Esto es tan viejo como el
mundo. Adán y Eva fueron independientes para lo que les interesó. Cuando se estropeó
el invento… ya no lo fueron tanto. La vuelta del hijo pródigo a casa, estuvo
muy bien: muy hilvanaditas aquellas palabras de “Padre, he pecado contra el Cielo
y contra ti etc.”, pero la vuelta se produjo cuando tenía más hambre que un ratón
atado a una pita… Viejo. Muy viejo.
—¿Dónde
vas, Ramón?
—Yo,
a mí avío. ¿Y tú?
—Yo al mío…
El viejo juego del egoísmo
que siempre suma cero. Yo gano y tú pierdes. Se acabó el juego… ¡y todos
perdemos, aunque ni siquiera lo sepamos!
No obstante, y teniendo en
cuenta que “cualquiera tiempo pasado / fue mejor”, ¡a nuestro parescer! El cínico
descaro que ahora observo en la juventud no lo conocí en la mía. Todos los de
mi generación recordamos cómo, por ejemplo, aportábamos parte de nuestro sueldo
a la casa paterna: hiciera o no hiciera falta (¡algunos todo el sueldo!); se colaboraba
en el campo, si era el caso en la familia: en Jaén, con sus setenta millones de
olivos, hay quien nunca cogió aceituna, pero lo normal era que los estudiantes
ocuparan sus vacaciones de navidad cogiendo aceituna y si las olivas eran propias…
¡también los fines de semana! ¿Todo eso ha desaparecido? No se hacen los
jóvenes responsables de las necesidades familiares, de la sociedad… ¡Pues
parece que no! Parece como si no fuera con ellos.
Si no los culpables, sí que
los responsables son quienes debieron educarlos: primera y principalmente los
padres… “No quiero que lo pase mi hijo tan mal como lo pasé yo” y vive el estudiante,
¡o sin estudiar!, como un señorito perdis, sin darle un palo a un olivo, de
paseante en cortes… con derecho a todo.
Siento vértigo al pensar que
vivo en una sociedad de frenético egoísmo en la que esos jóvenes de quienes
hablo se tendrán que hacer cargo de un mundo agonizante ya para mí. Seguro que no
todos son como describo aquí: segurísimo, ¡los conozco!
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