Donde estoy, al norte,
lejos, muy lejos del monte que arde caen pavesas sobre mi coche y en la calle.
Si llueve, el agua hace regueritos negros.
No conozco a don Moncho Barreal,
al alcalde declarante, pero me temo que está más en lo cierto que Pedro Sánchez
Pérez-Castejón a quien sí conozco, creo, que bien. Sánchez es hombre de alturas
de coches, aviones y helicópteros; de distancias: distintos países en el extranjero;
de fincas con grandes lindes guardadas: La Mareta, la Moncloa, Quintos de Mora… No es don Pedro hombre de campo y
finca pequeña por eso, cuando estuvo en la de Paiporta, tuvo que tomar el
portante y salir como rata por tirante y con dos manos no se le cogía el susto en
el culo que llevaba… No. No es que no se entere. Es que no quiere enterarse
porque él va a lo suyo: por egoísmo, por codicia, por narcisismo, por soberbia,
por vanidad, por amoral… (y dice mi amigo que el mal no existe, que es una categoría
subjetiva… ¡tiene cojones la demanda!).
Una
vez más para don Pedro la inmensa avería de una España que arde por los cuatro
costados es de la calle. No podemos hacer nada porque se debe al “cambio
climático”, que no dudo que exista, pero que, al ser intangible, no podemos
operar sobre él para que no arda España por el noroeste (¿no hay cambio
climático en el noreste ni en Murcia ni en Valencia…?). Hay que pedirles todos
a una a los Reyes Magos, tomen nota, que no se produzca el cambio climático,
que no nos arden las personas, los pueblos, el monte…
Don
Moncho con el artefacto incendiario en la mano, ¡que eso sí es tela de tangible
y poco inequívoco!, dice que alguien nos está jodiendo vivos a llamaradas, es
decir, juega a ‘tourearnos’, que
él dice. Eso de torearnos, de quemar el monte, según mi amigo, no es una
categoría objetiva más allá del sujeto, sino una realidad inconmensurable, una
creación subjetiva, de la que no podemos decir que sea buena o mala (¡que vaya
mi amigo a preguntarle a los achicharrados de Castilla y León y de Extremadura
y de Galicia!).
Es obvio
que los pirómanos pueden ser unos liletas, gentes que no queman bien el gasoil
y cuando andan llevan por detrás un zorrerón negro de narices, pero muchos
otros no están enfermos (según mi amigo no serían malos), pero le pegan fuego
al monte porque tienen intereses particulares, egoístas, por codicia, por odio
a otros… y buscan, insisto, no el bien común, sino el suyo particular…, pero no
es ni por bondad ni por malicia es… un acto amoral… ¡de locos!
Los
que queman el monte son del equipo del cambio climático y ayudan a que esto
cunda… por los cuatro costados para “‘tourearnos’ e queimar o monte”.
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