Ocupado en otros lances, queda el blog a trasmano durante los meses de
verano. No olvidado, pero sí en un puesto de orden posterior a otras realidades
más importantes y urgentes. Dicho esto, comento el libro que hoy termino tras
leerlo lentamente.
He olvidado cómo
se me cruzó esta obra a comienzos de julio, pero fue de forma fortuita. Sé que
compré el ejemplar de la novela en un volumen de las obras completas de
Fernández Flores, editadas primorosamente por Aguilar (luego me hice con otro
volumen de esas mismas obras, de segunda mano, al hilo del primero).
Una isla en el mar rojo es una novela
terminada de escribir a comienzos del año 39, cuando aún no había terminado la
guerra civil, en la que se ve atrapado Fernández Flores en Madrid. Sin lugar a
dudas, desde el primer momento el lector percibe que la novela es autobiográfica
y, si se consulta su biografía, se constata que así es a grandes rasgos.
Quienes hayan
leído algunas narraciones sobre las vivencias de quienes pasaron parte de la
guerra asilados en legaciones extranjeras en Madrid, ya se pueden hacer una
idea de la novela. Esta arranca en los primeros compases de la guerra en
Madrid. La trama es simple: Ricardo, abogado joven, con novia prometedora, se
ver arrastrado por la guerra a pedir asilo en la legación de Holanda y allí
pasará un largo período de tiempo, hasta que ayudado por su amigo Rich puede
salir de España por Valencia, camino de los Pirineos, donde cruzará a Francia
ayudado por un grupo de personas -hubo muchísimos catalanes dedicados a ello- y
de allí volverá, como muchos hacían, a la España fascista, nacional,
franquista, azul… o como la quieran llamar.
Las vicisitudes
en la legación las puede imaginar cualquiera que haya sabido algo de la guerra:
hambre, hacinamiento, frío, miedo continuo a que se dejara de respetar la
bandera y la legislación internacional; las amistades fraternales y los odios
irremediables de quienes conviven en situaciones muy precarias, atenazados por
noticias de horror, asesinatos, bombardeos, etc.
La novela, por lo
que he sabido, insisto: de otros relatos personales y próximos a mí, es muy
realista. Se encontrarán en ella muchos tópicos arrastrados durante años y
nacidos al hilo de lo tan intensamente vivido. Al lector actual esta novela le
recordará más, por su estructura, su modo narrativo, a los realistas del XIX
que a los noventayochistas, Baroja, por ejemplo. Las descripciones se mezclan
con fervorines y largos circunloquios, moralinas trasnochadas, si bien creo que
el valor testimonial de la obra es innegable de lo que ocurrió en esa guerra
donde solo hubo unos malos malísimos que deben ser olvidados, borrados de la
memoria y recompensados sus enemigos que fueron siempre defensores de una
democracia que no existía, de una paz que ellos quebraron, siempre subyugados
por una Iglesia execrable, compuesta por unos seres merecedores de las peores
atrocidades realizadas en ellos, así como quienes pensaban de modo distinto a
esos grandes demócratas: marxistas, anarquistas, españoles y extranjeros (que
vinieron a hacer el descaste de españoles, cuando aún no estaba abierta la veda
del conejo, sin que nadie les diera parte en aquella matanza en la que ellos
participaron sin licencia actualizada, con ese estilo elegante de quien va de
caza a África).
Desde el punto de
vista estructural la novela está descompensada. El momento preparatorio de la
guerra muestra una España precaria, pero aún inconsciente de lo que se le viene
encima. Estamos a comienzos del verano, los primeros movimientos de tropas
apenas tienen importancia, el golpe se considera algo que pasará con el calor y
la llegada del otoño (pocos, no conozco a nadie que lo haya escrito así, que
diga que la guerra iba a ser larga: todo el mundo pensó -he leído cartas de la
época- que la guerra duraría lo que el estío: se acabaron los exámenes de
julio, la gente se marchaba de vacaciones, habría un golpe, los militares
restaurarían el orden y la legalidad que la República o no quería o no podía
imponer… y a otra cosa)… Tres años con la ayuda de las potencias extranjeras
que decían no saber nada ni querer nada ni meterse en nada (ya se sabe que de los malos solo puede venir el mal, pero
de la incuria de los supuestos buenos…
también viene el mismo mal). La novela se alarga con las vicisitudes en la
Legación y luego, el final, digamos, se desarrolla muy rápidamente. Es curiosa
la luminosidad que adquiere la obra cuando los personajes se trasladan de
Madrid a Valencia… El paso de los Pirineos se aligera, así como la estancia en
Biarritz, los amores del protagonista, etc.
Novela
entretenida, novela de época.
Gracias por compartir esa entrada conmigo. Lo que pasa es que no puedo leerla entera, porque el ordenador que puedo utilizar ahora no es muy bueno. Un abrazo, Antonio, y buen comienzo de curso.
ResponderEliminarAntonio, si mañana puedo estar con un ordenador mejor, lo leeré, ahora no me atrevo a forzar la vista.
ResponderEliminara ver si nos vemos Wenceslao!!!!!!
ResponderEliminarAhora sí he podido leer el artículo. Se ve que casi hubieras vivido los hechos. Ay, la Iglesia tiene pecadores aquí, sufrientes en el purgatorio y santos en el Cielo. Y personas camino de la santidad aquí en la tierra. Por la ayuda y gracia de Dios. ¿Me recomendarías leer la novela, o hay que tener estómago duro, como dice un amigo de mi padre? Escribo todo esto sin ánimo alguno de polémica. Un abrazo, Antonio.
ResponderEliminarFernando, perdona que tan pasado en el tiempo te responda, pero... No hay que tener especial estómago y menos quienes hemos oído de primera mano las narraciones de una guerra incivil que aún colea entre una España que no perdona... Un abrazo.
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