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9 de enero de 2019

CHARLIE-SALIDA-337- LA MUDANZA INTERMINABLE




Si les dijera que les voy a hablar de un pájaro llamado científicamente pica pica, posiblemente solo les suene a los polvos de tal nombre que los Hombres G popularizaron hace muchos años. No: el pica pica del que deseo hablarles es la urraca común…, la picaza de Castilla: tal nombre lo aprendí en los libros de Delibes cuando era yo apenas un niño. De la urraca siempre se contó, como rasgo especialmente distintivo, que todo cuanto brilla lo coge con su pico y lo atesora en su nido… No tiene esta ave un vuelo hermoso, ni grácil, ni veloz. Su canto es horrísono y nada armónico: más que cantar chilla. Llama la atención su plumaje blanco y negro, su larga cola con irisaciones de azul que también se reflejan en sus alas. Reconozco que no me es agradable el avechucho.

Seguro que algunos de ustedes se habrán visto obligados a hacer alguna vez en su vida una mudanza, pero ¿han hecho una mudanza de casa ajena? La casa de sus padres que abandonaron hace décadas, la casa de un hermano caído en desgracia, la casa de la abuela que permaneció cerrada durante décadas y que, ya muerta, en la residencia… alguien debe desmantelar. Estas mudanzas son terribles. He estado en estas semanas en una de ellas. Uno carece absolutamente del discernimiento y el criterio necesarios que invita a guardar tal o cual objeto, o escrito, o libro, o el retrato, o bien tirarlos todos y todo a la basura. ¿Qué hacer con el cuadro -pésimo- que repescado de un regalo de bodas aterrizó hace treinta años en el hogar familiar con motivo de la boda del hermano mayor? ¿De dónde saldría el puñetero cuadro? “Es un óleo”, se apunta. Tres mudanzas posteriores se hicieron desde que llegó al hogar y sentó plaza como uno más de la familia: en ninguna de ellas se perdió; nadie se atrevió a decir que la basura era su espacio natural más idóneo; y nadie intenta ahora, tras ser tan de la familia, ponerlo en la puerta de la calle: seguro que no se lo lleva nadie ni por piedad. Hemos abierto el cajón de una cómoda, siempre tan cerrado como misterioso, y ¡oh feliz hallazgo!: invitaciones de bodas de los hijos, cinco copias del menú de la boda de la tita que nunca volvimos a ver, unos bolígrafos de propaganda con la tinta seca, una baraja de cartas a la que le faltan los ases… y una guía de teléfonos donde más de la mitad de los abonados en ella están muertos y el resto carece de teléfono fijo. Pero, ¿y la maleta del fondo del trastero que pesa más que una vaca ahogada? ¡Ahí, seguro, que está el tesoro de la prima Angélica! Efectivamente, un riñón nos cuesta tirar del maletón: ¡vaya si pesa!, y su contenido se mueve como un objeto solo al compás del vaivén…, ¡la mar y los barcos!: discos de pizarra del gramófono del abuelito que se perdió en la guerra… de Cuba, coño, pero ¿quién ha guardado esto aquí durante décadas? Quien lo empaquetó se olvidó de aquello y ahí siguió hasta hoy, cuando absortos y asombrados tres de nosotros miramos la maleta, los discos y nuestras manos sucias de tanto polvo…

Cartas con remites distintos y apellidos que nos son familiares o absolutamente ajenos. Fotos de personas que no conocemos ni tenemos posibilidad de ubicar en la familia, entre los amigos de los abuelos. Escritos de papá, entonces novio, dedicados a la madre novia… Libros dedicados por personas que desconocemos, con títulos sugerentes, con títulos algunos que invitan a tirarlos…: El ajo perruno (Allium sphaerocephalon) y su cultivo en el bajo Guadalquivir. Una foto de mamá joven apoyada en la barandilla de un parque con su mirar cargado de futuro y una sonrisa ajena a tantos sufrimientos como después llegaron. Un listado de los primos que vinieron a nuestra boda: algunos de ellos ya murieron, con otros apenas tenemos relación y de otros sabemos de navidad en navidad (felicidades): es la vida.

Miramos durante largos minutos la interminable mesa de una familia numerosa de antes: sobre ella hay decenas de objetos de lo más variado. Allí se han ido dejando los objetos pequeños que ocupaban espacios en baldas por toda la casa. Imposible una pauta que dé coherencia al batiburrillo: un pequeño chino siempre alegre, unos patos de cristal de murano rotos, imanes que recuerdan el paso por Lieja, Oporto, París, Londres, Fuengirola, Moscú, La Coruña… Un jarrón metálico con una flor seca cuyo significado ignoramos. Unos soldados de plomo grandotes y vistosos: a uno de ellos, en un despiste, le han birlado el arma. Ceniceros inútiles en un tiempo en que ya nadie fuma en casa: de plata, de propaganda, de México D.F., con forma de barca. Figuritas de distintas facturas y materiales, ninguna excepcional, ya a estas alturas del despojo: queda lo que arribó a esta playa tras rodar por muchos puertos. Una pareja de viejos en barro mira a ninguna parte. Un chico joven con aspecto años sesenta parece perdido entre un tintero y una cajita de madera. Varios mecheros de sobremesa que nunca vimos encenderse esperan turno. Dos abrecartas sin filo, y uno despuntado, conocieron tiempos mejores. Varios lápices y bolígrafos distintos. Agendas sin usar de años que ya fueron. Relojes parados sepa Dios cuándo.

Opto por no entrar en la cocina donde tantos y tantos ratos excelentes vivimos muchos juntos. Desde el comedor veo que el expolio ha llegado a los altillos. No quiero ver ni saber más nada. Me rindo. Imposible agotar muchas décadas de muchas vidas en unas semanas de mudanza. Imposible llegar al fondo de tantas realidades que son recuerdos, vivencias, memoria, evocaciones…

No, ya hubo quien se encargó de las ropas de papá y de mamá: eso, todo, metido en una vieja funda del colchón, salió por las puertas el primer día: menos mal que siempre hay ese alguien, bendito sea, que nos evita los hallazgos peores.

Se acabó. Me acuerdo del pica pica, de la picaza, de la urraca y pienso que los hombres algo tenemos de ellas… La parte animal que nos avecina nos lleva a guardar y guardar… y guardar sin medida. Increíbles las mudanzas interminables, sin principio ni fin, Dios nos libre de ellas.




4 comentarios:

  1. jajajajaja, me he reído como hace tiempo, espero que todo bien. San Ignacio decía no hacer mudanza en tiempos de dificultad,el colegiadoMunuera es lomejor que ha salidode Jaén en años...

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  2. Yo lo he vivido y trató a toda prisa de regalar, tirar y arreglar cajones para que lo vivan lo menos posible...😅¿me dará tiempo? 😯

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  3. ¡Qué alegría leerte y cuánto lamento no verte! Les pregunto a tus hijos, pero no me dicen nada. A tu marido sí lo veo por la calle, pero a ti... ¡nunca! Echo de menos tu amable y sabia conversación, no en vano tu experiencia de vida es... de un valor incalculable, en fin. Gracias por atender a "esta mierda de blog", como me dijo alguien esta semana. Con cariño,

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  4. He vivido varias mudanzas de familiares que ya no están y mi pensamiento siempre es el mismo: vaciamos trasteros. No tenemos criterio para saber qué guardar porque son objetos que apenas tienen significado para nosotros. Lo mejor, regalar todo a alguien que lo necesite, guardar lo que nos recuerde a la persona y listo. Ánimo!

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