Me
escribe un amigo:
Sigo
solo. Mi capacidad de fe en el otro se extinguió. No obstante, no dejo de
preguntarme si es posible un veraz entendimiento entre las personas o si es
inevitable que en cualquier forma de comunicación entre dos, desde la artística
a la lingüística, cada uno acabe entendiendo lo que mejor le viene en gana,
aunque uno o ambos queden convencidos de que han entendido lo correcto.
Este párrafo es real. Este
párrafo es parte del correo de un amigo. Este párrafo, sin duda, es una
hipérbole. Este párrafo transmite una idea, un sentimiento casi. Es una
emoción. La tesis esbozada por mi amigo, como Edmundo Husserl mantendría, es
una tesis que se autodestruye, ¿cómo afirma esto y, a su vez, me escribe?
Aunque ciertamente, sepa Dios, según él, lo que quiso decirme y yo entiendo. De
momento me sirve, me da pistas para iniciar esta entrada sobre la comunicación
humana.
No hay antropología que no
trate la capacidad comunicativa del hombre. El hombre como ser comunicativo.
Animal que habla. El hombre es su hacer: el hombre es un ser que hace. El
hombre que no hace es un cadáver, está enfermo… El hombre se autoconstituye en
su acción. El hombre es el bípedo que se levanta, deja las extremidades
superiores libres e indeterminadas –las manos-, vive en comunidad, y necesita hablar,
comunicarse, y crea.
Son
innumerables las posiciones con respecto al origen del lenguaje y la
trascendencia que tiene para la evolución humana, su vivir erecto y bípedo, la
división de las lenguas, su socialización y su progreso material y espiritual…
Los rasgos del lenguaje. Su comparación con el de los animales. Todo ello, que
es interesantísimo, no puede ser contenido de una entrada como esta en un lugar
como este para una obra que lleva por título Breve prontuario para viajeros. Tampoco quien suscribe llegaría con
su mejor tino a todo de cuanto aquí apenas apunta[1].
Quien está de viaje, el
viviente, tiene problemas más inmediatos con su comunicación. Considero que, en
absoluto, dificultades de tan largo alcance como los expuestos por mi amigo en
el primer párrafo de esta entrada. Ni siquiera puede pararse en pensar si los
chimpancés se comunican y en qué grado lo hacen, ¡o los delfines! El hombre
corriente, usted y yo, tenemos esos problemas que he calificado de inmediatos, ordinarios: no comprende o no del todo, no se hace comprender, no
está seguro de haber sido comprendido, quizá no nos expresamos adecuadamente, la
esposa dice no entender al marido[2],
las parejas discuten sin estar seguros de expresar bien sus posiciones y de
estar en lo cierto de lo que el otro afirma, el jefe cree decir lo mismo que su
subordinado, pero el subordinado hizo mal su encargo porque creyó que…, pensó que… “cada
uno acabe entendiendo lo que mejor le viene en gana, aunque uno o ambos queden
convencidos de que han entendido lo correcto”.
Creo
sinceramente que mi amigo, en el párrafo que inicia este capítulo se ha pasado
siete pueblos. Se ha ido a una posición extrema, que no es extraña en un mundo
donde campa el escepticismo, donde el relativismo amenaza con ahogarlo todo y
donde no es común el vivo interés por el otro. Muchos, posiblemente él, yo
también, pedimos ser escuchados (aquí, en este texto, con los ojos), poder
expresarnos y escuchar, atender, comprender al otro.
[1]
De todo esto han escrito y
hablado Pierce, Wittgenstein, Austin, Searle, Grice… En otro sentido Appel,
Heidegger (“El lenguaje es la casa del ser”) y Gadamer afirma del hombre que es
“El ser que puede ser comprendido, es lenguaje”… Por no extendernos y
perdernos.
[2]
Es tópica la incomprensión entre el hombre y la
mujer que, dicen, tenemos distintos modos de expresarnos, de comprendernos…
incluso desde el punto de vista físico… Hay quien termina afirmando que Los hombres son de Marte y las
mujeres de Venus, como John Gray.
Eso hay quien lo llama: conversación de besugos.
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