Para
Emilia a quien amas. Para
Irene, retoño de ese amor.
Querido
José Manuel:
Quiero
que este, supongo, largo comentario sea propiamente una carta al amigo más que
una entrada para el blog, aunque se publique en este y también sea leída por
quien desee hacerlo.
Allá
por el año 2004 o 2005 me comentaste, al hilo de mi condición de novelista, que
tú, por circunstancias que no vienen al caso, deseabas escribir una novela, y
que en ello andabas. La relacionaste con una realidad vital, muy dolorosa para
ti, y de esa temática pensé que trataría la obra que supuestamente pretendías
escribir. Lo interpreté como un escrito terapéutico y liberador de una realidad
que tanto te había hecho sufrir.
Pasaron
los años y quizá alguna vez hablamos de pasada de la novela. No recuerdo que me
contestaras algo concreto. Era indeseable para mí refrescarte recuerdos
amargos. Pensé que lo escrito había servido de eficaz terapia y la novela quedó
en la nebulosa de lo hablado.
Escribir
no es fácil. Escribir bien es muy difícil. Escribir una novela tiene un mérito
inmenso. Escribir una obra de arte es dado a muy pocos. Alguna vez he recordado
que decía admirar Ana María Matute lo indecible a quien es capaz de enjaretar
una novela… y a ese aserto me sumo con mi más cálida felicitación para ti. Es
mi felicitación la del amigo, y tú y yo sabemos del sentido pleno de esa
palabra que con tanta banalidad se usa a veces.
Innecesario
advertirte que vas a tener que sobrellevar y leer… usaré un eufemismo: al grave del Alcalá, cuando se pone en
firme con algo y más aún con un libro… Tú conoces el paño.
Desde
la amable presentación de la obra en la que estuve, no dejó de rondarme en la
cabeza un hecho que arranca de una deformación profesional. Quien conoce algo
la Historia de la Literatura gusta siempre de situar la obra que lee, quiere
filiarla, asociarla, contextualizarla, relacionarla… Nihil novum… Mi primera e inmediata asociación fue con un recuerdo
ya viejo. Estaba hablando con Miguel Delibes en su casa de Sedano en el verano
de 1995 y le pregunté por una obra que había leído yo unos meses antes de
Víctor Márquez Reviriego, Un mundo que se
va. Delibes, que no fue gran lector, y menos ya entonces, me dijo que no,
que no conocía el libro. Someramente le expliqué por qué se lo preguntaba y él
me dijo que ese mundo -un mundo emparentado con el recreado por ti- del que
Márquez Reviriego escribía no es que se fuera “ese mundo ya se fue”, me dijo.
Tu
novela toda es una elegía. Tú lloras una pérdida y lo ido para nunca más
volver. Nos hablas de unos tiempos y una idiosincrasia que ya no existe. El
campo, la vida rural y sus animales, sean estos racionales o no, tal como tú
los conociste, como tú muestras con aprecio, se marcharon. Una pura elegía tu
novela. Muy por el contrario a lo sucedido en el famosísimo cuento de
Monterroso, en tu obra, el dinosaurio, cuando despertaste, ya no estaba allí:
había muerto. Don Julián, ese cacique-dinosaurio, ha muerto (p. 78). La caza
fetén con sus ritos ancestrales y su “cirimonia”, que decía Quilino, el guarda,
ya desaparecieron, y con la caza el pastel de caqui, y esos hombres que
articularon a su sabor los campos durante siglos quizá (p. 158-159) y que hoy
son sustituidos por mediocres mandones, a veces ineptos, de partidos políticos
que mangonean con otros colores y otros sabores.
Y
hasta aquí un primer asalto en la filiación solo parcial de la novela.
Ah! vale, es una carta. No sabía que Delibes no era un gran lector, ¡con todo lo que escribió! toma fundamento la teoría de mi madre que dice que al leer a otros corres el riesgo de escribir como ellos en vez de como tú.
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