El novel escritor de novelas, y por esa calle
hemos pasado quienes a ello nos dedicamos en el grado que fuere, cae en la
tentación de, permíteme, “echar el resto” en su primera o primeras creaciones.
Pone encima de la obra más de lo que el andamiaje (estructural, temático,
argumental) de esta soporta y algo de ello percibo en algunos pasajes de la
tuya. Dejas bien poco para que el lector imagine. Hay una especie de horror vacui que tiende a quererlo
completar todo, concluirlo todo y se echan de menos ciertos silencios que
darían más holgura a los textos, a la obra y a la libertad del lector. Remarcas
y eres concluyente en oraciones, en descripciones. Tengo aquí anotadas las
páginas 124-125.
Permíteme
que vaya más allá. La gran elipsis de tu obra, lo único inconfesado es la
relación entre Julián y Luis, ¿debiera de pensar que tiran al pelo y a la
pluma? El señorito Julián, queda explícito, parece estar copulando una tarde en
La Romana con una amiga, mientras Luis y la otra amiga están en la sobremesa,
mas ¿qué hay en esa convivencia de ambos que apenas queda de manifiesto en la
obra? ¿Qué clase de convivencia es esa con su piso en Madrid, etcétera?
Julián
y Luis, los dos señoritos, son versos de idéntica rima y con semejante ritmo de
una misma estrofa. Son dos gotas de agua que tienen un papel muy semejante en
la novela. Ambos son la ciudad, los
urbanitas… Cierto que Julián conoció el campo en su niñez, pero no parece que
tenga afán por él: desea conservar La Romana casi por inercia, por ejemplo.
Luis es ese Dante, ese Pablo que cae del caballo y descubre un mundo para él
oculto y sorprendente, asombroso, que es el que tú, una y otra vez, nos
muestras y cómo, por ejemplo, se cazan los topos (148-150) y donde Luis y tú
lamentáis que se pierda la cultura del pillatopos (149).
Frente
a los urbanitas están María y Juan, Jesús, el cazador de ratas, el Manijero,
quienes, en distintos grados, al igual que aquellos y en oposición no
complementaria del todo, estos representan el lado amable y bueno: el campo y
todo lo genuino, lo auténtico, lo que merece ser conservado de una cultura ya
escribí, moribunda, en fuga, muerta, derrotada, aniquilada.
Los
dinosaurios son estereotipos. El día de caza que describes (p. 154 y ss.) es un
retrato tópico: los franquistas y sus modos; los socialistas y los suyos. La
derecha rica, grosera y franca, la izquierda hambrona y arribista… Todos ellos
plantas que nacen, crecen, se enriquecen y viven en los mismos ideales: el
egotismo bandolero que desemboca en la codicia por la mentira. Paco el Millonario es el prototipo del rico
de la España del pelotazo (q.e.p.d.).
Todos estos modelos puede que sean tópicos, hiperbólicos si quieres,
esquemáticos, si alguien lo desea, pero son los modelos que hemos conocido, a
quienes podemos poner nombres porque aún pasean por nuestras calles.
El
ambiente playero de la
costa granadina –me ha hecho gracia- también se lleva su repaso, pues no deja de ser el apéndice frívolo y
veraniego de la superficialidad de las apariencias urbanas. Ni Luis ni tú
gozáis de ese ambiente (apúntame con toda la impedimenta a mí).
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