Es bonito que, entiendo,
nuestra amada Reina de España guste del cine. También le gusta, dicen, leer:
como a Cerdán en la cárcel. Los que rarísima vez leyeron un libro -igual me
equivoco- cuando ingresan en el talego como internos -¡me encanta esta
eufemística denominación!- en seguida conforman un club de lectura, leen la
Biblia y sobre todo Los hermanos Karamazov porque esas mil y pico
páginas relajan mucho “los músculos de los huesos”, que decía don Antonio
Romero Maroto, Antoñete, que en paz descanse.
A lo que voy, que me pierdo…
La Reina de España, así se escribe, se ve que no era y no es de rezar. Los que
tuvimos padres católicos y nos enseñaron de niños a rezar nunca estuvimos
solos, doña Letizia, ¡no me diga usted que esa grafía /z/, esa interdental
fricativa sorda [θ], no
es un rasgo de distinción! No, no estuvimos solos nunca, le decía, ni entonces
ni ahora, no necesitamos pantalla alguna, porque rezábamos aquello de
Jesusito de mi
vida,
tú eres niño
como yo,
por eso te
quiero tanto
y te doy mi
corazón.
Cuatro
esquinitas tiene mi cama,
cuatro
angelitos guardan mi alma.
Y sobre todo,
rezábamos y algunos seguimos rezando:
Ángel de mi guarda, dulce compañía,
No me desampares ni de noche ni de día.
Me dejes solo que me perdería.
Ya ve, mi Señora Reina, que nunca anduve solo por la gracia de Dios y su
regalo, un ángel de la guarda. Nunca me he sentido solo. Nunca he necesitado
ningún brillo de ninguna pantalla para no sentirme solo. Me permito lo que no
sé si será una descortesía o una ofensa al protocolo, ¿usted sí se siente sola,
mi Señora? Si así fuera apréndase las oraciones que le he escrito aquí y verá
cómo el ángel de la guarda que está con usted, aunque usted no lo sepa, aunque
usted no lo trate, se mostrará amistoso, colaborador y ahuyentará la soledad
que no engendra nada bueno y le ayudará a hacer camino, camino del bueno, del
recto, del que lleva a la vida buena, a la vida lograda.
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