Decir
adolescencia es decir romanticismo e inmadurez, anhelos incoherentes…,
cohetería, mucha pólvora y poco plomo. En fin… Juventud que te vas para no
volver, gracias a Dios: ¡que allí te puedes quedar! En aquellos años en que leí
de forma irracional, compulsiva, a discreción y mansalva…, entre los muchos
libros que Dios sabe por qué leí, me trepé un tocho de casi 500 páginas sobre
los maquis, escrito por un teniente coronel y de portada rojiza y gris… ¡de eso
me acordaba perfectamente!, que ahora aquí reaparece: El maquis en sus documentos, Francisco Aguado Sánchez; el libro
debía estar recién salido entonces. También me llamaron la atención de aquel
libro las fotos de esos maquis, muchos de ellos cadáveres… Y recuerdo
perfectamente lo que me contó mi padre al respecto, pues coincidió en el lugar
y el tiempo en que “los de la sierra”… andaban por la Centenera: alguna
anécdota con Quilino, el guarda -quien es citado de refilón en el libro que
comento-, y… ¡qué de aventuras, qué valientes!
Que me perdone el
lector, que ciertamente es pereza intelectual, pero años después leí algunos libros
de los autores aquí citados, entre ellos, de dos de los autores contra quienes
se escribe Sánchez Gascón: Sánchez Tostado y Moreno Gómez. Ya en su momento,
lejos de las fiebres aventureras de la adolescencia, cuando leí a estos dos
señores, comprendí lo lejos que estaban de la verdad, pues me parecía que en
sus textos sobraban adjetivos laudatorios para quienes, en puridad, no pasaron
de ser unos delincuentes, y unos pobres desgraciados que se dedicaron, con más
o menos fortuna, a hacer más desgraciados a quienes ya de por sí la vida había
puesto en un difícil brete: pastores serranos, cortijeros, labradores de medio
pelo...
Conocí al autor
de la obra que comento en una situación que nada tenía que ver con los maquis
ni con la historia, sino con la caza y el Derecho. Creo que ser simpático y
tonto es imposible: el tonto, el simplón, cae más bien del lado del gracioso, y
Sánchez Gascón me pareció una persona inteligente y simpática. Por eso, y
aconsejado por mi amigo Francisco Revueltas, escritor, cazador y guarda de caza,
me puse a leer esta obra de la que me dio noticias. Quería recuperar algo de lo
que en mi adolescencia disfruté y me atraía, porque sabía que saldrían fincas
por mí conocidas -fincas que fueron de mi familia- en este libro… y… El
resumen, hecha la raya, podría ser el siguiente:
1. Sánchez
Gascón ha dedicado una cantidad de esfuerzo, de tiempo, de dinero, seguro, para
demostrar lo evidente: que los maquis no fueron luchadores por la libertad, ni
luchadores por la República, ni demócratas… ni toda esa sarta de necedades de
señorita catequista de izquierdas con la panza llena que han defendido,
probablemente, porque de algo hay que intentar comer (y la sangre siempre
alimentó mucho). Los maquis, esos pobres desgraciados, insisto eran, muchos de
ellos auténticos asesinos condenados por la justicia antes de echarse al monte.
Alguien podría pensar, don Alonso, que para ese viaje no se necesitaban
alforjas… y es cierto, pero no lo es menos que lo escrito por Sánchez Gascón
pone de manifiesto que corren malos tiempos cuando hay que demostrar lo
evidente (me consta, por familiares directos, de algunos de esos supuestos “defensores
de la República”, que sus antepasados eran “unos criminales”, como me dijo
uno).
2. El
libro me parece reiterativo, pesado en algunos pasajes donde se repite lo mismo…
quizá por lo dicho arriba: “pa que se enteren de una puta vez”, se machaca
sobre lo ya escrito y demostrado, se sobreponen ideas y pasajes y se hace, por
ratos, farragosa la lectura…
3. Para
quienes no sepan nada de lo que aquí se trata, de los maquis, sin novelerías,
bien pueden leer el libro de Sánchez Gascón porque, sin duda, sabe de qué habla
y lo hace con pruebas y documentación que se me antojan irrefutables.
Las
coletillas y las ironías que emplea el autor, deben ser bien ácidas para los
autores a quienes se las dedica, cierto que reiterativas, pero simpáticas sin
duda alguna para el lector en muchas ocasiones: ciertamente quitarle a alguien
un reloj de oro, como sucedió, no es requisa ni expropiación ni decomiso del
Estado en defensa de la República, sino simple y llanamente un robo.
Al
final esta lectura me deja un poso de tristeza. No sé cómo, una vez tras otra,
vuelvo por las veredas que me llevan a una España enfrentada, a una España que
no perdona, a una España que se masacró en una guerra civil…, que me dan bascas
volver a ella, una guerra civil donde aún no se ha puesto coto a los desmanes,
una guerra donde aún hoy se insiste en el “y tú más”… ¿Cuánto ha de pasar para
terminar con esto? Supongo que hasta que no haya la suficiente distancia como
para que haya la claridad que nos lleve a la verdad…, pero aquí seguirán las
banderías de la opinión…, las veleidades de las vísceras salpimentadas con odio…
Y como dijo el Bisa, el personaje inolvidable de Las guerras de nuestros antepasados de Delibes, y cito de memoria:
mientras los hombres tengas huevos, habrá guerras. Ha dicho, y dicho sin
perdón.
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