El caminante tiene más que
la sensación, la seguridad, de que ya anduvo por acá. El caminante conoce estos
caminos, estas veredas de su alma. Mira, consulta, lee notas de años atrás, de
muchos años atrás, y tiene la perversa impresión de que no avanza, que sigue su
lucha donde siempre estuvo, estancada: que hay varios castillos de sus defectos
que no admiten asedio ni victoria alguna, ni parcial ni total. El caminante
sabe que el problema está en que así, confiando solo en él, no lo logrará
nunca. El tesón y la tenacidad son necesarios, buenos, pero no suficientes;
pelagianismo se llama a veces, voluntarismo en otros ámbitos. Quien en estas
luchas no acude a la gracia está avocado al fracaso. Su lucha se mostrará tan
inútil como estéril.
El caminante levanta la
vista y ve más camino, más campo, más cepas, más piedras… Le duelen los pies,
pero no le está permitido detenerse, debe avanzar. Se abre un claro en el
oscuro día de lluvia y más lluvia. Hoy no se quejan las piedras del camino a su
paso: está vez se hunden y clavan en el carril. Están especialmente presentes hoy
los tordos y las urracas. Los tordos en grupos vuelan, las urracas de una en
una. Algunas torcaces, estas sí de dos en dos, se posan en los cables o vuelan
altas y ligeras, de paso. El viento sosegó con la lluvia. El caminante rememora
de nuevo:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando
El caminante dice no tener
miedo a la muerte. El caminante ya vio morir a muchas personas, incluido su
padre a quien acompañaba justo cuando dejó de respirar. El caminante cuenta con
su propia muerte. La muerte, para él, no es el sentido de la existencia, la
muerte pondrá un punto y aparte todo lo más. El caminante agradece la fe
recibida y quiere, además, poner su voluntad e inteligencia al servicio de ella
y en esto sigue a san Anselmo: Fides quaerens intellectum. Al caminante no le gustan las filigranas, las innovaciones y procura
caminos conocidos y que los experimentos se hagan… ¡con la gaseosa!: le encanta
ir a las fuentes. Sobre la muerte, Manrique repite tópicos conocidos en la
poética y en la ascética cristianas, se ve que tampoco se fía de la novedad: la
muerte viene en silencio, cuando no se la espera; conviene estar preparado y
ligero de equipaje; más valió andar con provecho…, porque el tiempo se marcha:
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
Retoma Manrique de las
Danzas de la muerte el poder igualatorio que esta tiene, pues da igual quién
seas y cómo, lo alto que creas estar o lo abajo que te halles:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Hoy el caminante no olvidó
su libro de Manrique. Anda a buen ritmo en silencio por fuera y quisiera
hacerlo más por dentro. Teme el caminante a la evagatio mentis. Le gustaría contemplar más que ver o mirar y, por
supuesto, refrenar lo que siendo soliloquio entorpece la conversación, no con el hombre que siempre va conmigo,
eso es soliloquio, sino con el Hombre que es su Amigo, su Hermano y su Dios. El
caminante tiene un problema con su cabeza, con su imaginación, pero lo tuvo
siempre… Ahí no parece tener ampollas que dificulten su discurrir y a eso a
veces tiene miedo. Le es imposible, una vez más, refrenarse y recordar a
Nicodemo el Hagiorita, monje del Monte Athos, que, incansable, buscó poner todo
cuanto escrito había de los santos padres para procurar a los fieles una
oración continua, un hablar de continuo con Dios… Recuerda un texto que ya
meditó largamente y que cuando llega a casa copia textual y pega: «La sobriedad es ese estado de
vigilancia continua que mantiene el alma en una especie de ayuno espiritual, no
excitado por los pensamientos y por las imaginaciones que producen pasiones,
las que perjudican la oración y corrompen la sanidad transmitida por los
sacramentos, obstaculizando su potencia deificante justamente por ello” y la recopilación
de Nicodemo llevará el nombre de Filocalia
de los Padres népticos, es decir, "sobrios"». El caminante
recuerda que esto lo aprendió en El
peregrino ruso. ¡Cómo han cambiado los campos en horas tras la lluvia! Este
caminante silba y recuerda que su piedra angular, desde hace muchas décadas, y
su fundamento es la filiación divina y recita con una paz indescriptible,
sonriéndose, el Padre nuestro,
mientras las nubes amenazan con ponerlo, de nuevo, chorreando.
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