Ignoro la causa. No creo que mi
memoria me falle. Nunca se explicó ni se impartió con detalle ni la estudiamos,
la llamada guerra de África, la guerra contra Marruecos… Sabía que Annual en el
21 fue un desastre. Me sonaba el Barranco del lobo. ¿Qué pasó? Me enzarcé en la
lectura que mi amigo Paco Ortega, profesor de historia, me recomendó hace años:
Annual 1921, del periodista Manu Leguiñeche, libro que he comentado yaaquí. Me pareció un libro adecuado, entretenido por lo que me dijo, de un no
especialista para un ignorante como yo… Me hice con el libro que ha estado en
la estantería durante años.
Volvió de nuevo la idea de los
militares africanistas: Franco, Varela, Goded, Sanjurjo… y su influencia en la
Guerra Civil. Se me cruzó el libro que ahora comento. Me pareció que bien
podría ser la concreción de lo que Leguineche contara. Empecé el libro del
periodista y, a la vez, las memorias del militar, objeto de este comentario: 18
meses de cautiverio.
El libro del teniente coronel
Pérez Ortiz son, como he escrito, sus memorias, la narración de lo que él vio,
sintió, pensó… o recuerda que vivió en aquellos momentos terribles en los que
participaba en la guerra africana; mas vayamos por partes:
Lo primero que debemos saber, y
así queda consignado por unos y otros, por lo que leo, es que en Marruecos, en
realidad, solo se les habían perdido algunas inversiones al rey Alfonso XIII,
ese fantoche irredento, y a sus amigos inversores como el conde de Romanones,
ese pirante, que decía Valle-Inclán por medio de sus personajes. Es decir: hubo
miles de muertos de soldados españoles en el norte de África para salvar la
cartera y el billetaje de unos pocos (mi amigo Moisés quizá no me perdonara que
no consigne aquí que también los telares catalanes se beneficiaban de los
uniformes de los sorches que allí morían: dicho queda): hasta aquí no había
novedad: los pobres vamos a la mili y a la guerra para salvarles la cara a
quienes tienen el dinero y el poder.
Añádase a esto que aún teníamos
muy recientes las pérdidas humillantes para la España Imperial ayer, pordiosera
entonces –y hoy-. Se trataba de remover los sentimientos patrios más bajos,
cocinados a base de soberbia, orgullo, pasiones bajas y fuego lento: había que
recobrar el orgullo patrio. ¡Pues vayamos contra el moro! De este modo
matábamos dos pájaros del mismo tiro. Entonces aquellos terrenos secos, de
lomas escarpadas, de arenas, pinchos y sed… ¡pasaron a ser importantísimos para
la Patria toda!
El problema es que todo allá se
fue complicando. El moro, supuestamente inferior en estrategia militar,
armamento, soldados, divididos en tribus, etc. era, en apariencia, carne fácil
de cañón y de plomo de fusil. Craso error. Los militares españoles hicieron un
planteamiento erróneo de las tácticas militares. Los marroquíes nos dieron
sopas con la misma honda que nosotros habíamos dado a los romanos en la
Península desde Viriato –pastor lusitano, etc.- hasta Napoleón, el invencible…:
las guerras de guerrillas.
En nuestras filas errores,
insisto, tácticos: soldados mal alimentados, rapiñas militares en el
municionamiento, en las armas, en los vehículos, en los medios… Soldados mal
adiestrados y un general, ¡cómo no!, gran amigo de Alfonso XIII, llamado Manuel
Fernández Silvestre y conocido por el apellido de su madre, general Silvestre.
Quienes lo trataron hablan de un hombre poco equilibrado, impulsivo, muy pagado
de sí, asegurada su espalda y aventuradas propuestas tácticas por su amistad
con el rey… Hizo unos avances prodigiosos en sus campañas hacia el interior de
Marruecos, pero con unos presupuestos irracionales, alejados del sentido de la
táctica militar y del sentido común, más que precario inexistente: campamentos
con difícil acceso al agua, fáciles de atacar y difíciles de atender, muchos
kilómetros y mucha distancia entre los blocaos, complejos abastecimientos de
todo tipo…
Abdelkrim, cada uno, parece, lo
escribe como le peta, se erige como jefe de las tribus del norte de África y
con él van a la victoria que da con los huesos de nuestro teniente coronel en
un largo cautiverio y con unas derrotas absolutamente humillantes para España
(?) y los españoles (?). En realidad, servidor, bien poco sabía yo de Abdelkirm,
a quien Pérez Ortiz llama, no sin rencor, el Cojo… En el libro de
Leguineche, que ya comenté, aprendí que estando prisionero en Melilla, quiso
huir y se partió una pierna que lo dejó en tal estado de por vida: andaba cojo…
El militar lo llama de todo y nada bonito: del enemigo se trataba. Abdelkrim tuvo
una gran relación con España, tanto él como su padre y su hermano. Cuando la
guerra comienza su hermano estudiaba en Madrid, donde el propio Abdelkrim
también estudió. Trabajó como periodista para publicaciones españolas en
Melilla. Había estudiado Derecho marroquí y actuaba como juez… Hombre sagaz,
inteligente, culto… Depende de quien nos hable de él nos dirá que era cruel,
amable, paciente, inhumano…
Hecho prisionero Pérez Ortiz nos
narra con cierta viveza: no es un escritor consumado, pero sí entretenido,
eficaz, y fácil de leer, su periplo desde las batallas en que participa, en el
momento en que cae prisionero, y luego su cautiverio. Se ve que era hombre
organizado y fue tomando notas de hechos, fechas, etc. que le facilitaron la
posterior redacción. El libro me ha parecido agradable; no es joya literaria,
pero sí un punto de vista interesante de un suceso bien sentido de la historia
de España.
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