Me gusta Steinbeck. ¿Qué hago? Me agradó y me agrada leer a los autores de la generación perdida. El sur de Faulkner, su Jefferson, los Sartoris… ese tiempo lento con un calor insufrible y que produce en el humano unas gotas de sudor que se deslizan lentas, como si fueran la goma de un cerezo. Poco a poco caen. Tal cual lo hace la pinocha del ciprés negro sobre la cabeza de Hazel, en este Dulce jueves de Steinkbeck. Tengo por ahí una foto de éste: alto y feliz tras una tirada de patos.
Refleja el autor la belleza de un mundo más simple. Puede que más cruel, pero más comprensible. Transparentes y lúcidos los días dejan que penetre la luz sin sofisticación. Las relaciones se cultivan poquito a poco. Antes de llamar amigo a alguien hay que haber compartido muchas cervezas y muchos ratos de silencio. La amistad es como el culantrillo de pozo, planta difícil, esquiva y delicada.
En este mundo al que Steinbeck nos acerca todo está dado. No hay queja que valga. Cuando los personajes llegan los dedos ya estaban quietos sobre el tapete. Si vienen de cara, estupendo; si no vienen bien, ¡ya cambiará la suerte!, pero que vida fluya. La paciencia en una sociedad como la descrita es necesaria: es un comodín muy útil. Las lealtades en estas calles y solares se apoyan en la creencia de que hay una lealtad mayor, en una fe que empuja a creer que alguien nos mira con más o menos cariño desde arriba; un Alguien que con atención nos deja ir para que todo vaya como tiene que ir.
El tiempo se muestra inmisericorde. Su paso desgasta el físico de las personas. El sol, por poco que sea, destiñe los algodones y el pelo y el pellejo que recubre las escasas carnes. Se pierde la mirada azul en la lejanía de la nada. El mar se ríe. Se sieña impotente con parar el tiempo que empuja con fuerza hacia la vejez. Se quiera o no. No pregunta, empuja. Todos los personajes de esta novela parecen haber perdido algo. Sí algo perdieron en el pasado, aunque ni ellos mismos están muy seguros de qué pudo haber sido. Lo buscan, pero no lo hallan, porque rara vez se encuentra lo que a ciencia cierta no sabe qué se perdió en el turbio charco del pasado.
Suzy es una mujer viajada, aireada. Entra en el prostíbulo como penúltima solución. Su amor a Doc la redime, su voluntad la impulsa. Es el amor el que la salva… Doc sigue mirando a los pulpos de la playa de La Jolla. Es posible que se pueda trasladar a las personas lo que les sucede a los cefalópodos, mas ¿se puede trasladar a los doctores lo que les sucede a las chicas malas arrepentidas?
Pensar es siempre tarea ardua y tortuosa. Más complejo aún cuando hace calor y no hay una amable cerveza sobre la mesa. La brisa marina llega desganada. La ceniza del pitillo se arrastrada perezosa hacia el final de la mesa y desaparece por el borde. No, mejor dejarlo. Mejor no tener convicción ninguna: que vague el viento. Mejor no comprometerse con nada: que vuele al viento… Mejor no responsabilizarse de nada, todo viento.
Qué solitaria está la gente que está sola. Al atardecer, sobre las rocas verdosas, más allá de la Estación Marina de Hopkins, los leones marinos ladran como una jauría de canes.
Refleja el autor la belleza de un mundo más simple. Puede que más cruel, pero más comprensible. Transparentes y lúcidos los días dejan que penetre la luz sin sofisticación. Las relaciones se cultivan poquito a poco. Antes de llamar amigo a alguien hay que haber compartido muchas cervezas y muchos ratos de silencio. La amistad es como el culantrillo de pozo, planta difícil, esquiva y delicada.
En este mundo al que Steinbeck nos acerca todo está dado. No hay queja que valga. Cuando los personajes llegan los dedos ya estaban quietos sobre el tapete. Si vienen de cara, estupendo; si no vienen bien, ¡ya cambiará la suerte!, pero que vida fluya. La paciencia en una sociedad como la descrita es necesaria: es un comodín muy útil. Las lealtades en estas calles y solares se apoyan en la creencia de que hay una lealtad mayor, en una fe que empuja a creer que alguien nos mira con más o menos cariño desde arriba; un Alguien que con atención nos deja ir para que todo vaya como tiene que ir.
El tiempo se muestra inmisericorde. Su paso desgasta el físico de las personas. El sol, por poco que sea, destiñe los algodones y el pelo y el pellejo que recubre las escasas carnes. Se pierde la mirada azul en la lejanía de la nada. El mar se ríe. Se sieña impotente con parar el tiempo que empuja con fuerza hacia la vejez. Se quiera o no. No pregunta, empuja. Todos los personajes de esta novela parecen haber perdido algo. Sí algo perdieron en el pasado, aunque ni ellos mismos están muy seguros de qué pudo haber sido. Lo buscan, pero no lo hallan, porque rara vez se encuentra lo que a ciencia cierta no sabe qué se perdió en el turbio charco del pasado.
Suzy es una mujer viajada, aireada. Entra en el prostíbulo como penúltima solución. Su amor a Doc la redime, su voluntad la impulsa. Es el amor el que la salva… Doc sigue mirando a los pulpos de la playa de La Jolla. Es posible que se pueda trasladar a las personas lo que les sucede a los cefalópodos, mas ¿se puede trasladar a los doctores lo que les sucede a las chicas malas arrepentidas?
Pensar es siempre tarea ardua y tortuosa. Más complejo aún cuando hace calor y no hay una amable cerveza sobre la mesa. La brisa marina llega desganada. La ceniza del pitillo se arrastrada perezosa hacia el final de la mesa y desaparece por el borde. No, mejor dejarlo. Mejor no tener convicción ninguna: que vague el viento. Mejor no comprometerse con nada: que vuele al viento… Mejor no responsabilizarse de nada, todo viento.
Qué solitaria está la gente que está sola. Al atardecer, sobre las rocas verdosas, más allá de la Estación Marina de Hopkins, los leones marinos ladran como una jauría de canes.
No se porque al leerte esta entrada, me ha venido a la cabeza esta poesia. Un poco largo para comentario ¡lo siento!
ResponderEliminar"vivamos hoy, solo el presente es nuestro,
mañana,al despertar, todo puede cambiar
el momento presente nadie lo cambiará.
Vivamos hoy, la sangre en nuestras venas
arde y cruje al pasar,
cuando el tiempo las hiele en las arterias
podremos evocar.
Evocar este amor pujante y sano
y esta fe y este afán
que todos los tesoros de la tierra,
no podrían comprar,
saborear la lluvia, la tormenta, el sol la luna, el mar...
Yo no se si las cosas cambian luego
o cambiamos nosotros al pasar
solo sé que hoy es bello el universo
y mañana, no se si lo será." JLM
Espero que signifique, al menos, que te gustó lo que escribí sobre un libro, que te resultó amable, animante para seguir leyendo... ¡con calma y no compulsivamente!, para hallar esa armonía que nos hace embajadores de paz, generadores de felicidad..., aunque demasiadas veces nos equivocamos. Ya ves.
ResponderEliminarAterriza en mi mesa "Escribir y callar" de Nuria Amat y una biografía de Salinger... Me lo ha dicho charlie: "no debes visitar las librerías porque te pierde el buen vino, la conversación amable... y los libros". Sea.
No se porque clase de error, el comentario hecho por libro cruz, salio firmado por bernardo, no lo entiendo, no se como lo he hecho. perdon
ResponderEliminarel primer bernardo no soy yo, que conste, vayamos a pollilas, como se dice en cualquier cuesta de Jaén.
ResponderEliminarAclarado el asunto, lee, maestro!
Yo siempre entro con nick y con cara
JLM es José Luis Montero, creo y Bernardo será, puede ser, quizás, quién sabe o mi padre que se llama así o mi madre, que le gusta entrar disfrazada, digo yo...
Solucionado... y sin problemas. Con la gente buena, con quines dicen la verdad... ¡qué fácil todo!
ResponderEliminarLa madre, que no deja de pensar en su hijo y en su... marido, jeje.
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