En
el inicio de su carrera política, Canalejas no tuvo inconveniente en defender
aquello que pensó más justo incluso contra sus propios correligionarios, no
siempre a beneficio de inventario, y aunque en ocasiones quedara, dado el caso,
más solo que la una. Recuerdo que algo de todo esto contaba Amando de Miguel en
su libro La España de nuestros abuelos,
que fue donde, de no fallarme la memoria, leí por primera vez sobre a lo que a
continuación se sigue. Fue Canalejas quien con gran ardor defendió las
propuestas del general Cassola, Ministro de la Guerra –entonces no se llamaba
de Defensa, eso vino después con la corrección política marxista de Horkheimer-.
Cassola fue un mirlo blanco en el tejado ministerial de Sagasta: quiso que los
militares se despolitizaran; reformar el ingreso en las Academias militares
buscando más profesionalidad y calidad en los distintos cuerpos… ¡y que el
servicio militar fuera obligatorio!: ahí le dolía. Desde la derecha y la
izquierda hasta en el paladar le dieron a Canalejas, y a Cassola lo mandaron a
casa. Guardó Canalejas entre sus ideas para poner en práctica llegado el
momento cuanto defendió en ese tiempo y lo logró, pero eso fue mucho después…,
querido amigo.
Los
periodistas son gremio corporativista y nadie coma ajos ni se enroque que es
opinión. Escribir en la prensa de continuo, con una línea editorial, es tener
poder: El cuarto. Informar y crear opinión puede ser del interés de unos pocos.
Los periódicos no se editan para hacer caridad y tienen, como todo, sus amos y
su señorito. Refiriéndose a El Heraldo,
periódico adquirido en 1893 por Canalejas, se consideró medio y trampolín
necesario para medrar en política: “Había que disponer por tanto de un
periódico como medio de propaganda privilegiado para difundir propuestas y
actuaciones” (p. 48). Nadie se escandalice: lo que había es lo que sigue
habiendo (y no se olvide: do ut des).
El
gran problema de Cuba, la gran estocada yanqui al imperio español ¡que ya no
era tal!, dio pie a distintas posibles soluciones y ninguna buena, como
demostró la historia. Moret deseaba dar a la isla cierta autonomía; Maura
hablaba de un estatuto especial; y Canalejas defendía la asimilación. Tras la
muerte de su primera esposa (1897), Canalejas, sin hijos, dolido, se marchó a
Cuba para vivir su duelo. Si no recuerdo mal estuvo varios meses de viaje. De
allí se trajo la visión clara de que todo ya estaba perdido.
Sus
grandes ejes políticos fueron su nacionalismo monárquico, que tanto sorprendió
a liberales, conservadores, republicanos, monárquicos… Y en torno a la monarquía
buscaba, ¡ay cómo no!, una regeneración que debía afectar a Hacienda, al
Ejército, a la Administración y a la Descentralización… ¡y ello seguimos!
Canalejas,
como Maura, a pesar de sus diferencias ideológicas, liberal el primero,
conservador el segundo, veían, sin embargo, en el Estado un intermediario capaz
de lograr la paz social, un medio que fuera un buen interlocutor entre las
fuerzas sociales, económicas, de poder… encontradas. Así, entre 1890-1900, y a
pesar de los pesares, con lo que se llamó un liberalismo intervencionista se
lograron mejoras en el bienestar general de la población y elevar el nivel
moral de los ciudadanos.
Diferencia
Canalejas entre la cuestión social y la cuestión obrera. Para él, el
proletariado, que hundía sus raíces en una cuasi esclavitud, en una servidumbre
esclava, había pasado a ser libre, pero comparativamente con quienes tenían y
eran poderosos… ¡no había forma ni nada que comparar! (¡y a mí que esto me
sigue sonando!). Los obreros reclaman derechos, equilibrio, medio de liberación
y libertad y se buscan las 8 horas de trabajo y la negociación colectiva.
De
estos años también son planteamientos que acercan a lo que hoy entendemos por
Seguridad Social… Era imposible para el obrero el pago de un seguro particular,
siempre caro y lejos de su alcance económico, y, por tanto, era el Estado el
que debía encauzar medios –detraídos de todos, y muy especialmente de quienes
más tenían- para solucionar problemas de precariedad laboral, sanitaria…
Canalejas
con su programa político buscaba: democratizar la vida política española, promover
una amplia intervención jurídica en el campo de las relaciones laborales y realizar
reformas socio-económicas que mejorasen a las clases obreras. En realidad los
dos últimos ejes de su programa se orientan hacia una mejora de los obreros,
con una clara y nueva orientación social e intervencionista del liberalismo. “Entre
sus propuestas programáticas se incluían: el sometimiento de las congregaciones
religiosas al derecho común; la reforma del Senado; el establecimiento del
contrato de trabajo, con regulación de la jornada y del salario mínimo; la
regulación del trabajo de mujeres y niños; la ley de huelga; el establecimiento
de tribunales de arbitraje; la supresión del impuesto de consumos; la modificación
del arancel y el abaratamiento de las subsistencias" (p. 80).
Un
problema irá mosconeando a lo largo del quehacer político de Canalejas y
salpicando su fama: el llamado problema religioso, la ley del candado… Y es que
encuentro en Canalejas, como y lo hallé en Maura, una persona que quiere buscar
una solución actualizada a un problema del momento, pero chocan, uno y otro,
con muros de incomprensión de toda laya. Canalejas, sin embargo, alcanzó “fama
de político sectariamente anticlerical” con la que “ha pasado a la posteridad
predominando en la formación de su imagen sus actuaciones en política religiosa
sobre otras muchas de sus realizaciones y propuestas programáticas, lo que ha
simplificado en gran medida su significación como estadista de mayor alcance”
(p. 180). Pasado el tiempo, muy posiblemente, las soluciones que proponía
Canalejas hubieran ahorrado muchos quebraderos de cabeza que tuvieron lugar en
momento ciertamente dramáticos para la historia de España: “Desde la
perspectiva actual, el anticlericalismo de Canalejas se nos muestra, sin
embargo, como una alternativa que pudo resultar muy adecuada en su momento para
solventar el conflicto Iglesia-Estado de forma muy respetuosa con la religión
católica” (p. 180).
No
dejan de comentarse en el libro las actitudes y los modos del primer diputado
socialista de España, el fundador del PSOE y de la UGT, Pablo Iglesias y su
irreductible deseo de revolución, su anhelo de derribar el Régimen por los
medios que fueran… No logró nada Canalejas “de un hosco Iglesias, atrapado en
su sectarismo obrerista y verbalmente revolucionario” (p. 171), planteamiento
que en nada se parecen a lo que hoy conocemos en gran parte del socialismo
español de finales del siglo XX y el inicio de este XXI.
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