¡Ni en privado! “¡Esas cosas
no se dicen!”, nos repetían desde que éramos niños. A casi todos les tenían
prohibido decir: culo, pito, teta… Y a mí, además, las palabrotas. Durante años,
cuando me confesaba, eran pecados míos de plantilla tirar piedras -me encantaba
y lo había bien y con puntería- y decir palabrotas. Mi madre se extrañaba de
que dijera tantas y tuviera un repertorio tan nutrido, y le preguntaba a Luisi,
la tata, “¿Este niño dónde aprende a decir esas palabrotas?”. Mi propósito de
la enmienda, con esas “cosas que no hay que decir en público”, era nulo y soltaba
un cabrón o un hijoputa más pronto que un misto. La penitencia me
la imponían mi madre y Luisi, que no don José Arriaza, el párroco con quien me
confesaba y de quien, ¡de sus manos!, recibí la primera comunión. La penitencia
a mis “cosas que no hay que decir” consistía en darme con cayena picante en la
boca que me ponía la boca hinchada como los labios de un negro… ¡Aquello me
ponía de mala leche y mientras me picaba decía jaculatorias arrieras por un tubo!
Esta vez sí sé quién es el
decidor de la declarada, el tal Jon Rahm, ese que juega al golf. La gente dice
que está gordete, pero también lo están los lanzadores de martillo, y las
atletas que tiran la jabalina, y los de peso, ellas y ellas… Será que no incomoda
para jugar al golf tener una pancita cervecera… ¡digo yo!, que de eso no sé.
No, señor Rahm, si quiere
que algo no se sepa ¡ni lo piense! “Te cuento esto, pero no se lo digas a
nadie”: estás jodido, al rato eso dicho es un reguero que saben dos: los españoles
y los extranjeros, a ver. Y no: tampoco conviene decir todo aquello que se
piensa. Anécdota real:
Hermano de un amigo,
entonces su padre era comandante. Venía un nuevo coronel a la unidad y fue invitado
con la coronela a tomar un café en casa de mis amigos los comandantes. En esas
estaban, poniéndose al día con respecto al cuartel, la unidad, los… y entró el
hermanillo de mi amigo y preguntó:
—¿Este es el hijoputa del coronel nuevo?
Sin comentarios.
La mentira es moneda de cambio por doquier hoy día. Algunos no dicen la verdad ni al médico que los visita en el lecho de muerte. ¿Decir la verdad? Acarrea muchos problemas: doy fe de ello. ¿Ser francos? Mal negocio. No es fácil el equilibrio, ese justo medio del que los clásicos hablaban… “La palabra es plata, y el silencio es oro”, oído… Y de la palabra ociosa se pedirán cuentas… (san Mateo, 12:36-37): "Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio", ¡y lo dijo el mismísimo Jesús!, oído. Así que no anda usted lejos del reino de los cielos, señor Rahm, porque en boca cerrada… no entran moscas.
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