Es imposible precisar desde
cuándo sé yo de la existencia del Santo Rostro en la catedral de Jaén. Entiendo
que desde que tuve noción de la realidad religiosa supe que un pliegue del paño
de la Verónica se encontraba en mi tierra. Mi tercer cole, de tan agridulce
memoria, se llamaba “Santo Rostro”. Decían, o eso recuerdo, que fueron tres los
pliegues donde se quedó reflejado el divino rostro: el citado de Jaén, uno que
había en Roma y otro que se perdió en un naufragio, decían. También supe que
los viernes se podía besar el Santo Rostro en la catedral y recuerdo que decían
que se formaban colas grandes para besarlo. Nunca me llevaron mis padres, nunca
fui por mi cuenta.
De un tiempo a esta
parte, por circunstancias que ahora al caso no vienen, voy con frecuencia a la catedral
a misa y los viernes durante la celebración de esta se halla el Santo Rostro
allí expuesto, en el presbiterio. Me causó cierta curiosidad saber más sobre
esta reliquia, su origen, etc. y mi amigo Arturo Aragón me regaló el libro que
ahora comento: la generosidad no tiene límites en algunas personas.
Conozco al autor de haberlo
leído, de haber comentado de él… o haber oído hablar de él. Me parece correcto
el libro. Interesante, quizá un tanto ¿anticuado? Ignoro si se han hecho
investigaciones posteriores sobre la jaenera faz de Cristo a las que López
Pérez cita en su obra, no obstante, con lo ahí dicho me queda claro, cosa que
ignoraba, que la Verónica no existió o no al menos históricamente… y que el rostro
de Cristo no es sino un icono del siglo XIV: una pintura de las muchas que se
hicieron como copia del Santo Rostro marcado en la que hoy conocemos como la
Sábana Santa de Turín. Eso es todo.
La tesis y el modelo del
Rostro de Cristo que se halla en Jaén es, el más aceptado, que “el vera icono,
la verdadera imagen, del que derivará el vocablo Verónica” es una copia de uno de
estos retratos que fue llevado desde Constantinopla a Roma donde empezó a venerarse
como la Sancta Facies, el Volto Santo o simplemente la Verónica
(el verdadero icono).
Por toda Europa empiezan
a difundirse a partir del siglo XIV copias de la Verónica de Roma junto a múltiples
y devotos iconos, copias orientales del rostro que figura en la Sábana. Una de aquellas
tablas llegaría a Jaén a finales del siglo XIV, quizá a través del obispo don Nicolás
de Biedma.
No soy persona devota
de ninguna imagen en particular: me resulta atractiva la Virgen de la Cabeza
por tradición familiar, me resulta simpática esa imagen chiquita y morena en una
sierra tan agradable para mí… y nada más. Insisto carezco de devoción
particular por ninguna imagen: ni los crucificados, ni las vírgenes de lo que
sean… nada… me mueven sino a rezar, a pedir: sea la imagen que sea (y si es
posible que sea artísticamente bella). Es lo que hay. Es por ello que no acudo
a procesiones. Los gritos, las risas, los chicles, los empujones, las pipas, el
carrillo de chuches que las cierra (o cerraba: hace años que no asisto a ninguna)
me echan p’atrás y para pasar malos ratos no está ya este que suscribe.
Recibo la bendición con
el Santo Rostro cada viernes con la piedad y la devoción que el acto requiere,
rememoro las horas amargas de la pasión de Cristo por redimir a la humanidad y
agradezco a Dios Hombre el habernos dejado estas muestras de su paso por el
mundo.
Oración
al Santo Rostro
Que se venera en la Catedral de Jaén
«Te adoro y bendigo, Señor mío
Jesucristo, porque me has redimido
con
tu pasión y muerte.
Venero el sudario en que fue impreso
tu
preciosísimo rostro ensangrentado
y escupido.
Imprime, Señor, tu sudario
como un sello en mi corazón
y
sea constantemente y en tu presencia
el objeto de mis meditaciones
y brote de ellas el fuego de tu amor.
Mézclese la sangre de mi corazón
con la sangre de tu rostro
y únase mi amor a tu amor,
para que te ame con todo mi corazón,
todo mi espíritu, toda mi vida
y con todas mis fuerzas».
Amén.