Ya,
al final de mi infancia, sí que leí a Asterix
y Obélix, completo. Muchas de Las
aventuras de Tintín. Me atraían El
Jabato y El capitán Trueno y
algunas leí. Esporádicamente leía a Mortadelo
y Filemón, Rompetechos, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio… siempre
en ejemplares prestados o de la llamada biblioteca infantil.
Las lágrimas de Shiva enlazan con lo que
he escrito porque el libro me lo ha prestado una alumna de 3º de la ESO, Ana
Pestaña. Me paso la vida rodeado de alumnos adolescentes, entre los 14 años y
los 19 o algo así, pero ignoro lo que leen. Me interesaría saber qué leen, pero
lo desconozco. Me explico. Los alumnos que leen… ¡leen muchísimo!: de forma
compulsiva, mas lo cierto es que la inmensa mayoría no lee ni siquiera los
libros que se les recomiendan en el instituto. Lo que leen quienes leen tengo
la sensación de que es disparejo en los temas, como si hubiera muy diversas tendencias
que no se encuentran sino en el mero acto lector… Me asombran los lectores de trilogías
y de sagas interminable, donde los libros tienen muchos de ellos cientos de
páginas (no menos de 400 o 500, y de ahí hasta unos miles). Me dejan atónito.
Son libros traducidos, de origen yanqui, por lo que oigo, editados en
editoriales que no conozco, con unos títulos que se me antojan muy semejantes
entre sí. Tengo un grupo de alumnos que incluso escriben un blog maravilloso
donde se hablan de libros… para jóvenes y donde se hace una crítica fresca,
espontánea, simpática… y que recomiendo desde aquí y ahora: el rincón de la magia (un saludo amable para ellos y mi agradecimiento).
No
hubiera recordado quién era el autor de El
Coyote, sin embargo, un buen amigo, Daniel Arias de Saavedra, al leer el
autor de Las lágrimas de Shiva lo reconoció
de inmediato: “Es el mismo autor de El
Coyote”, me dijo y efectivamente me sonó el nombre, y me extrañó que un señor,
que debería ser muy mayor, escribiera un libro como este, ganador de un premio
infantil. Pensé que ese señor, a estas alturas, no estaría ya ni para escribir
ni para premios. Efectivamente se trata de su hijo, el autor de esta obra es el
hijo del autor de aquella novela que quizá una tía mía me regaló y que leí (me
inclino a pensar que era un cómic más
que una novela).
Larguísima
introducción. Lo siento. Es el contexto…
Nada
puedo decir de su autor, pero la obra, Las
lágrimas de Shiva, me ha parecido una obra entretenida cargada de tópicos,
pero que no por ello pierde interés y más aún, entiendo, para un adolescente.
El
autor sitúa a su protagonista en un verano, como tantos adolescentes han sido
colocados en ese momento en innumerables obras. El verano es la posibilidad de
la aventura, el espacio y el tiempo libres…: el campo, la playa, las ciudades
ajenas, campos de la imaginación en el veraneo, en este caso en Santander. Unos
adolescentes, ellas y ellos. Ciertas aventurillas o comentarios picantejos (sin
pasarse: la escena del biquini, muy de los años 60), la descripción de la prima
en la ducha, la rijosa adolescencia de algún personaje (el hermano de Javier).
Un enigma del pasado cargado de romanticismo adolescente y esquemático: la tía
Beatriz Obregón desaparecida sin morir, con una valiosa joya. Un título que invoca
un dios oriental… Unos tíos cultos y ricos y dueños de hermosa casa: lectores,
inventores, entendidos en música clásica. Comentarios de títulos de libros que
puedan incitar a la lectura en el lector, y ninguno contemporáneo. ¡Qué libros
leían los niños de entonces! ¡Qué barbaridad lo que parece que hemos atrasado
con el paso de los años! (¿o es que con esas edades no se leía El guardián…?). El increíble toma y daca
de libros entre Javier y su prima Violeta: asombroso… Fantasmas, aventuras
policíacas, hechos históricos memorables (la llegada del hombre a la Luna),
piratas, familias enemistadas hasta el odio irredento por viejos ultrajes de
honor ya irrecuperables, una tía rica que se enamora de un negro buscavidas,
capitán de barco y viajero sin familia… Y un final feliz.
Nadie
me preguntó, pero diré que el libro me pareció correcto. Tiene, entiendo, todos
los ingredientes, para que pueda captar la atención de un niño o una niña (creo
que se escriben ex profeso libros para chicas y distintos para chicos).
No
me gustó, no podía ser de otro modo, que tengo la sensación de una receta
ejecutada a la que le falta el atrevimiento de la originalidad. No hay riesgos.
Se produce también un choque, para mí, violento, entre el tono realista de la
obra y el fantasma que pulula por la ella escribiendo en los muebles, moviendo
libros y oliendo a nardo (la planta se me antoja fea, pero me encanta el olor
de su flor). Se producen en la obra, ignoro si es por su proceso de
construcción, momentos climáticos altos y otros inmediatos que dan la sensación
de ser puro relleno: “hinchar el perro” lo llamaba un catedrático de Literatura
que me impartió clase. La solución del fantasma para llegar a la joya… me ha
parecido una solución semejante a la del autor teatral que, no sabiendo cómo
sacar a un personaje de escena, lo saca con los pies por delante porque le da
un ataque al corazón… muy del teatro de corte benaventino. Por cierto, los
galgos no persiguen conejos, sino liebres, aunque cualquiera tropieza y coge…
¡una liebre!
Hace
muchos años leí muchas obras infantiles. Decenas de ellas. En ocasiones casi
una a diario. Entonces hacía listas de obras que eran de mi agrado, del agrado
de los niños… Es decir fui lector de obras infantiles siendo adulto: pueden ser
cientos las que podría citar de las editoriales entonces punteras en la edición
de nuevas obras, muchas de ellas escritas por autores catalanes o nórdicos…
(qué lejanos estos a nuestra mentalidad).
Me
pierdo hoy, insisto, en el galimatías lector de nuestros adolescentes, pero
creo que Las lágrimas de Shiva puede
ser una obra atractiva en la que invertir un amable rato.
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