Miles
de personas, millones, van con el teléfono móvil en la mano por la calle:
hablan, escriben[1]…
Millones de personas acuden a diario a la red para informarse, formarse,
comunicarse…, deformarse[2].
De continuo, parece, queremos estar en comunión
con el común para no parar de comunicarnos. Nos resulta indeseable
sabernos solos, aislados y por eso nos comunicamos: lo necesitamos. El hombre
es un animal social, relacional, dependiente. Necesito transmitir por el medio
que sea, vivo en la sociedad de la comunicación, nos hallamos inmersos en la
civilización, en la cultura… de la comunicación y el conocimiento (?). Todo
parece estar al alcance de todos en la Red porque otro lo ha querido poner al
servicio de los demás… (eso mismo hago yo con lo que ahora escribo y usted
lee). Billones de mensajes, de comunicaciones se cruzan entre todos los hombres
del mundo… (salvo algunos pueblos aislados del Amazonas, ¡no se me olvidará!,
que viven en los márgenes de nuestra
civilización). Es el cuchicheo universal… ¿será eso? Que no hay verdadera
comunicación sino chismorreo, comadreo, cotilleo…, exceso de curiositas… Se cacarea a los cuatro
vientos el huevo recién puesto, pero no pasa de eso: de ser un huevo, un simple
huevo… huero las más de las veces. Las comunicaciones son banales, light,
superficiales, frívolas, fútiles… No hay nada valioso que decir, no hay nada apreciable
que escuchar, pero se dice muchísimo, no se para, y no dejamos de estar
alertas, con el oído atento… para nada. Mucho cocleo y cacareo, infinitas
zumbas de mosquitos, zureos de palomos, infinitos balidos… insustanciales,
intrascendentes. ¿No será acaso a esto a lo que hace referencia mi amigo en sus
palabras cuando iniciamos esta entrada? Seguro: “Sigo
solo. Mi capacidad de fe en el otro se extinguió”: no oigo nada
interesante, no escucho argumentos sustanciales, sustanciosos, auténticos,
legítimos, originales, límpidos… Ante lo que oigo, por falta absoluta de
interés, prefiero plegarme, retirarme, apartarme: no me interesa lo que se dice
en la plaza por reiterativo, banal, etc. ¿Será eso?
Decía Ortega
que el silencio es muy significativo. “La palabra es plata y el silencio es oro”…
y en boca cerrada no entran moscas. Mi amigo calla: no ha dicho nada. En el
Evangelio se afirma que se pedirá cuenta de la palabra ociosa…: “36Os digo que de toda palabra vana
que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. 37Por tus
palabras, pues, serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (San
Mateo 12:36-37).
Este
texto creo que es de mi amigo Á. Esteban… Me lo he encontrado en el apartado
que abrí donde anotar ideas para esta entada y viene sin referencia… Lo siento.
“Para Mallarmé, obsesionado con la música, el ideal artístico descansa en la
esencia pura de un sonido en silencio, allí donde no hay más que sombra, como
dice en su poema Igitur. En su
percepción del arte, la obra poética necesita imitar el momento en que la
orquesta calla, porque ese silencio no es fin de cadencia, sino punto de unión
entre el lapso en el que se construye la obra de arte y lo intemporal de la
duración infinita. En muchas ocasiones, lo que no se dice es lo que engrandece
a un artista”. Cierto y Ortega lo escribió: los silencios son muy
significativos, pero sea dicho con respeto: ¡y también equívocos! ¿Quien calla
otorga o sencillamente está ahíto de tanta necedad ociosa?
Lo
complejo debe ser explicado. El comentario de textos tiene muchos siglos. En
los Hechos de los apóstoles se nos
cuenta que Felipe explica al eunuco el pasaje de Isaías: “Felipe
se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó: "¿Comprendes
lo que estás leyendo?". El respondió: "¿Cómo lo puedo entender,
si nadie me lo explica?". Entonces le pidió a Felipe que subiera y se
sentara junto a él”. “¿Me entiendes?”, suelen preguntar quienes están segurísimos
de aquello que dijeron está clarísimo; “¿Me explico?”, procuramos decir quienes
rompemos una lanza elegante a favor de quien nos escucha por si somos nosotros
quienes no nos explicamos. El dominio de una lengua –y no me parece que vayan
por ahí los tiros de nuestras enseñanzas regladas- y la voluntad de
reconocimiento del otro, de comprensión del otro… nos pone en disposición
entiendo de iniciar un diálogo de mutua domesticación, que diría el
zorro –domestícame, le pide al principito-, capaz de hacernos entender, capaz
de permitirnos comprender al otro. Luego vendrán las reglas de toda
conversación, de toda comunicación, las mejores pautas, los buenos hábitos
adquiridos…, pero considero que yo me he explicado en estas páginas y que
usted, con su esfuerzo, me ha entendido. Seguro. (Y mi amigo dirá, a lo peor,
como Cela: “¡Sepa Dios lo que dice este tío!”).
[1]
A principios de 2009, el
usuario medio de telefonía móvil en los Estados Unidos enviaba o recibía cerca
de 400 textos al mes, cifra que cuadriplica con creces la de 2006. El
adolescente estadounidense enviaba o recibía un alucinante promedio de 2.272
textos al mes. En todo el mundo se intercambian más de dos billones de mensajes
de texto al año entre teléfonos móviles, lo que supera con mucho el número de
llamadas de voz tradicionales.
[2]
China es el país con mayor número de internautas del mundo: 632 millones en
julio de 2014. El propio Gobierno considera que el 10% de los menores de edad
que navegan por la Red son adictos a ella: confunden realidad con ficción, son
agresivos, padecen depresión, tienen problemas alimentarios…
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