A Pedro Antonio Urbina, in memoriam.
Decirle
al seguidor habitual de este blog que no soy frecuente lector de poesía no es
descubrirle nada nuevo. Es cierto que he leído, creo, a todos los poetas que
podríamos llamar clásicos españoles y muchos de los extranjeros. El número de
libros de poesía y teatro en mi biblioteca es inferior, no sé en qué
proporción, al de libros de novela o ensayo en general. He hecho, sin embargo,
cientos de comentarios de una lista que sería larguísima de autores y sus poemas,
y añado: tanto en un caso como en otro, tanto con la lectura como con el
comentario, los he disfrutado mucho en general. Son innumerables las ideas, las
imágenes, los versos que recuerdo, incalculables los aprendizajes que me han
ayudado a crecer. Pocos son los poemas que sé de memoria: algunas estrofas,
algunos pocos versos sueltos de aquí y de allá… Sé perfectamente por qué no
recuerdo poemas, por qué no se me obligó a aprenderlos de memoria, pero no
viene ahora al caso.
Al
comienzo del verano, le comenté a una amiga a la que el médico recetó reposo
que igual le venía bien la lectura de dos poetas que siempre recuerdo juntos y
amables. Por qué los recuerdo a la par es arcano que ignoro y amables, en sí y
en general, sencillamente porque así los he percibido desde que los leí y
comenté algunos de sus poemas. Son Jorge Guillén y Manuel Altolaguirre. Pensé
que quizá también, en verano tan azacanado como el que tenía por delante, a mí
me vendrían bien sus lecturas y con los libros de uno y otro llevo todo el mes
de julio y lo que llevamos de agosto.
La
lectura de la poesía tiene un tempo distinto al de la novela, el ensayo o el
teatro, opino. El poema requiere a veces de la relectura, de la parada y fonda
en un verso en particular, en un poema en concreto. Recito a algunas personas
que están a mi alrededor mientras leo a estos poetas alguno de sus poemas. La
gente en general se queda suspensa. Esa experiencia la tengo por las aulas. Es
rarísimo que algún alumno sea lector de poesía: este año solo tuve a una chica,
lectora y escritora de poesía (esto es más normal: el lector del género también
lo escribe, lo intenta). Quedan suspensas, afirmo, quienes oyen recitar un
poema con la cadencia adecuada… Necesitan al menos un par de lecturas para caer
en la cuenta y razón de lo recitado. En la primera lectura la norma es decir:
“Es bonito” y de ahí no hay arranque en ninguna otra dirección. Algunos oyentes
piden algún tipo de pista, de explicación… (y siempre me pregunto, ¿acaso
escribieron Guillén y Altolaguirre, por ejemplo por ser de quienes hablo, sus
poemas para “que los explicaran”, “para que fueran comentados”? Sinceramente
creo que no…). “Es hermoso”, me dicen algunos al oír el poema… Insisto, la
mayoría pide una segunda oportunidad…
Casi
dos meses llevo con las Poesías completas
de Altolaguirre (edición de Cátedra) y con Mientras
el aire es nuestro de Guillén (de la misma editorial)… y poco tengo que
decir de ambos autores y de ambos libros. Como siempre, me llama la atención
que se afirme que una poesía que, para algunos no dice nada, tenga tanto que
decir. Lo inefable (y quizá tras estos renglones suba un comentario a unas
letras recibidas de un amigo)… no se dice. Aún recuerdo un libro de Pedro
Antonio Urbina… Filocalia o el amor a la
belleza [permítame que haga aquí un parón: Pedro Antonio Urbina fue amigo
mío y hoy, ahora mismo, acabo de descubrir, sin saber nada de él desde los años
noventa, que falleció en Madrid el 31 de julio del 2008, bien que lo siento y
estoy por afirmar que descansa en paz]… Decía Pedro Antonio al hilo de lo que
vengo hablando sobre lo inefable que había
que mirar… ante un cuadro, por ejemplo: “Mira”, sin más. Rafa Ballesteros,
al hablarme de la música, me dice “Escucha. No hay nada que entender”. Ante la
poesía…, en mi opinión, lee, relee, disfruta. Eso es justo lo que he hecho con
las lecturas de estos dos poetas que tan gratos me resultan, me han resultado
en estos días.
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