Recopilo: en el primer párrafo de su comentario, me dio la razón de forma explícita. En el segundo, me comentó lo que yo no había escrito y, en cualquier caso, se deduce que no escribo sino lo justo y cierto: la verdad.
Entro en el tercer párrafo y vuelve usted a decirme lo capaz que soy pues comprendo que Sloboda es un autor desconocido para el lector español. Tampoco es que haya que ser un lince para eso, bien lo sabe usted.
Escrito esto, doña Valeria, no comprendo por qué me cuenta usted que Sloboda no era aceptado por las autoridades comunistas de su país: lo sé. Lo he leído en lo que para usted es una extensa biografía: se lo aseguro. Me comenta usted que no fue autor del gusto socialista imperante en su país: cierto, lo aprendí de usted y lo comenté en la entrada del blog: El autor, Rudolf Sloboda, debe situarlo el lector entre 1938-1995, lo que nos coloca en una Checoslovaquia del socialismo real, país del Este y materialismo dialéctico. Recuerdo que el muro cae en 1989. Nos encontramos con un autor que no se enfrenta al sistema comunista ni lo comparte, que se dice católico, con una perra vida lastrada por lo padecido en casa de sus padres y por la propia vida elegida al lado de una hija y una mujer que no le hace fácil la existencia. Usted llueve sobre mojado en su comentario quizá… ¿para hacerme ver que no participó de la burla comunista, que no se sintió cómodo en nación sojuzgada por la bota socialista…? Bien. No sé cómo interpretarlo a la luz de mi comentario: mi afán fue en esos breves renglones situar al autor ante el lector. No dije que fuera un convencido comunista ni que su oposición al régimen lo llevara a la cárcel como le ocurrió, por ejemplo, a Vaclav Hável y a muchos de los firmantes de la Carta, historia de la que usted sabe muchísimo más que yo… ¿Insinúa usted que Sloboda era un demócrata? Me parecería una impertinencia intelectual más por su parte, doña Valeria, pues la condición de demócrata o no, poco añade a su obra escrita, dado el caso que nos ocupa, como poco añadió o quitó la condición de tal de don Miguel de Cervantes, por ponerle un poner.
Me insiste usted en que Sloboda es un desconocido y A pesar de ello nos hemos propuesto difundir su voz que nos muestra un lado de la vida humana, no de la de todos, pero sí de muchos nuestros conciudadanos, sabiendo, claro está, que habrá también otros que pueden sentirse molestos porque tienen la suerte de que la suya no es así y ni se imaginan las muchas que tienen esos ingredientes en mayor o menor medida. Como diría Lorenzo, el cazador delibiano, “Servidor, no gasta…”: usted hace muy requetebién en editar y traducir a quien le parezca de su interés, pero, al menos, pudo darme usted las gracias por dar a conocer la obra de Sloboda, la editorial donde está editado, a la traductora… ¡oiga, qué más quiere que haga! Me parece que no estoy haciendo flaco favor dándole pábulo a todo ello. ¿Que no fue de mi gusto absoluto? Bien, pero no lo fue tanto por sus personajes y los temas que aborda como por su estilo, su estructura, su modo de narrar, sus confusiones de los puntos de vista narrativos, por la falta de coherencia…
Me da la impresión de que usted no ceja en defender al autor y a los personajes y en criticar las vidas de no sé quiénes (la mía, sin duda no, pues de nada me conoce e ignora mi circunstancia, si negra, blanquinegra, rosa o multicolor). Entiendo que usted traduce a quien mira desde abajo, de rodillas, de quien gusta, a quien admira…, ¡pues espléndido! ¿Sloboda un desconocido en España? Absolutamente. Usted tiene el empeño de que el sentido de la obra de Sloboda, o el sentido con que usted lo ha publicado, es un sentido moral, como ariete y palanca de mejora de la sociedad, para que este caballero mediante su obra nos agite las conciencias… ¡Pues muy requetebién! Ya le escribo, servidor no gasta. Ni quita ni pone. ¿Que era la intención de su autor? Póngale cuarto y mitad de lo mismo.
Y sin embargo –repito- Uršul’a. La vida en rama. Y añado: que escribió Ortega.
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