Entre esa tropa española del XVI, extravagante y
ajena al mundo de hoy, cuando se iba, ya se sabe: se iba a por todas, con o sin
todas las de la ley, es decir, “del tirón” que se dijo siempre en la infantería
de marina, por derecho y de verdad…, porque ir para hacer bufonadas propias de bufones
ya están los políticos de este velado país, donde las cobran y a buen precio y
recaudo, las bufonadas, digo. ¿Qué puede pensar un hombre que estuvo en
Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos”, donde anduvo enfermo y no
le importó jugarse la vida toda al tablero…, de cuanto se está organizando a
modo de teatrillo de Cristobita sobre su vida y su genial obra como
conmemoración…? Que digo yo, ¿que de qué…? ¿Qué se conmemora qué?, digo. Por
favor, párese un momento…
Cervantes no era un fifiriche ni un pelele, nunca
fue un andarríos, ni un pillatigres… Don Miguel de Cervantes, defectos asumidos
aparte, era un español con toda la barba y con
sangre en el ojo… (quien no sepa el significado que lo averigüe). Hombre de
su tiempo, hombre buscador, explorador inquieto. Quién conoce su vida, repare
por un momento en su actitud mantenida en Argel. Fue perseguidor de lo que
asumió como su gran anhelo, su vocación más firme y verdadera, que no fue otra
que servir a Dios, a su Rey y a su patria y por ellos a sus compatriotas. Dejó
escrito en la Numancia (v. 1077) «No
entiendas que de paz habrá memoria». No vivió don Miguel en tiempos donde los
lobos venían so capa de lo políticamente correcto. Era inadmisible. “Apostaré que el ánima
del muerto/por gozar este sitio hoy no ha dejado/la gloria, donde vive
eternamente”
Bien es verdad que no tuvo privilegio del Cielo, y
como él, nadie, para evitar por su “mano haber detenido el
tiempo” y que no pasase por él, como no lo tuvo don Quijote. Todos estos
montajes que hoy me cercan por doquier más tienen de auténticos libros de caballerías,
es decir, de “disparates y sus embelecos”, que no de verdad asumida en la
sensatez de la calma, vuelta la cabeza del desengaño de inútiles y
descabelladas caballerías. Bien está que la
rueda de la Historia destroce las carnes de los hombres, pero al espíritu le
corresponde oponer su ligereza y tino. Es falso que vivir y ser injusto sea lo
mismo. ¿Quién piensa que con estos alifafes, con estas gueguerías, saraos,
festivales y festejos cómico-taurinos y bailables se hace justicia al
ajusticiado Cervantes Saavedra?
Cobra su felicidad el escritor en ser leído y poder
comer y vivir, mal que bien, de aquello que de su caletre recaba y alumbra. Lo
segundo a don Miguel, a estas alturas, le sobra y me temo que también lo primero,
pues siempre “debéisme cuanto escribo”, no me hacéis favor con leerme: ni a este,
ni a aquel… ni a mí. Claro que sí, no puede ser de otro modo: “miró al
soslayo, fuese y no hubo nada.”
Si todo bien es difusivo promoved, sí, a usted, lector, me dirijo la
lectura desde casa. Sí, ustedes, los comodones, los aburguesados, los
perezosos, los irresolutos, los pusilánimes…, sí, vosotros que habéis dejado de
exigir verdaderas lecturas de peso por entretenidas basuras en las escuelas y
los institutos… Dejad de quejaros, padres, profesores, políticos, maestros,
españoles… de lo mal que el mundo anda, pues andar en lectura y cultura es
posibilidad de abrir camino cierto a la verdad y la felicidad… ¡Cuántas veces
no habré repetido lo dicho por el abuelo!: Bien podrán los encantadores quitarme la
ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible. VALE.
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