Querido charlie:
Alguna vez me comentaste que te habías preguntado cómo sería
el mundo tras tu muerte, qué sería de tus amigos, de tus conocidos, de tu
perro, qué de tus bienes… Qué se diría de ti.
Creo que, mirando qué sucede a
los demás, te podrías hacer una idea de qué te sucederá y me ocurrirá a mí.
Conviene, eso es lo primero, y haces bien, en meditar que la vida tiene un fin,
que no un sentido: la muerte. Esta será la que haga que la vida toda, al tener
un tope, quiera saber de un para qué y, por tanto, necesite cobrar sentido: si
no existiese la muerte, la vida sería absolutamente distinta de como la
conocemos ahora: nada urgiría, todo tendría un valor diferente. Es innegociable
que tú y yo moriremos.
La realidad es que todos tenemos
la experiencia de que se mueren los demás:
¡qué cosas les pasan! Son también los
demás quienes tienen esos accidentes mortales en coche donde todo queda
hecho una pena, incluidos los ocupantes, etcétera. Se mueren los demás, son los demás quienes tienen desgracias irreparables y quienes tienen
la suerte de que les toque la lotería… Eso les pasa a los demás. Olvidamos así que nosotros también somos los demás,
como los políticos también son ciudadanos por mucho que ellos digan que “Los
ciudadanos deben comprender…”, en vez de “Los ciudadanos debemos comprender…”
lo que demuestra, y la lengua les traiciona, que ellos son distintos. Pues
bien, nosotros también somos distintos: se mueren los demás, pero no nosotros.
“En mi casa no somos de morirnos, Loli, ya ves, hija”.
Si haces caso a mi idea, charlie,
cuando nos muramos sucederá como cuando estamos enfermos de cierta gravedad.
Los primeros días, que es cuando peor estás, tras operarte, tras darte el
jamacuco, viene el personal al hospital o a casa a porrillo y tú más bien estás
para que dejen en paz y no necesitas que te vengan a ver, sino para que te
dejen dormir y lamerte las heridas. El teléfono es un no parar, las visitas se
solapan unas a otras, ya no sabes qué has explicado o no de la caída por las
escaleras, “que yo había visto el agua, pero que no pensé que… Que cuando quise
acordar bajé rodando el tramo de escaleras y que ya ves: el pescuezo roto y las
dos piernas…”. Tu prima segunda de Badalona, en el grupo de no se sabe qué, que
hace diez años que no te llamaba, te tiene media hora al teléfono, con un
timbre de voz que te tiene chiflado. Amigos, conocidos, parientes, compañeros,
colegas, familiares de la vecina buscan cobijo en tu casa, o en la habitación
del hospital, con motivo de tu enfermedad: un hormiguero. Pasan los días. Poco
a poco, aunque a veces casi de sopetón… no viene por tu casa ni Blas, tu mejor
amigo. Nadie llama, nadie pregunta. Tú, cada día, más solateras, más aburrido
que una almeja. No te escucha ya ni tu perro… Aliquebrado, desanimado, hastiado,
jodido… ¡hasta sálvese la parte por la enfermedad que no te deja coger el
portante!
Sobre chispa más o menos, que
dicen en mi barrio, pasará cuando adquiramos la condición de difuntos. Los
primeros días, semanas… serán de llanto y lamentos por la pérdida del ser amado
imprescindible; por el hogar no dejarán de transitar visitas que intentan
distraer a los deudos, recordar al finado, sus buenas obras, sus hechos
simpáticos; transcurridas esas semanas, la viuda –es norma que el varón la palme
antes- poco a poco se va rehaciendo y ya no va a diario al cementerio para
depositar oraciones y flores frescas; por casa han dejado de ir los amigos, las
vecinas y hasta el perro fiel, el amigo inseparable…, es regalado por la viuda
a un vecino de la calle: “Se ha adaptado tan bien, que no echa nada de menos ¡y
hasta ha engordado!”. La vida sigue su curso, el mundo no se paró. Todos repiten
aquello de que “Nadie es imprescindible”, “De personas necesarias está el
cementerio hasta la bola”, “No somos nadie”. Al mes, a los creyentes, se les
dicen unas misas de funeral y ahí se echa el resto: quienes no pudieron asistir
al funeral de cuerpo presente… Los comentarios se repiten: “Que parece mentira
que haya muerto…”, “El mismo día que falleció lo vi por la mañana… y estaba tan
campante. No llegó a una hora cuando le cayó la grúa encima”… “¡Cómo pasa el
tiempo! Ya hace un mes que se fue, pobre: con lo simpático que era”… (los
malafollás, gracias a Dios, también se mueren).
Y así, charlie, en cinco meses,
salvo la viuda, si es un primor, no se acuerda del difunto ni su madre… Y es
que, en la vida, ese continuo que no cesa, todo se mueve, todo sigue, estemos o
no… Dado el caso, charlie, como no estarás cuando vayas de protagonista, creo
que no debieras preocuparte de qué sucederá cuando entregues la cuchara y la
petaca: más te vale ocuparte del hoy, que no del mañana que no existe y ese
“mañana” menos que ningún otro para ti.
Tucho Castelo.
qué depre, ley de vida
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