17 de febrero de 2014

Mallorquí, César: LAS LÁGRIMAS DE SHIVA



   
            Cuando era un niño no fui ni un buen ni un mal lector, sencillamente no era lector. En los sesenta del pasado siglo mis amigos, esos otros niños, muchos de ellos, tenían hermanos mayores y eso les facilitaba el acceso a libros y, sobre todo, a tebeos y cómic (entonces todo lo dibujado con viñetas, en mi barrio, eran tebeos: de guerra, de risa, de vaqueros…, pero no eran cómic). En mi infancia leí pocos tebeos. Si no recuerdo mal, mi padre me compró solo un tebeo en mi vida: uno de ellos, lo recuerdo perfectamente al salir de pelarme en la barbería (entonces no existían peluquerías de caballeros, sino barberías y estas se ahorraban la aclaración, ¡aunque en la feria exhibían a la mujer barbuda!). El otro tebeo que tuve fue de El Coyote, aunque no recuerdo quién me lo regaló.

               Ya, al final de mi infancia, sí que leí a Asterix y Obélix, completo. Muchas de Las aventuras de Tintín. Me atraían El Jabato y El capitán Trueno y algunas leí. Esporádicamente leía a Mortadelo y Filemón, Rompetechos, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio… siempre en ejemplares prestados o de la llamada biblioteca infantil.

               Las lágrimas de Shiva enlazan con lo que he escrito porque el libro me lo ha prestado una alumna de 3º de la ESO, Ana Pestaña. Me paso la vida rodeado de alumnos adolescentes, entre los 14 años y los 19 o algo así, pero ignoro lo que leen. Me interesaría saber qué leen, pero lo desconozco. Me explico. Los alumnos que leen… ¡leen muchísimo!: de forma compulsiva, mas lo cierto es que la inmensa mayoría no lee ni siquiera los libros que se les recomiendan en el instituto. Lo que leen quienes leen tengo la sensación de que es disparejo en los temas, como si hubiera muy diversas tendencias que no se encuentran sino en el mero acto lector… Me asombran los lectores de trilogías y de sagas interminable, donde los libros tienen muchos de ellos cientos de páginas (no menos de 400 o 500, y de ahí hasta unos miles). Me dejan atónito. Son libros traducidos, de origen yanqui, por lo que oigo, editados en editoriales que no conozco, con unos títulos que se me antojan muy semejantes entre sí. Tengo un grupo de alumnos que incluso escriben un blog maravilloso donde se hablan de libros… para jóvenes y donde se hace una crítica fresca, espontánea, simpática… y que recomiendo desde aquí y ahora: el rincón de la magia (un saludo amable para ellos y mi agradecimiento).

               No hubiera recordado quién era el autor de El Coyote, sin embargo, un buen amigo, Daniel Arias de Saavedra, al leer el autor de Las lágrimas de Shiva lo reconoció de inmediato: “Es el mismo autor de El Coyote”, me dijo y efectivamente me sonó el nombre, y me extrañó que un señor, que debería ser muy mayor, escribiera un libro como este, ganador de un premio infantil. Pensé que ese señor, a estas alturas, no estaría ya ni para escribir ni para premios. Efectivamente se trata de su hijo, el autor de esta obra es el hijo del autor de aquella novela que quizá una tía mía me regaló y que leí (me inclino a pensar que era un cómic más que una novela).

               Larguísima introducción. Lo siento. Es el contexto…

               Nada puedo decir de su autor, pero la obra, Las lágrimas de Shiva, me ha parecido una obra entretenida cargada de tópicos, pero que no por ello pierde interés y más aún, entiendo, para un adolescente.

               El autor sitúa a su protagonista en un verano, como tantos adolescentes han sido colocados en ese momento en innumerables obras. El verano es la posibilidad de la aventura, el espacio y el tiempo libres…: el campo, la playa, las ciudades ajenas, campos de la imaginación en el veraneo, en este caso en Santander. Unos adolescentes, ellas y ellos. Ciertas aventurillas o comentarios picantejos (sin pasarse: la escena del biquini, muy de los años 60), la descripción de la prima en la ducha, la rijosa adolescencia de algún personaje (el hermano de Javier). Un enigma del pasado cargado de romanticismo adolescente y esquemático: la tía Beatriz Obregón desaparecida sin morir, con una valiosa joya. Un título que invoca un dios oriental… Unos tíos cultos y ricos y dueños de hermosa casa: lectores, inventores, entendidos en música clásica. Comentarios de títulos de libros que puedan incitar a la lectura en el lector, y ninguno contemporáneo. ¡Qué libros leían los niños de entonces! ¡Qué barbaridad lo que parece que hemos atrasado con el paso de los años! (¿o es que con esas edades no se leía El guardián…?). El increíble toma y daca de libros entre Javier y su prima Violeta: asombroso… Fantasmas, aventuras policíacas, hechos históricos memorables (la llegada del hombre a la Luna), piratas, familias enemistadas hasta el odio irredento por viejos ultrajes de honor ya irrecuperables, una tía rica que se enamora de un negro buscavidas, capitán de barco y viajero sin familia… Y un final feliz.

               Nadie me preguntó, pero diré que el libro me pareció correcto. Tiene, entiendo, todos los ingredientes, para que pueda captar la atención de un niño o una niña (creo que se escriben ex profeso libros para chicas y distintos para chicos).

               No me gustó, no podía ser de otro modo, que tengo la sensación de una receta ejecutada a la que le falta el atrevimiento de la originalidad. No hay riesgos. Se produce también un choque, para mí, violento, entre el tono realista de la obra y el fantasma que pulula por la ella escribiendo en los muebles, moviendo libros y oliendo a nardo (la planta se me antoja fea, pero me encanta el olor de su flor). Se producen en la obra, ignoro si es por su proceso de construcción, momentos climáticos altos y otros inmediatos que dan la sensación de ser puro relleno: “hinchar el perro” lo llamaba un catedrático de Literatura que me impartió clase. La solución del fantasma para llegar a la joya… me ha parecido una solución semejante a la del autor teatral que, no sabiendo cómo sacar a un personaje de escena, lo saca con los pies por delante porque le da un ataque al corazón… muy del teatro de corte benaventino. Por cierto, los galgos no persiguen conejos, sino liebres, aunque cualquiera tropieza y coge… ¡una liebre!

               Hace muchos años leí muchas obras infantiles. Decenas de ellas. En ocasiones casi una a diario. Entonces hacía listas de obras que eran de mi agrado, del agrado de los niños… Es decir fui lector de obras infantiles siendo adulto: pueden ser cientos las que podría citar de las editoriales entonces punteras en la edición de nuevas obras, muchas de ellas escritas por autores catalanes o nórdicos… (qué lejanos estos a nuestra mentalidad).

               Me pierdo hoy, insisto, en el galimatías lector de nuestros adolescentes, pero creo que Las lágrimas de Shiva puede ser una obra atractiva en la que invertir un amable rato.

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