A
lo largo de la obra voy pensando que emparentas ideológicamente con fray
Antonio de Guevara, que no es, a mi juicio, mal compañero de camino, extraño en
tu caso, pues en tu obra no dejo de hallar su menoscabo de corte y alabanza de
aldea que se cumple con el plástico final “Madrid es una mierda” (Artaud hablo
de esa misma literalidad, la mierda).
He
repasado hasta aquí la filiación de tu novela, los temas que tratas y cómo, y
voy ya camino de otros detalles y algo de lo formal.
En
la novela del geógrafo culto de cierta filiación francesa no podían faltar
ciertos rasgos culturalistas: el Caín
de Cormon, con todo lo que suponía su vagar sin tasa al este del Edén: ¿A dónde
ir si ya no hay thelos, no hay meta,
si se quebró el sentido? (¡Ay mi amigo Viktor E. Frankl quien ganó por goleada
a Freud!) Tampoco me ha pasado desapercibido el poema de Apollinare… Le pont Mirabeau: el Sena va hacia el
oeste, se mueve bajo el puente, es agua que corre y pasa, vida…, mas “yo
quedo”. Me planto o soy plantado, dejado, abandonado… Quise unir dos riberas,
pero el agua tozuda se empeñó en pasar, en seguir, en dejarme mirando…
De
entre todos los personajes, permíteme el salto, el que más atractivo tiene para
mí es, sin duda, La Romana: esa finca que todo lo inunda, esa finca que de todo
parece tener. Tu novela comienza con una inmersión del lector en ese espacio
donde quieres ubicarlo. De ese paisaje nacerá un paisanaje concreto, personajes
hechos con el barro de la finca.
Si
la estructura, considero, es lo más lábil de la novela, la prosa, como creo que
te escribí se me antoja dura, recortada, poco flexible, de afilado verbo y con
poca concesión a la función poética: quizá se deba a mis recuerdos de otras
fincas y otras Amandas.
Los
giros y las expresiones y el vocabulario de Juan y María introducen un punto de
irrealidad en la novela donde se pretendió la plasmación de un realismo, que se
escabulle por ahí (como ejemplo pp. 65-66). Los cambios súbitos e inexplicables
de tiempos verbales dotan al texto de aspectos verbales que sorprenden al lector
(143, 144-145, 154).
Al
final, en el final de la novela, ha actuado el fatum: esa mano que condena a morir a Calixto sin confesión, a
Celestina asesinada y, en nuestro caso, a malrotar La Romana por manos de
quienes nunca hubieran sabido hacer nada distinto de lo que nos dejas -está vez
sí- apenas insinuado: La Romana, ese personaje, para mí, principal muere a
manos de los primos de Julián por obra y gracia del Millonario. Efectivamente, “¡Madrid es una mierda!”. Madrid es el
símbolo de la corte, modelo del progreso que regresa a la selva de hormigón que
da cumplida cuenta del gregarismo ovino del ser humano.
Me
sorprendiste con la publicación de la novela, donde otra mano, me dijiste, tuvo
que actuar para que viera la luz. Mi amigo Leonardo Polo siempre decía que ante
la duda convenía actuar, dar pie a lo que está en potencia y convertirlo en
ser… Bien hecho por la publicación de la novela. Ahí está como testigo inerte a
la espera del lector que desee despabilarla y adentrarse en los vericuetos de
luces y sombras de un mundo donde ya no caben los dinosaurios. Muchas gracias,
esta vez, también, por tu obra.
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