tal punto. Es curioso que en
los medios de comunicación no se muestra la contrapartida: la de aquellos
enfermos que, estando en las mismas situaciones, mantienen la defensa de sus
vidas y anhelan vivir hasta que el destino, Dios o lo que sea los convoque,
llame o… a la muerte. Están seguros de no ser dueños de sus vidas, de la que no
se dotaron, están seguros de que el fin
no justifica nunca los medios.
Magnífica reflexión sobre el relativismo moral de esta sociedad del egoísmo que nos quieren imponer.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Gracias. Habrá que hacer "un poder" para vernos y decirnos. Te escribo. Gracias de nuevo y un abrazo fuerte para ti y S. y los niños.
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