(Me voy a permitir explicarles que si me estoy extendiendo en el comentario de esta obra y en la figura de Maura es porque me llama la atención la rabiosa actualidad de cuanto he leído en este libro. Así cobra sentido la foto de arriba. No desesperen, disfruten: aún queda una entrada más sobre Maura).
Alcanzar
el equilibrio necesario para lograr una democracia real pasaba por una reforma
en profundidad de la Administración del Estado, maquinaria donde las demás
leyes promovidas por los gabinetes de Maura se veían frenadas, postergadas,
derrotadas. El Estado español del momento era una máquina de cohechos, para
repartir favores, donde felones y prevaricadores, funcionarios viles y caciques
encontraban su humus perfecto, ¿cómo podrían sus domeñadores y beneficiarios
permitir que ese magnífico estado de cosas se alterara? ¡Ni Dios que lo permitiera!
La Administración pública era un coto donde el régimen impuesto se
retroalimentaba sin parar y sin desear frenarse.
La
Reforma de la Administración era la herramienta necesaria para el “descuaje del
caciquismo” una necesidad para dar paso a las reformas de las Haciendas
Locales, la ley electoral, la Reforma de la justicia… ¿No es el caso… que a
cualquier español de hoy un poco atento a todo esto de la cosa pública le suena
a titular de periódico de actualidad? [hoy mismo la prensa publica en España
que se han producido detenciones entre funcionarios y una empresa constructora].
Rasgo
capital para comprender el fracaso político de Antonio Maura es su alejamiento
–por «desidia» o «incapacidad», apunta la autora del libro- de su propio
partido. El líder se aleja de las bases sin comprender que el partido, al fin y
a la postre, debe articular el proyecto político desde la política local hasta
la nacional…, sin embargo Maura comprende que esto comporta control y más
caciquismo contra el que lucha y ello, sin duda, suponía una contradicción con
sus idealistas presupuestos democratizadores y una limitación práctica a los
mismos por la que no deseaba entrar.
Como
no podía ser menos las contradicciones entre los políticos y sus desacuerdos en
qué sería o debía ser la democracia, llevará a la unificación de criterios
propia del español, que no es otra que la calle de en medio: no hay ninguna unidad de criterios, cada mochuelo a su olivo, máxima del
individualismo cerril español. El vandalismo propio del español –entonces se
usaba términos como cabileño, pasión africana…-, de los políticos
españoles -¿hay en el fondo diferencia alguna?- terminará por lastrar el
asistemático sistema político español hasta llevarlo renqueante a una Segunda
República (un sistema, por cierto, contra el que estaban la inmensa mayoría de
los partidos: PSOE, los monárquicos, los radicales de toda laya…, mas hoy
curiosamente muchos de ellos defensores del republicanismo, pero esas son
reflexiones de don Joaquín Balbín para otro momento).
En
el proceso imaginario de Maura, este entendía que era necesario subir peldaños
en la cultura liberal que llevaran a los españoles de la época, con la debida
preparación, a la democracia. Se hacía necesaria una identificación de los
españoles con España y su Estado en un momento donde los radicalismos
nacionalistas pretendían –y pretenden- su desmembración unilateral. “El suyo
era un nacionalismo cívico y recoleto, no expansivo, y pleno de recursos” (p.
412), afirma la autora de Maura. Siempre y en todo caso su nacionalismo intentó
potenciar todos los elementos posibles de identidad y patriotismo, sin
exaltación del colonialismo militar que -contrariamente a lo que se pensaba-, una
vez más resulta incomprendido, él nunca alentó. Potenciará Maura en aras de esa
unidad y cohesión nacional el concepto unificador de ciudadano: “todos somos
uno”, dirá. Cierto que no tenía inconveniente en cantarle las verdades del
barquero al monarca y dejar de bailarle el agua, pero en la Monarquía veía una
realidad estable y unificadora, que en nada se asemejaba con la monarquía
demócrata que proponía Canalejas ni con la derechización de los últimos años de
Alfonso XIII.
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