Llevo años haciéndome
una pregunta, que he remitido a otros, que he hecho pública en este blog y hasta
ahora no había podido responder con ciertas garantías. ¿Cómo explicar, me
decía, que ante determinados hechos, los españoles sigan votando cerrilmente al
partido que les decepciona, traiciona, empobrece, miente, engaña, burla, etcétera,
etcétera? ¿De dónde nace ese empecinamiento masoquista? Ante una realidad
adversa, ¿por qué no cambiar el sentido del voto, única arma que nos permite
decir pío cada cuatro años más o menos?
Cuando esto escribo los
tories han sido aplastados en las urnas por los laboristas en el Reino Unido.
No pasa nada. Los derrotados dejan paso a los vencedores, a los elegidos. Es
obvio que quienes en otro momento optaron por los conservadores, ayer lo
hicieron por los laboristas. Han cambiado el sentido de su voto y a seguir
barajando. En España es impensable. He oído a ministros socialistas (Juan
Alberto Belloch), expresidentes socialistas de comunidades autónomas (Rodríguez
de la Borbolla), militantes de a pie… decir pestes del sanchismo que es hoy el
socialismo español, pero que, a pesar de ello, seguirán votando PSOE. Piénselo:
¿votaría usted al rival del partido que votó en las últimas elecciones?
Sinceramente, yo sí. Insisto: ¿Por nada cambiaría el sentido de su voto? Así
es: por nada, seguro que prefiere no votar antes de votar a los otros…
La respuesta a esta
pregunta, curioso, la hallo en un excelente libro: Morderse la lengua.
Corrección política y posverdad. Sacar algo ex nihilo a estas
alturas es imposible. Darío Villanueva, su autor, no inventa, por tanto, nada
nuevo, no crea, pero sí que conoce, razona, infiere y expone una realidad que
da la posibilidad de responder en parte a mi pregunta. Vamos a verlo. Hago un
comentario de las páginas 206 y ss. de su obra que dan cumplida respuesta a la
que ha sido duda mía durante años.
Parte el autor de un
inicio inexcusable. Dice: todos, naturalmente, creemos, cuando escuchamos o
leemos a otro, cuando nos comunicamos con él, que este no nos engaña, a esto se
llama el principio de cooperación y el principio de sinceridad (Herbert
Paul Grice). Usted me lee, sigue mis razonamientos… ¿y piensa que lo pueda
estar engañando, que lo que escribo es una mentira mía? Este principio de la
pragmática lingüística nos remite Truth-Default Theory. A mí, mientras
lo leo, no se me ocurre que Villanueva pueda estar engañándome… El hombre por
naturaleza está orientado a la verdad (Aristóteles: el objeto de la inteligencia
es esta). Esto comporta un portillo abierto a creer en el otro y que el otro,
si malvado y mentiroso, bajo aspecto de verdad, nos cuele las mentiras de su
interés. Aceptada esa comunicación como verdad, aun siendo mentira, opera en
nosotros lo llamado en inglés backfire effect, es decir, la seguridad
absoluta, plena de nuestra certeza hecha verdad y esto se traduce en el sostenella
y no enmendalla y así pulsiones ideológicas o políticas no cambian, aunque
se muestren evidencias factuales que las rebaten: “los demasiado estúpidos no
solo no son capaces de reconocer que lo son, sino que se crecen. […] Seguimos
así las pautas de un pensamiento ilusorio que nosotros mismos nos hemos dado y
que concede prioridad absoluta a nuestras creencias personales frente a evidencias
contrarias”.
En este punto,
Villanueva, introduce una serie de datos sacados de la realidad norteamericana
y habla de una palabra, sin traducción aún al español, truthiness, lo
que según su creador vendría a ser algo así como que cualquier realidad será “lo
que tú quieres que sean los hechos, a diferencia de lo que los hechos son […] porque,
damas y caballero, ¡de aquí viene la verdad! ¡De las tripas!”, según el creador
de la palabra, el cómico Stephen Colbert. Es decir, nuestra verdad, mi
verdad nace de mis emociones, de los relatos que admito y no de los procesos
deliberativos producto de las evidencias que observo.
Se apoya Villanueva en
sus estudios sobre la literatura realista y repite lo que sus investigaciones
le demostraron. El realismo de cualquier obra literaria no está tanto en los
medios que el autor concita: lenguaje, trama, estructura, argumento…, sino “que
reside en la posibilidad, más o menos plausible, de un lector o una lectura
intencionalmente realista” y reproduce unos versos de excelente poeta Ángel
González que ilustran a las claras el hecho:
Al lector se le
llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le
susurró al oído:
—¿Por qué lloras, si
todo
en este libro es de
mentira?
Y él respondió:
—Lo sé;
pero
lo que yo siento es de verdad.
Para Villanueva es
definitivo lo aportado por George Lakoff sobre los llamados “marcos mentales”,
que actúan en nuestro inconsciente cognitivo y nos ayudan a dotar de sentido
todos los estímulos que nos llegan desde el exterior y los encajan o no en
nuestros parámetros personales: carácter, sensibilidad, sexo, cultura,
religión, ideología, interés económico, etc. Si nos encajan los aceptamos y si
no es así los rechazamos por extemporáneos, incómodos, desequilibrantes,
subversivos, etc. Los datos que recibimos, si no encajan en nuestros marcos
inscritos cerebrales, nos ayudan a quedarnos en ellos e interiorizamos parte de
la información, las que nos es amable, conveniente, complaciente, etc. y
rechazamos la otra parte. Si esto es así, añado de mi cosecha, una pregunta:
Luego ¿esos marcos son en parte aprendidos y en parte no…? No cita el
temperamento, la inteligencia, por ejemplo, que me parecen dos parámetros
especialmente relevantes.
“El éxito de un
determinado partido político depende, pues, en gran medida de su capacidad para
adecuar sus propuestas a aquellas pulsiones que están latentes entre los
votantes, pero que se pueden activar si se ponen en juego estrategias
perfectamente estudiadas para ello”. Todo esto me recuerda el condicionamiento
clásico de Pavlov: el votante saliva con solo oír la voz de su amo, de su
líder.
Aquí está sencillamente
el “kit de la cuestión”, que me escribió una profesora, y este quid no
es otro que dar con el marco de aquellos a quienes nos dirigimos y afirmar
solemnemente que los “burros vuelan”, que “el hombre nunca llegó a la Luna”, “que
la economía va muy bien”, etc. repetirlo muchas veces y por muchos medios y dar
con la idea clave que queremos transmitir –que también se puede
averiguar– y así colar lo que les dé la gana a los poderosos
que tienen y manejan estos mecanismos. La economía irá muy bien, pero yo no
tengo ni un euro, podría pensar en el interfecto, pero no lo piensa.
Si yo aprendiese esto,
por no ir más lejos, no pondría tanto empeño en hablar de la verdad, el bien,
la belleza, la buena educación, contra el aborto, etc. porque el marco mental
de titanio de tantos millones de personas no admitirá la verdad por muchas
evidencias que se acumulen. Da igual lo que haga el líder del partido, porque
el marco es este.
Vuelvo, por tanto, a
una vieja idea de Julián Marías, que he citado, comentado, meditado y se ve que
no entiendo y que afirma que “no intente convencer a quien no quiere ser
convencido” y, si, además, le añadimos estos marcos mentales inconscientes… Al
final me he vuelto a asomar y a este hermoso mar que digo descubrir y se llama
Mediterráneo. La montaña parió un ratón.
Gracias
por leerme.
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