Hacía años que no leía
una introducción tan ampulosa, tan barroca y tan pesada como la que he zampado
como si de una purga con agua de carabaña se tratara, para abrirme la puerta
del libro de Guardini. En varios momentos he estado a punto de saltármela, pues
suponía, además de lo escrito, ¡casi la mitad de las páginas del libro del
propio Guardini! Deseoso estaba de llegar al texto de este… El autor de
la citada introducción es Ildefons Herwegen “uno de los fundadores y promotores
más importantes de la renovación litúrgica en Alemania” y abad de Maria Laach,
donde firmó el texto en 1918. Dios lo tenga en el Cielo, añado sin ningún
encono.
El escrito de Guardini,
según sus propias palabras, es un ensayo y, por tanto, no definitivo. Leo con
verdadera vibración y tensión que me lleva más a meditar los párrafos que a
pasarlos como meramente leídos. Es cierto que hallo en ellos viejas y queridas
ideas de mi vida espiritual, interior, que me han servido en innumerables veces
de piedras miliares, de balizas que marcan los bordes del camino en medio de
tormentas, tras ventiscas y nevadas…
Así como la vida física
se atrofia y peligra, si le faltan las condiciones elementales para su
desarrollo o no se observan adecuadamente, lo mismo sucede con la vida del
espíritu o de la religión, pues se disgrega, se agota y pierde su vigor y
unidad interna. La fe no se pierde como quien pierde el boli, el móvil o las
llaves.
Es la liturgia la
regulación del trato de la comunidad con el Dios único y verdadero. Para el
católico, la liturgia es la lex orandi de la comunidad y la condición
radical de toda oración colectiva es que vaya imperada por la razón y no por el
sentimiento, les guste o no a quienes de otro modo opinen (?).
En la vida individual,
las concepciones, no obstante, tienen un campo mucho más vasto. Las
manifestaciones litúrgicas, sin embargo, son los modos propios, públicos y
oficiales de la Iglesia que, en modo alguno, pueden verse afectados por la
creatividad, digamos, particular o de grupos, pues “La persona o sujeto
litúrgico es algo distinto: es sencillamente, la unión de la comunidad
creyente, como tal considerada; es, por lo tanto, algo que supera el concepto
rígido de un agregado aritmético de individuos; es, en términos definitivos, la
Iglesia”. En la Iglesia católica, de modo bien distinto a las protestantes, la
comunidad es esencial como unidad, como Iglesia; el protestantismo fomenta, por
el contrario, una liturgia que gravita más sobre el individualismo. Lo antedicho
puede aplicarse concretamente cuando se trata de la vida espiritual,
regularizada, de una colectividad; pero cuando se trata de una muchedumbre y por
consiguiente de las prácticas, ejercicios y oraciones que regulan de un modo constante
la piedad colectiva, entonces se convierte en cuestión primordial de existencia
para la vida de la comunidad el que las leyes fundamentales y básicas de la vida
normal del espíritu, natural y sobrenaturalmente considerada, tengan o no
validez.
Guardini
no se anda por las ramas ni por los vagorosos andamios de las flores: “La
prueba de esta tendencia natural al sentimentalismo, la tenemos en las
manifestaciones frecuentemente empalagosas e insulsas del arte religioso
popular: basta parar la atención en muchas estampas; imágenes, estatuas y
oraciones de uso frecuente entre las gentes del pueblo. No cabe duda de que el
pueblo está capacitado para apreciar las manifestaciones del arte vigoroso y
sublime, como nos lo atestigua toda la Edad Media y, en nuestros días, por
ejemplo, lo denuncia el éxito logrado por las magníficas pinturas de un Gebhard
Fugel; pero queda siempre el peligro de dar en la desviación artística o
degenerar en empalagosas delicuescencias y blanduras. Lo mismo puede observarse
en los cánticos y melodías preferidos por el pueblo y en otra serie de cosas
semejantes”.
Demasiado
prolijas algunas de las explicaciones de Guardini por capítulos o párrafos.
Honduras que vendrán al caso, pero acercan por lejanos arcanos que a este
lector se le hacen fastidiosos. El libro de Guardini precede y es el antecedente
del libro de Ratzinger, mas me quedo con este por su cercanía, claridad… Sin
duda también, es cierto, siento emoción ante algunas realidades que Guardini
explica porque nunca antes las había meditado y visto desde los ángulos que él
aporta.
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