14 de octubre de 2025

547 - Wish, Silvester: JACK KORUAC: BIOGRAFÍA DE UNA GENERACIÓN



Ignoro de dónde arranca mi afición lectora de biografías. Desde que tengo uso de lectura continua, me ha gustado, por norma, no leer a un autor de quien no supiera nada: supongo que es una manía. Me gusta situarlo, comprenderlo en su contexto, en su circunstancia y creo, ¡al menos eso creo!, que esto me ayuda a asentar mejor la lectura de su obra.

Me dice un señor con quien he hablado poquísimo, marido de una amiga, ambos profesores de inglés… que si no conocía a Jack Kerouac, “autor de la generación perdida”. Me quedo suspenso porque creía conocer a todos los autores de esa generación americana así bautizada por Gertrude Stein, la escritora, coleccionista rica y estrambótica y excéntrica americana. “Tienes que leer a Kerouac”.

Investigo un poquito azuzado y animado por la confianza que tenía en ese señor que me hablaba y pido, atolondradamente, una biografía de segunda mano escrita por Silvester Wish, Jack Kerouac, que cuando la recibo me recuerda a las novelas de quiosco de prensa de los años 70. El título se completa con un subtítulo: Biografía de una generación. Cierto que la presencia de las personas o los libros no lo dicen todo de ellos, pero en este caso no me equivoqué por desgracia. La biografía es pésima y me da la sensación de que sigue grosso modo On the Road, la obra de Kerouac, autor de la generación beat.

Sin apenas datos concretos, montada sobre muchas generalidades, pocas fechas… el lector sigue las extravagancias de un tipo insolidario, egoísta, vicioso, perezoso, poliadicto a todo tipo de drogas, que se relaciona con tipos de semejante calaña, que va y viene, que sube y baja, siempre sin un dólar en el bolsillo, viviendo de gañote, del trabajo de su madre, en casa de su hermana y su cuñado, de los amigos… y que, en medio de eso tiene múltiples relaciones con chicas, que se casa de forma irresponsable, que se separa sin más… y que, sin embargo, no se besa porque no se llega, es decir: un tipo que va de escritor genial, a veces retraído y tímido, en ocasiones extravertido. Viaja a dedo por los USA…

Sinceramente alguien así no me resulta atractivo por muy genial que posiblemente su obra sea. Sigo pensando con Platón que el bien y la bondad van de la mano y si Platón no tenía razón ni yo tampoco, reconozco mi rechazo a una persona con ese perfil y sus obras, dado el tiempo que de vida pueda quedarme, no me interesan porque hay otras muchas que sé positivamente de su calidad y quizá no me dé tiempo a leerlas… Pongo las de Kerouac en la cola de mis lecturas y que sea paciente y Dios lo tenga en el Cielo.


5 de octubre de 2025

546 - LA FLOTILLA DE GAZA EN SU LEPANTO DE ESPADAS HECHAS CON GLOBOS

 




Se puso de moda expresión y se usó durante mucho tiempo y en los más inverosímiles contextos: “Si hay que ir, se va, pero ir para nada…”, pues eso: para perder el tiempo quienes lo tenemos tasado no estamos. A los de la Flotilla de Gaza les sobra el tiempo y alguien les ha pagado el sueldo y el viaje y, además, parece ser que han ido para nada y lo sabían desde que zarparon porque precisamente no están entre las más santas madres del convento los soldados judíos y quienes los mandan. Ese muro judío no se salta a la pídola. No, no estaba ni está el horno para bollos. Las autoridades judías mandan hundir la Flotilla de Gaza y ni se cantean: siguen con el desayuno sin parpadear. Gracias a Dios no lo han hecho. Con ellos siempre se vio, desde la creación del estado de Israel, que “molestos los justos”. A cualquier agresión de la índole que fuera, incluidas las más insignificantes por parte de árabes y en concreto de los palestinos, los judíos han reaccionado de forma absolutamente airada, desproporcionada y cruel.

Creo que fue san Juan Pablo II, ese santo mártir, quien dijo que a estas alturas del mundo no era posible la calificado como guerra justa. La guerra sea como fuera es y será un mal, un mal turbio y horroroso, entiendo que inimaginable para quienes no la hemos padecido directamente y en nuestras propias carnes. La guerra entre palestinos e israelíes tampoco es justa. Ni lo sé ni me corresponde juzgar quiénes son los culpables en esta ensalada de muertos que chorrean desde hace muchos años.

No me voy a perder en los dimes y diretes, sin duda, importantísimos, y llenos de claves e intríngulis diplomáticos e históricos que dan la razón a palestinos o israelíes, ninguno, que discriminan culpas y las asignan o exculpan y justifican. Entiendo que, como toda guerra larga, y esta lo lleva siendo desde hace muchos años, larvada o manifiesta, se van perdiendo los motivos que encendieron la mecha y a aquellos motivos iniciales se han ido sumando otros nuevos y exclusivas perspectivas que han dado pie a una continuación obstinada, contumaz y alucinante donde solo se espera ver la destrucción del otro. Me planto.



Era el año que fuese, que me acuerdo, pero más vale dejarlo ahí. Daba clase por primera vez a unos alumnos en aquel instituto. Cursaban 4º de la ESO. Llevaba yo una larga experiencia a mis espaldas y había dado clases a muchísimos cursos muy distintos y de distintos niveles: desde 3º de EGB hasta 1º de carrera en Periodismo. Estábamos en la llamada prueba inicial. Era un tanteo a comienzos de curso para ver qué nivel tenían aquellos alumnos que lo serían míos durante todo aquel año. Les hice preguntas de Lengua, de Geografía y de Historia. No recuerdo el examen con exactitud, pero no olvidaré que la mayoría de ellos desconocían el nombre de las ocho provincias andaluzas, no sabían a ciencia cierta quién era Franco, no sabían qué era el Nilo, no sabían definir un nombre, eran incapaces de escribir sinónimos de palabras corrientes que los tenían abundantes…

¿Por qué saco a colación un asunto con otro? Lo hago para tratar de explicarme cómo es posible que un viajecito para nada, como el de la Flotilla de Gaza, que ha opacado y desplazado de los noticiarios a la guerra de Gaza en sí, ha dado pie a protestas de estudiantes y de gentes por todo el mundo de pronto, de improviso, espontáneamente… preparados por quienes las han fomentado, promovido y pagado. Ni espontáneas, ni improvisadas, ni naturales… Todo este tinglado es un artefacto cuidadosamente planeado, previsto, pagado por quienes sean esas fuerzas oscuras, los poderes en la sombra, que traen y que llevan ¡que nos traen y nos llevan! en veleros y a las norias a todos, sin darnos cuenta. ¿Triste? He visto a los alumnos que han salido en las protestas y me daban ganas de darles un mapamundi mudo y pedirles que me situaran Gaza en él y no lo habrían sabido la inmensa mayoría (tampoco Estambul o Armenia ni ¡Ucrania!)…

Alguna vez escribí al hilo de algo del llamado Sindicato de Estudiantes que nunca lo vi actuar con causa justa entre sus fauces y sus tentáculos. Nunca conocí a ningún representante de él y me pasé 57 años en las aulas. Sí conocí y vivos están por mi ciudad, algunos activistas de la agitprop más burda y chabacana que padecí a finales de los setenta: tipejos pagados por el PCE, pésimos matriculados en la universidad, que nada tenían de estudiantes, pero que venían al instituto a sonsacar y agitar el cocotero para ver qué arañaban ellos de todo aquello. Es curioso que, de tapadillo, siendo yo profesor, quien agitaba a los alumnos en el instituto donde daba clase, poniendo carteles por las aulas, folios incendiarios, cuando estaba vacías, a cencerros tapados… era un pésimo profesor defensor y propagandista del laicismo… a quien Dios también perdona.

En las manifestaciones las veo con su kufiya, ordinarias, casi catetas, con su folio en la mano izquierda con las consignas escritas quizá por otra mano distinta a la suya y su altavoz en la derecha… Son más ellas que ellos y cuando les arriman el micrófono de la tele repiten como papagayos frases hechas contra la barbarie sionista, contra el genocidio, contra el genocida Netanyahu… Hablan de niños que mueren de hambre, de niños asesinados y no puedo menos que sonreírme y me acuerdo de las Cartas del diablo a su sobrino, de C.S. Lewis. ¡Por cierto!: no sé… Veo a miles y miles de palestinos huyendo de la franja y ninguno lleva el pañuelo y los de la Flotilla los llevan de colores: negros, azules y rojos… ¡mira que son fhasion! Me extraña no ver kufiyas teñidos con los colores de la bandera LGTBI, aunque me temo que no transigen mucho los palestinos con aquellos practicantes de esta tendencia sexual, es más: ser homosexual, puede que no lo comprendan las autoridades de los países musulmanes y les pueden incluir en el servicio la pena de muerte, castigos corporales como latigazos, etc. Tampoco está ese horno para esos bollos.

A ver si Hamas suelta a los secuestrados de una vez, acata, como perdedor en las carnes de su pueblo, las condiciones que les imponen los vencedores (que esto siempre fue así), que suelten las armas y las cambien por arados y fábricas y se dediquen a generar la paz junto a los miembros de la Flotilla de Gaza y de las flotillas que busquen una paz limpia, sin trampa ni cartón, sin sesgos ideológicos… Paz es paz.

29 de septiembre de 2025

545 - A usted y a mí nos sobra el tiempo

 

A usted y a mí nos sobra el tiempo

Cuando se habla de investigación suele pensar el personal de tropa en laboratorios, probetas, matraces, vidrios sin cuento, batas blancas y microscopios y los más audaces en ratones y monos. La investigación, suponen, es trasunto de la ciencia, mejor: de la Ciencia, así, con la toga y los ropones de la mayúscula. Me escribía no ha mucho un buen amigo que para él es “un sistema educativo ideal, donde solo hay espacio para la ciencia”. Y me pregunté qué ciencia, pues bajo una afirmación de esa índole subyace la creencia nada científica de que la Ciencia es y ha sido una realidad inmutable desde sus orígenes ¡y nada más lejos de ello! La ciencia cambia evoluciona y es una realidad distinta de un día para otro: no es una foto fija. Lo que hoy se investiga sobre la microbiota o sobre la córnea o los neurotransmisores y sus sinapsis son realidades cambiantes para mañana. Hoy es ayer para el ritmo de evolución científica, por lo tanto, no sé a qué ciencia se refería mi amigo, si a la del siglo V o a la del siglo XXI, pues tan ciencia es aquella como lo es la actual.

En mi investigación científica no hay ni ratones ni matraces ni probetas… Solo un sillón, libros, un ordenador, serenidad y notas, algunas notas que voy tomando de la realidad en torno. Ideas sueltas, deshilvanadas de momento, sujetas en papeles volanderos o en hojas del ordenador. Mi ciencia viene de la cepa clásica que pretende conocer con orden la realidad que me rodea, con amor a la verdad y a la sabiduría, ergo la Filosofía. Esa realidad de mi entorno que palpita o cesa su movimiento. Se asoma y desaparece y yo me pregunto ¿por qué ocurrirá esto? ¿A qué se debe? ¿De dónde parte? ¿Por qué cesó? ¿Por qué se queja si lo tiene todo? ¿Por qué es feliz y está enfermo? Parte mi ciencia de un saber no servil; es especial para el memo aparentemente inútil o, al menos, no útil. Es la mía una ciencia liberal, propia de los aristócratas del saber.

Reconozco que me gustan las palabras: en español mi ciencia, como sustantivo, está tomada del lat. scientia ‘conocimiento’, que a su vez deriva de sciens, -tis, ‘el que sabe’, participio activo de scire ‘saber’. La usó por vez primera en el castellano del siglo XII un fraile en el monasterio de San Millán de la Cogolla, mi amigo Gonzalo de Berceo. Me gustan las palabras porque son la herramienta que mi ciencia usa para saber y me importa, sí, valoro muchísimo la verdad: conocer la verdad, saber el intríngulis de la verdad, si es posible no mezclada con cera… verdad sincera, sin mixtura alguna… Me apasiona, de ahí mis investigaciones que acometo y persigo con palabras, escribiendo, leyendo, preguntando, mirando…, pensando y rectificando cuando me equivoco o mi investigación demuestra que todo avanzó.



¿Quién no ha oído infinidad de veces “No te llamé porque no tuve tiempo”, “Sentí no ver a tu padre porque carecí de tiempo”, “Lamento no haberte hecho el trabajo porque me cogió el tiempo”, o peor aún: “A ver cuando tenemos tiempo y quedamos para vernos/tomar algo/comer…”, ¡ay el toro del tiempo! Lo oímos, lo decimos, nos lo dicen…, pero ¡qué hay de realidad, de verdad, tras esas afirmaciones! Estamos en el momento actual en tiempos donde la prisa arrasa con su triunfo, nos arrastra, nos lleva en volandas… Todo es tan urgente como importante, pero sobre todo urgente, ¡urgentísimo! Cuando se pide o encarga algo y se dice: “No corre prisa”, quien nos hará el servicio se asombra: ¿¡De veras!? ¡Aquí todo el mundo viene con prisa!”. Todo en realidad es pedido para ayer, ni siquiera para ya. ¿Quién soporta la espera, la paciencia serena de que la realidad discurra? ¡¡No tengo tiempo!! Hoy es el tiempo de la prisa, ¿no ayer? ¿Quién se atreve a afirmarlo? Hablan de la importancia para valorar el tiempo, especiado y trufado de prisa, con la creación del reloj; con el valor con que dotó al trabajo el calvinismo… El triunfo de la burguesía que dotó a sus iglesias y palacios de relojes que medían el tiempo de otra manera distinta al madurar del melocotón, el higo o de granar el trigo. Esos son otros medios de medir el tiempo.

¿Qué oculta esta realidad, verdadera o falsa en boca de quien la expresa, estas manifestaciones cotidianas que se dicen y transmiten con cara de velocidad? “Cuánto más corro, menos tiempo tengo”. “Me levanto más temprano que nunca y no llego a nada…”. “Me paso el día haciendo cosas y termina el día y parece que no he hecho nada”… ¿Es verdad o es un hipérbole… ¡una exageración!? Me acuerdo del farolero con quien se encontró el principito en aquel planeta que se cruzaba en tres trancos y, sin embargo, carecía de tiempo: no vivía, no podía dormir, no podía parar.



Estas excusas, estos pretextos considero que, en un tanto por ciento altísimo, se expresan y dicen de corazón, con ánimo de verdad, con la certeza (que es una verdad subjetiva, particular) de que efectivamente se carece, se careció de tiempo para lo que quiera que fuese. Quien lo expresa no miente: es posible que se esté justificando “Es que no tuve tiempo de/para…”, pero en realidad lo que ocurrió fue que no le dio ocasión, oportunidad a que ese quehacer que quedó en nada, que no fue, se convirtiera en realidad, porque optó por otro asunto, ¡el que fuera!, es decir: Tiempo sí tuvo, pero no le dio oportunidad… ¡no halló la oportunidad de o para… lo que quiera que fuese! Se trata de darle oportunidad, prevalencia a aquello que no se realizó y se optó, se eligió otro quehacer. No fue un problema de tiempo, sino de elección.

Por tanto, ese “No tuve tiempo” oculta una elección que se hizo bajo la estimación de que había otra realidad más importante. El sujeto, quien esto afirma, usted o yo, elegimos, estimamos y dimos más valor (¡sí, esos valores que dicen que no existen!) a tal realidad, quehacer, actividad por encima de aquello por lo que nos estamos excusando de no haberlo hecho.

¿Se hizo por maldad, de forma, si se quiere, explícita y consciente? No, posiblemente no… Se hizo sin más, dejándose llevar y por eso no pasamos a recoger o dejar un paquete, no nos llegamos a ver al amigo en el hospital o a la madre del conocido… y resumimos con un “¡Menudo lío tenía!: no tuve tiempo”. Lo siento, no. Usted o yo elegimos lo más fácil, lo más cómodo, aquello que nuestra estimación puntuó y valoró más alto, ¡por lo que fuera!, más alto que aquello otro y de ahí la determinación que tomamos. No le dimos oportunidad para ser a eso que eludimos, eso que quedó en nada: La comida de amigos que nunca llega, la cerveza que nunca salió del grifo, la charla que no nació… “Lo siento. No tengo tiempo”.

No nos vemos porque no tenemos tiempo: falso, debemos darnos una oportunidad: hay que meter ese rato en la agenda ¡y cabe! Dejamos de llamar por pereza, porque tenemos la cabeza en nuestras cosas. “Me encanta leer…, ¡ay si tuviera tiempo!”: falso, dicho sea sin perdón. Usted no le da oportunidad a ese libro que hace años que lo mira desde la mesa, la estantería… Dele un oportunidad a ese amigo. Valore la lectura por encima de esa serie de tal o cual plataforma y verá cómo sí dispone de tiempo. Busque la oportunidad para pasear con su hijo o su hija o de tomar un café con su esposa… ¡a solas!, aunque no hablen de nada trascendente o, incluso, aunque no hablen. ¡Qué hermosa oportunidad!


La próxima vez que afirme con seriedad de hombre de negocios, como ese otro personaje de El principito, que no tiene tiempo, que su trabajo, que su vida… son serios, dele una oportunidad a aquello otro que no lo es tanto, pero merece su atención, otórguele una oportunidad. ¡Y buena suerte! No ceje ni desista en el empeño.



27 de septiembre de 2025

543 -Como EN EL CAMINO de Jack Kerouac

 


Crucé desde el valle del Guadalquivir, donde los moros, al valle del Lena donde los astures y don Pelayo batallaron. Vengo de vuelta al sur. Me fascina el paisaje: ¡qué hermosa y variada es mi patria! Siento un piadoso orgullo de su historia y mis antepasados. No vibra en mí de modo distinto y no reniego de Alhamar, ni de Fernando III, el santo, ni de don Pelayo. Somos lo que somos y tenemos lo que tenemos. También me enorgullecen, por la fraternidad, tantos bienes de tantas y tantas naciones.

Partimos a 8⁰ de temperatura. El coche no va tan lleno en los retornos. De inmediato empiezo el ascenso a Pajares. Lo atravieso en un día muy gris. Llueve y el cielo está muy plomizo. Imponentes montañas. Imposible cazar perdices en mano por sus laderas, calculo. No debe haberlas ahí. Pienso en escribir esta página al hilo de On the Road de Kerouac, me refiero al viaje: ignoro el contenido porque no leí libro alguno de yanqui. Me cae mal este escritor como persona. Como escritor no lo conozco: no lo he leído, insisto. Ya comprendo que la biografía que adquirí no es la mejor, pero es la que encontré en español y no lo pinta como modelo de casi nada bueno.

El limpiaparabrisas no cesa porque tampoco lo hace la lluvia. Me pregunto cómo será la redacción bop[1] que dicen que hace: no me hago idea. He buscado On the Road de segunda mano en Iberlibro: es barato, pero no dispongo ahora de tiempo para leerlo. Me pica la curiosidad. El autobús que me precede en el ascenso por la autopista pajares arriba va justo a cien kilómetros por hora, con un carril cortado, me está echando agua y suciedad al parabrisas. Me distancio. La pendiente de las montañas en impresionante para quienes no estamos acostumbrados a ver macizos de esa envergadura. Las montañas semejan la medida de las mujeres y los hombres de por aquí: son altos, pero, sobre todo, yo diría que grandes. Ya me indica la señal el final de la obra. Tenemos dos carriles. Pilar va callada. Adelanto sin temor alguno al autobús. Llueve. Al coche le sobra fuerza. Sobrepaso con elegancia al autobús. ¡Es un bicharraco grande, moderno y nuevo! No le he mirado la matrícula a pesar de haberlo llevado tanto rato delante. Ahora un Audi me adelanta audaz. “Corre. No te cortes”. También un Golf me pasa: tengo cierto reparo y temor a esas curvas mojadas de las primeras aguas: no olvido el aquaplaning que me hizo este coche estando casi nuevo… Lo recuerdo (No lo olvido = Lo recuerdo). Si habré hecho kilómetros en mi vida y nunca me había pasado. Coche grande, pesado, ruedas nuevas y un inolvidable e incontrolable baile sobre la calzada que se saldó con un parachoques delantero nuevo y dos ruedas reventadas. Gracias a Dios no pasó nada más. Imposible cazar perdices en mano aquí. Kerouac, ¿cómo será su libro En el camino? No sé si optó él, como estoy haciendo yo, por párrafos largos. Necesito saciar mi studiositas, y busco el libro en Internet: tengo suerte. Doy con él en pdf y leo algunos párrafos: no dispongo de tiempo para más.

Pasado el puerto, donde hemos estado a 7⁰, el sol me entra alentador y molesto por la ventanilla izquierda. Siguen sin terminar de arreglar el desprendimiento de piedras y tierra que hubo en noviembre del año pasado, creo que fue, y que cortó un sentido completo hacia el norte de la carretera. El bocado en la montaña es enorme. Al dejar el puerto atrás el cielo despejado empieza a azulear. Con los rayos del sol, los bosques de las faldas de las montañas ya no están tan tristones: aquí, en el norte, la luz es distinta, como si tuviera menos vatios o algo así. Se ven manchas de árboles de hoja marrón: no me había fijado antes. Hoy empieza el otoño. Esta tarde en la radio dicen. A las veinte y algo. Hoy viajo, hoy termina el verano y hoy lo veo. Muy bien, pues aquí estamos para pasarlo porque detenerlo no podemos.



La radio no deja de dar noticias sobre los aparatos electrónicosa que llevan las mujeres maltratadas y sus maltratadores. Unas pulseras que ha comprado este gobierno en los chinorris y que, claro, funcionan acordes a su precio: estilo Zapatero. Como los alicates que Manolo apretaba y se partían como si fueran de chocolate. Me entran ahora, mientras escribo, unos wasap de Pilar. Ella no habla apenas conmigo mientras viajamos. Lleva dos teléfonos móviles en las manos o en el regazo para avisarme de los radares y los posibles obstáculos, para buscar gasolineras, dónde tomar algo… Lo hace muy bien. Nunca se duerme. Por el otro teléfono va haciendo gestiones de compras y ventas de aceite. Me cansa esto de su empresa: está de vacaciones, está en su tiempo libre, pero no deja de recibir llamadas que, según ella, no puede dejar de atender y ocuparse de las demandas que le hagan. A mí apenas me habla.

Dejamos atrás Pajares y el paisaje es otro, la montaña se convierte en campos de labranza. Pienso en la posibilidad de buscar un coto en León donde haya conejo. En Asturias no hay conejos silvestres. Me pregunto por qué será eso. No tengo ni idea. Si puedo, lo tengo que preguntar. A ver si la IA no se lo cuaja y me entero de algo. Mañana tengo una presentación de un libro de Juan Eduardo Latorre y el grupo de “Los sueños de Vandelvira”. Esta Castilla que atravieso siempre me lleva, desde que subo o bajo por aquí, a Delibes. Especialmente cuando paso por esos pueblos camuflados con el terreno, cargados de muros de tapiales muchos de ellos mordisqueados por el tiempo, por el dolor de los hombres que ya no están, que ya no son; de color tierra, de iglesias que no se sostienen, de campos de cereal. No obstante, hay campos también con algún olivar. Algunos pinares. Ya veo algunos conejos atropellados en el firme. Miro a los taludes y veo madrigueras, “bujeros”, pero no veo conejos. Sería normal verlos tomando el sol en los taludes: sigue haciendo frío, no pasamos de 10⁰. La temperatura ha subido. Un campanario completo. Rezo una comunión espiritual. Pilar me pregunta cómo voy. No voy mal. Hoy me levanté con sueño. No le he dicho nada, pero me he echado Nescafé con cafeína y no he notado nada particular. No se lo oculto, sencillamente me callo, si se lo dijera me diría que luego no voy a dormir, que voy conduciendo y que ha sido una imprudencia tomarlo. No hay aceite lampante, la oigo que dice. Es decir, que lo hay, pero peor y caro: no tiene salida. El vendedor se niega a mover un kilo hasta mediados de semana. Estamos a lunes. Se van viendo las vides en espaldera. Veo choperas pobres y desgalichadas: Machado y los campos por donde cruza Caín. No veo viñas de vaso. Supongo que aquí estarán todavía con la vendimia. Miro las pámpanas y pienso en las vides de La Mancha: espero que se arranquen bien los conejos de ellas, quizá alguna perdiz: es difícil darle caza a un conejo que va zigzagueando entre las vides. Es difícil darle caza por mucha calma que se le ponga. O se equivoca él no te da ni oportunidad para tirarlo. Me apetece cazar. El sol va levantando desperezado y amenazador. Me persigue a ratos la muerte de Rafa C. Van incorporándose más coches a la carretera. La circulación va bastante fluida.



Me paro y corrijo porque veo que estoy empezando tras punto muchas oraciones con “No”: eso hay que cambiarlo, ponerla en enunciativa afirmativa. A veces es cuestión de caer en la cuenta. Supongo que no exterioriza un sentido general negativo de nada en particular. Digo. No lo he pensado. Tengo que dedicarle tiempo al concepto de “oportunidad”, en tanto que momento adecuado para hacer algo: cuando no telefoneo a alguien no es por falta de tiempo -y van dos noes-, sino por falta de oportunidad, de hallar el momento idóneo. Me acuerdo de mi tío Juanmanuel y pido por él y por mi tía Ivette. Ahora me ha dado por echar de menos una infancia que me hubiera gustado feliz, porque no la tuve así (¡otro no!): “porque no la tuve así”, “porque la tuve desgraciada, infeliz” y se acabó el “no”.

La temperatura sube. El cielo tiene su azul característico de llano en calma. Voy cómodo. Pilar, como solo hemos tomado un café, sugiere la posibilidad de parar en un pueblo muy conocido, cuyo nombre he olvidado. Y así se queda. En él vamos a echar gasolina de bajo coste y tomar un bocadillo. Observo a los clientes: menos una señora con mono, el resto todos varones. Esta gente es más contenida que en el sur. Ignoro si es un tópico que quiero ver en la realidad y que esta no es exactamente así (¡otro no se ha colado!). Son parcos en palabras y gestos. Tomo una cocacola cero cero: lo que llamo una cocacola sin cocacola. El bocadillo, de tortilla francesa, con jamón en lonchas y pimientos verdes y rojos me apetece, pero me resulta amenazador para la resistencia de mi estómago: ¿Cómo me sentará? Lo veremos en el siguiente capítulo.

En la parada saco a las perras que hacen pipí. Donde las bajes ellas se contentan. Huelen aquí y allí. El trozo de campo donde… ¡Medina del Campo se llama el pueblo! Ellas tan campantes. Pilar les trae un cuenco con agua por si quieren beber. La desprecian tras olerla. Vuelven a su caja. Yo al volante y Pilar al asiento del copiloto. He conducido algo más de dos horas. Vamos bien. Vamos a cruzar Madrid en buena hora. Cogeremos la R-4. Es mejor. Me acuerdo de Juanete y su hermana. Sigo pidiendo al tío Agustín Alcalá Henke.

Poco a poco van apareciendo naves y naves de industrias que no sé a qué se dedican, qué producirán. Camiones en fila esperan ser cargados o descargados. Me dan ganas de decirle a Pilar que tome nota de sus nombres y luego investigar algo. Callo. Me resulta atractivo saber de todo y conducir me agrada, pero es aburrido. Veo más conejos muertos, aplanchetados en la carretera. Están por tramos. Seguro que en León podría encontrar un coto con algo de caza que esté a una hora de La Pola y cazar allí y hacer algunos amigos… ¡Me gustaría! Lo apunto mentalmente y luego lo anoto en la agenda. No dejo de mirar el mapa del coche, es decir: oración sin no: “Miro casi de continuo el mapa del coche”. Pilar me advierte de amenazantes controles de velocidad. Llanos espléndidos en carreteras magníficas, pero hay que reducir a 100. Cierto que hay tramos en los que el firme está bronco y nada suave. Me gustaría contar cuántos radares hay en la carretera desde el punto de origen hasta el de llegada: desde Jaén a La Pola. Los instalan, dicen, para la seguridad de los ciudadanos, estoy…, es decir, sin no: “Son radares recaudatorios”. Los ciudadanos pagamos y vamos acojonados, quizá sería más elegante escribir: atemorizados… Te ponen una multa de 200 napos y te quitan seis puntos y te hacen un roto. Empiezo a ver palomas torcaces. Más a medida que nos acercamos a Madrid. Me acuerdo de José Manuel U., que se ha casado no ha tanto (“hace poco”) y que tiene algún coto en las cercanías de Madrid. Rezamos el Ángelus.

No he visto ni un Subaru. Veo muchos coches chinos que me adelantan o adelanto, ¡digo que serán chinos!, aunque reconozco que ya ignoro muchas de las marcas y nombres de los coches que viajan a mi par, por delante o por detrás. Pilar dice que empieza a tener calor. Pues sí. Hace calor dentro del coche, pero la temperatura es más baja que en la calle, según reza en el tablero del coche o como se llame. Aquí sí hay fincas preciosas para cazar la perdiz y el conejo: preciosos estos campos.

Bajamos a Aranjuez: me acuerdo de la esposa de Pedro Salinas que se tiró de una barca ahí con intención de ahogarse… ¡el poeta enamorado a los pies de su alumna americana Katherine Whitmore! Qué desilusión tan enorme cuando supe con detalle de todo esto y leí el libro que ella escribió: el poeta de La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento… cayó para mí como caen los ídolos con los pies de barro. Las perras en el coche no dicen ni guau. Silencio. Duermen. Viajan por toda España: van a la playa, a la montaña, a cientos de kilómetros y como si nada… Ellas dos metidas en su trasportín duermen. En realidad, como todos los animales se duermen cuando se aburren. Véase el hombre.



Vamos a parar a comer en casa en Castellar de Santiago. Descansamos y luego seguimos viaje. Ya estamos a una hora de Jaén. Justo para comer aquí, y tarde para hacerlo allí -viene a decir Pilar.

Me parece acertado bien visto… Ya de vuelta en la carretera, esta nos lleva de oca a oca, nos conduce hacia un oeste donde el sol se esconde algo. Este tramo de carretera me la sé de memoria: estamos en el hogar.

 



[1] Leo que es un tipo de jazz.

4 de septiembre de 2025

543- AL INICIO DEL CURSO 25-26

 


               


        Los dos últimos meses los he ocupado, como era norma cuando me dedicaba a dar clase, en escribir y escribir y escribir. “Generar texto” lo llamo yo. El verano era idóneo para dedicar muchas muchas horas a diario para redactar y no perder el hilo. Escribir sin apenas corregir, sin releer: avanzar en la novela o en el texto de que se tratase. Luego vendría el invierno y ya, poquito a poco, iba corrigiendo y releyendo. Rara vez elimino textos grandes en lo escrito: es decir, párrafos completos; no es normal.

        Este año ha tocado por razones meramente casuales y temporales que escribiera en julio y agosto. He tenido, además, tiempo para revisar el texto completo no es muy largo: no llega a 150 páginas. Le puse por título De tutorías y preceptuaciones. Ensayo sobre una experiencia: aun no me sé bien el título, no estoy familiarizado con él.

        Cuento en el libro lo que ha sido la experiencia que he tenido durante mis años como alumno y, sobre todo, como profesor en la enseñanza privada (24 años) y en la enseñanza pública (16 años). Hago una distinción entre qué es un tutor y qué es un preceptor y de dónde vinieron ambos roles que se diría en inglés. Esa función que un profesor asume como orientador personal de un grupo de alumnos o de alumnos individuales.

        Preceptor es palabra que hallamos en lengua romance en torno a 1438. Esta palabra deriva de praeceptus, -ūs, íd., derivado de praecĭpĕre ‘tomar primero’, ‘prever’, ‘dar instrucciones, recomendar’. En España, por lo que a mí me interesaba, esta palabra entra en la educación y la formación de alumnos, de la mano de una persona que yo conocí, José Luis González-Simancas, profesor que venía de Inglaterra, y estuvo en los inicios del colegio Gaztelueta en Bilbao y terminó sus días dando clases en la Universidad de Navarra. Su pasión era la formación y le atraía especialmente la formación de formadores… Formar personas, ayudarlas a crecer humanamente era su pasión. Y a ello dedicó su vida. Allí, en el citado colegio bilbaíno, en el año 51, quienes atendían personalmente a los alumnos recibieron el nombre de preceptores.

        La Ley de Villar Palasí, del año 70, fue expandiendo el término tutor para quienes realizaban la función del preceptor. De este modo pasaron a ser tutores por extensión los profesores de la enseñanza pública (¡tardaron años en cuajar… a su manera!) y los de la privada que también por no sé cómo ni por qué… ¿por ósmosis?, quizá por analogía, se empezaron a llamar también tutores. A finales de los años 70 yo tuve en el instituto tutores. Las funciones de unos y otros no han tenido nada que ver unas con otras, salvo lejanos parecidos. La palabra tutor, por no irnos muy lejos, deriva de Intueri y esta de tueri, que además de ‘mirar’ significaba ‘proteger’; de ahí tutor, -ōris, ‘protector’, de donde el castellano tutor y que podemos hallar en 1490 en la Celestina de Rojas.

        Todo esto viene a darle la razón al libro del Eclesiastés donde hallamos la referencia clásica de que no hay nuevo nada bajo el sol. ¡Es lo que hay! Lo siento por los creadores de lo novísimo: si rascan un poco verán que no… ¡que ya existía!

        Los tutores o preceptores, que ignoro cómo se nombrarían, los hallamos en la Grecia clásica… Ignoro si existe una historia de la figura del tutor a lo largo de los tiempos. Lo voy a mirar en Internet. Hallo generalidades y un texto breve de una autora que me ha ayudado -y le vuelvo a dar las gracias- en algunos detalles a la hora de escribir mi obra: me dejó usar su tesis doctoral que me sirvió precisamente para sacar unas pinceladas sobre esa función tutorial o de preceptuación en la España desde el XIX y el XX a esta parte.

        El hecho es que en el libro que he escrito he contado cómo hacía yo las preceptuaciones. Ahí están mis preceptuados vivos y coleando como testigos. Los pasos que daba con los alumnos que eran mis preceptuados o tutelados. Con sus padres. De qué hablábamos, qué queríamos ellos y yo, él y yo, uno a uno… En fin.

        También cuento lo que hice como tutor en la enseñanza pública, pero esa función era más conocida, más rutinaria, prácticamente burocrática, despersonalizada…, por mucho afán y cariño que yo quisiera ponerle. En la enseñanza pública es imposible la preceptuación.

        Ahora hay que buscar cómo darle cauce a ese libro que nació con vocación solo de servicio. Me lo pidió alguien para ayudar a cuantos se dedican, dicen, a preceptuar alumnos y no tienen ni idea, por lo que he comprobado y por lo que me dicen otros de lugares de España…

        Mientras escribía esto, para desengrasar, he estado escribiendo las DECLARADAS que colgué en el blog. Me han servido como distracción, pues no me gusta andar enfrascado en lecturas de libros mientras escribo una obra. Antes pensaba que lo hacía para que no influyera el estilo de ese otro autor, pero no era eso…, creo haber descubierto con el paso de los años. LO hacía por algo más elemental: porque no era capaz de sacar la cabeza del todo de los textos que escribo. Estas DECLARADAS, han sido rajadas de mí mismo, opiniones sin ambages, que es el mismo estilo del libro sobre las tutorías y las preceptuaciones. “Alcalá puro” o “Puro Alcalá”, dijo uno tras leer el prólogo. Me parece bien. Poco a poco no está de más que uno antes de morirse sea más y más uno mismo en todo y para todo… también a la hora de escribir. Cierto que los sabores fuertes, la sinceridad, la franqueza repugnan a los espíritus pusilánimes imbuidos, sin saberlo, del marxismo de lo políticamente correcto… Lo siento.

        41 declaradas y ni una más. Se acabó el libro De tutorías y preceptuaciones. Ensayo sobre una experiencia y se acabaron las DECLARADAS… y empieza el curso y el tiempo de la lectura, espero, sosegada, tranquila… Vamos a verlo si soy capaz.