La inmensa
mayoría de los libros que componen una biblioteca privada genuina son libros
adquiridos más a conciencia que sin ella. Luego, ciertamente, siempre hay un
tanto por ciento de ellos que recomendados se establecen; otros se cuelan por
las bardas del corral y así, entre estos, hallo el libro que ahora comento: no
sé cómo llegó hasta mi casa (lo debieron regalar a los compañeros en algún acto cultural de alcance y me rebotó, Dios sabe
dónde y cómo).
El libro está
compuesto por una nota del editor y cuatro artículos de variable extensión, más
breves que extensos, sobre Miguel Hernández. Del editor sé que es de un pueblo
cercano a Jaén y que escribe poesía: nunca le había leído nada antes, y me temo
que entró con mala fortuna y peor pie en casa.
En la
introducción, el editor, se pasó de fastuoso. La publicación del folleto por la
Diputación hace verdad, me temo, aquello de no morder la mano del amo que te da
de comer y Abril está dispuesto a darlo todo: Andaluces de Jaén es un poema universal, escuchar a Paco Ibáñez en
los 80 (¡con el PSOE en el poder!) era un acto de rebeldía y el asesinato de
Lorca y la muerte de Hernández unos “iconos de la injusticia franquista”, etc.:
sin duda nuestro hombre se ha venido definitivamente arriba y ya va por los
altísimos andamios ilusorios de la ilusión que no de la flores, ha perdido pie,
y por ahí, de hipérbole en desmesura, da de bruces en lo ridículo risible. Hace
unas semanas di un paseíto por Jaén visitando espacios por los que anduvo
Hernández y también pude escuchar afirmaciones más que matizables, emparentadas
con las aquí leídas. Las mismas fuentes, las mismas verdades a medias, lo
ridículo absurdo…
Tras la “Nota del
editor” halla el lector un digno ejercicio escolar que cubre con creces la meta
del folleto y así, el profesor Díez de Revenga, nos hace un recorrido resumido
y llano de la biografía de quien para mí -desde que hace muchas décadas oí de
él- fue un pobre hombre, un buen hombre y un buen poeta… a libros y a ratos: ni
un intelectual marxista ni un cabrero.
Más trabajado y
sin novedad, que nadie espera ya a estas alturas, Rei Berroa, nos ayuda a
comprender el salto que Miguel da en su concepción del mundo y del hombre:
desde la provinciana y católica Orihuela -ñoña y pacata- a la esplendorosa
conciencia de clase que descubre en un Madrid de comunistas, más o menos
señoritos, como Neruda, Alberti y algún amigo más del vagón de cola del 27.
¡Qué gran epopeya en bien de la humanidad aquella revolución de Asturias del
34! ¡Qué gran hombre en pro de la libertad y la justicia Largo Caballero! Y por
supuesto, como escribe el profesor Berroa, de aquel “Drama del monte y sus
jornaleros [refiérese a Los hijos de la
piedra], en el cual el pastor -hombre
pacífico más que nadie, y que no es sino un trasunto hernandino-…” (p. 36).
Y no puedo evitar la sonrisa pues nunca hubiera aseverado esto el profesor Berroa de haber estudiado en la
Enciclopedia de Álvarez, bajo el férreo y torturador brazo fascista del
franquismo asesino, pues hubiera aprendido aquello de “Viriato fue un célebre
pastor lusitano…” ¡que menudo pacífico pastor! Sepa Dios, pero al decir, ya
digo de los señoritos de entonces -que ya se ve, hoy son otros- el pastor
inventó aquello de la guerra de guerrillas y les armó la de Dios es Cristo a
los romanos, pero a saber: igual era una mentirijilla fascista. O a lo peor es
que hay pastores que los carga el diablo, como las escopetas, y ya se sabe… los
disparan siempre los mismos: los gilipollas.
El artículo del
profesor Salas, por equilibrado y claro, por su sereno análisis de los tres
meses que Hernández pasara en Jaén, ha sido de mi gusto. Los olivares y las
gentes de Jaén, el olivo como símbolo, es atractivo para el levantino como lo
fue en su momento para el sevillano Machado. Agradable el paseo por su
artículo.
Igualmente el
artículo del poeta-profesor, Luis García Montero, me resultó amable. No me
extrañó su división maniquea entre derecha e izquierda en algún comentario, que
bien pudo ahorrarse, pues poco añadía a lo pretendido. Quienes escribimos sabemos
que la contención es lujosa. Buen artículo, más allá de la faena de aliño:
sincero, claro, desmitificador, ajustado.
Uno, que Dios lo libra, no es especialista
en nada, y menos aún en Hernández a quien ha leído con empeño y comentado
muchas veces, y es por ello que me atrevo a sumarme a lo escrito por García
Montero: “Todos los autores que escriben movidos por la urgencia, la solidaridad y las
consignas suelen firmar poemas de poca calidad literaria, ejercicios retóricos,
soflamas” (p. 58). Con su cara de patata, como él mismo decía, y su
vestir rústico entre señoritos (Lorca, Alberti, Neruda, Aleixandre…) da la
sensación de que Miguel es un brazo robado al campo que a la poesía se dedica,
pero Hernández no es un cualquiera. Hernández es un poeta de vibrante garra
poética, donde el dolor y el sufrimiento son abismales, como tan inefable es la
alegría y la delectación ante el vivir. Persona de corazón rebosante de anhelos
felices, de entrega, de amor… Todo ello dará, insisto, algún libro feliz y
muchos poemas inolvidables, pero no tuvo suerte. También coincido en esto con
García Montero. Creo que, sobre todo, no tuvo suerte con el momento de su vivir
y no anduvo prudente en la elección de quienes fueron muchos de sus compañeros
de camino (por ejemplo el asesino Vittorio Vitale y su compañera Tina Modotti).
El
folleto de Abril arranca del Hernández que pasó por Jaén. Ignoro si cuando
llega ya estaba Herrera Petere en Jaén, creo que sí. Miguel se va a vivir a un
palacio de unos marqueses en la calle Llana. Es que mucha la afición de los pobres a vivir en palacios decomisados
a sus dueños, sin pagar alquiler y con derecho a llevarse lo que quisieran
(otro tanto hizo Alberti en Madrid), aunque mucho me temo, compañeros, nada tenía
que ver esto con la defensa de la República, y sí está, sin embargo, más cerca
de los derechos de pernada, el robo, la codicia y esos pecadillos tan humanos. Preocupados
por las injustas situaciones de sus hermanos, los jornaleros del campo y los
luchadores del frente, se ocupaban ellos mientras en escribir versos en casa de
la señora marquesa. Por esas fechas, en Jaén, vecino de esa misma calle, el
escritor jaenero Antonio Alcalá Venceslada no podía asistir a las amables
tertulias de café y poetas en la decomisada casa de la señora marquesa porque
estaba en la cárcel con su esposa, sin acusación y sin esperanza de juicio. Y
es que lo marqués no quita lo valiente, compañero del alma..., compañero.
brillante !!!! más
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