Baroja, como Sthendal, gusta de pasar el
espejo por doquier para luego contarnos lo reflejado en él. En su etapa de
empresario panadero era norma en él el deambular durante las noches por los
lugares más dispares de Madrid con el afán de mirar, de husmear, de contemplar,
de anotar materialmente cuanto le fuera posible sobre escenas, personajes de
toda laya, tabernas, cafeterías… Esto es lo que nos muestra del protagonista de
esta novela: Londres.
Me
encantan las retahílas de lugares, actividades, personas y países lejanos
citados con la familiaridad de quien nunca estuvo allí, de quien nunca los
conoció. No faltan en Londres: polacos, judíos, chinos, rusos, franceses,
negros y blancos… dedicados a las labores más dispares y nos hace el autor de
la ciudad un abigarrado cuadro, insisto, de todo ello… ¡que me resulta la mar
de barojiano!
Novela abierta, novela de argumento disperso se da en ella a la
perfección lo que Alberich escribió sobre la idea que tenía Baroja de lo
inglés: le admira la eficacia, el brío, la laboriosidad, la actividad, la
practicidad… que él atribuía a las gentes del norte de Europa y en particular a
los ingleses y rechaza las consecuencias de ello: el poder del dinero, la
búsqueda del confort, el materialismo… Detesta, por el contrario, en el
meridional, entre quienes incluye a los españoles, su abulia, su indiferencia a
la ciencia, el desprecio por el trabajo, su individualismo, su desorden vital…
Terrible y ajustado a un momento no menos atroz (estamos en la primera década
del siglo pasado) de una España hundida y zaherida por una generación, la del
98, que renegaba no sin razón de casi todo… Así escribe Baroja por boca de Iturrioz
de los españoles que: “es un pueblo hundido en una miseria trágica y
dirigido por una burguesía imbécil y al mismo tiempo rapaz. ¡Qué país! ¿Qué
subversión más completa de valores! Yo empiezo a sospechar si la única fuerza
de España estará en los presidios…”; la España de ayer, la España de hoy, acaso
la España eterna. Tres páginas más adelante por boca del mismo personaje afirma
que en Inglaterra se percibe “el aire tranquilizador del pueblo en el que se ve
claramente el manantial del dinero. Es todo lo contario de Madrid. Allí se ve
gente elegante, bien vestida, coches, caballos… ¿De dónde sale aquello? Es un
misterio. En España todas las fuentes de la riqueza son turbias”. Escrito hace
más de un siglo e innecesario dar nombres, detalles, situaciones, etc. en la
España de agosto de 2014 que se ajustan al milímetro.
Baroja
fue un agnóstico en el ámbito religioso y un escéptico en general y con todo.
Fue misógino y misántropo, asocial, individualista, solitario… Fue un novelista
que solo quería divertir al lector, sin importarle demasiado, qué le cupiera
bajo el epígrafe de novela y ahí,
nuestro hombre, echó cuanto le vino en gana para dar rienda suelta a cuanto le
apetecía a él y creyó que le podría apetecer a un lector no excesivamente exquisito
ni exigente, pues tampoco lo artístico
era una realidad que le quitara el sueño. En resumen, que primó en su obra y en
general lo espontáneo y el afán de distraerse y divertir al lector. Lo contado
con ser verosímil cumple, eludiendo siempre el realismo galdosiano, tan lento y
poco eficaz en la narrativa de quienes, como el mismo Baroja, fueron sus
herederos.
Una
vez escrito lo del anterior párrafo ello no opta para que don Pío, por boca de
sus personajes, esparza por esta obra teorías, hipótesis, tesis científicas,
creencias, planteamientos vitales, obsesiones particulares y así hallamos
críticas contra los judíos (rara vez son bien vistos ellos y ellas: huraños,
socialistas, usureros, enriquecidos con el sudor del otro, marginales y
marginados), comentarios sobre las mujeres, comparaciones más o menos expresas
sobre razas, países, nacionalidades… No pueden faltar las críticas a los
jesuitas y a la religión en general que hoy son leídas por mí en sus páginas como
las manías de un personaje más de sus novelas: volteriano anticlerical tan
intemporal como simple y raquítico. Había olvidado el uso de los laísmos en su
obra, que lo entiendo de influencia madrileña.
Absolutamente
resiste con bien una novela de Baroja a estas alturas del siglo XXI una lectura
agradable, entretenida, de calidad más que razonable. Animo vivamente a leer o
releer a Baroja, siempre ameno y divertido.
(Terminado
lo escrito, consulto mis notas tomadas al hilo de la lectura y me permito el
lujo de dejar constancia de tres páginas… de una ternura memorable, que no las
olvidaré. Bajo el epígrafe CÓMO MALDONADO GASTÓ EL DINERO DE LAS BOMBAS y LA
NOCHEBUENA, describe cómo el tal Maldonado, un tipo astroso, un anarquista más
ido que un garbanzal, un suicida, que ha enviado unas bombas a España e Italia,
un ser impresentable para la mayoría… decide gastar el dinero recibido en pago
por un judío con motivo del trabajito del envío de las bombas… ¡en montar un
belén con la hija de una amiga rusa de María Aracil, Natalia, y dar de cenar en
nochebuena a un grupo de pseudoindigentes, marginados, etc.! Como diría
aquella: “Está de ver”).
Lo mejor que he leído de Pío Baroja: "La lucha por la vida".
ResponderEliminarEl mejor personaje de Baroja: Tellagorri.
Para mí, uno de sus mejores personajes novelescos es Fernando Ossorio,de "Camino de perfección".Esta trilogía la leí ya hace algún tiempo.Me encantaron las observaciones de lo inglés en Baroja.Lo anglosajón es un asunto recurrente en las novelas barojianas. A mí me gustó mucho la novela primera,"La dama errante".Estos personajes errantes y vagabundos,siempre en búsqueda de no sé sabe muy bien qué. Y el paisaje castellano como el trasunto de sus vidas o de sus estados de ánimo.
ResponderEliminarCreo que ser buen AMIGO de Baroja. Ahora que voy camino de ser otro vejete como él, lo comprendo mejor. Con su boina, sus zapatetas, su abrigo, su bufanda... ¡y a viajar con sus personajes desde el sillón de su casa! Sus veranos en Vera, allá, al norte de Navarra... Sus lecturas... Me da lástima que seamos ya pocos, me temo, quienes lo apreciamos y leemos. Gracias, una vez más por tu comentario. Un saludo.
Eliminar