31 de mayo de 2020

414-Pérez Ortiz, Eduardo: 18 MESES DE CAUTIVERIO. DE ANNUAL A MONTE-ARRUIT 1921



Ignoro la causa. No creo que mi memoria me falle. Nunca se explicó ni se impartió con detalle ni la estudiamos, la llamada guerra de África, la guerra contra Marruecos… Sabía que Annual en el 21 fue un desastre. Me sonaba el Barranco del lobo. ¿Qué pasó? Me enzarcé en la lectura que mi amigo Paco Ortega, profesor de historia, me recomendó hace años: Annual 1921, del periodista Manu Leguiñeche, libro que he comentado yaaquí. Me pareció un libro adecuado, entretenido por lo que me dijo, de un no especialista para un ignorante como yo… Me hice con el libro que ha estado en la estantería durante años.

Volvió de nuevo la idea de los militares africanistas: Franco, Varela, Goded, Sanjurjo… y su influencia en la Guerra Civil. Se me cruzó el libro que ahora comento. Me pareció que bien podría ser la concreción de lo que Leguineche contara. Empecé el libro del periodista y, a la vez, las memorias del militar, objeto de este comentario: 18 meses de cautiverio.

El libro del teniente coronel Pérez Ortiz son, como he escrito, sus memorias, la narración de lo que él vio, sintió, pensó… o recuerda que vivió en aquellos momentos terribles en los que participaba en la guerra africana; mas vayamos por partes:

Lo primero que debemos saber, y así queda consignado por unos y otros, por lo que leo, es que en Marruecos, en realidad, solo se les habían perdido algunas inversiones al rey Alfonso XIII, ese fantoche irredento, y a sus amigos inversores como el conde de Romanones, ese pirante, que decía Valle-Inclán por medio de sus personajes. Es decir: hubo miles de muertos de soldados españoles en el norte de África para salvar la cartera y el billetaje de unos pocos (mi amigo Moisés quizá no me perdonara que no consigne aquí que también los telares catalanes se beneficiaban de los uniformes de los sorches que allí morían: dicho queda): hasta aquí no había novedad: los pobres vamos a la mili y a la guerra para salvarles la cara a quienes tienen el dinero y el poder.

Añádase a esto que aún teníamos muy recientes las pérdidas humillantes para la España Imperial ayer, pordiosera entonces –y hoy-. Se trataba de remover los sentimientos patrios más bajos, cocinados a base de soberbia, orgullo, pasiones bajas y fuego lento: había que recobrar el orgullo patrio. ¡Pues vayamos contra el moro! De este modo matábamos dos pájaros del mismo tiro. Entonces aquellos terrenos secos, de lomas escarpadas, de arenas, pinchos y sed… ¡pasaron a ser importantísimos para la Patria toda!

El problema es que todo allá se fue complicando. El moro, supuestamente inferior en estrategia militar, armamento, soldados, divididos en tribus, etc. era, en apariencia, carne fácil de cañón y de plomo de fusil. Craso error. Los militares españoles hicieron un planteamiento erróneo de las tácticas militares. Los marroquíes nos dieron sopas con la misma honda que nosotros habíamos dado a los romanos en la Península desde Viriato –pastor lusitano, etc.- hasta Napoleón, el invencible…: las guerras de guerrillas.

En nuestras filas errores, insisto, tácticos: soldados mal alimentados, rapiñas militares en el municionamiento, en las armas, en los vehículos, en los medios… Soldados mal adiestrados y un general, ¡cómo no!, gran amigo de Alfonso XIII, llamado Manuel Fernández Silvestre y conocido por el apellido de su madre, general Silvestre. Quienes lo trataron hablan de un hombre poco equilibrado, impulsivo, muy pagado de sí, asegurada su espalda y aventuradas propuestas tácticas por su amistad con el rey… Hizo unos avances prodigiosos en sus campañas hacia el interior de Marruecos, pero con unos presupuestos irracionales, alejados del sentido de la táctica militar y del sentido común, más que precario inexistente: campamentos con difícil acceso al agua, fáciles de atacar y difíciles de atender, muchos kilómetros y mucha distancia entre los blocaos, complejos abastecimientos de todo tipo…

Abdelkrim, cada uno, parece, lo escribe como le peta, se erige como jefe de las tribus del norte de África y con él van a la victoria que da con los huesos de nuestro teniente coronel en un largo cautiverio y con unas derrotas absolutamente humillantes para España (?) y los españoles (?). En realidad, servidor, bien poco sabía yo de Abdelkirm, a quien Pérez Ortiz llama, no sin rencor, el Cojo… En el libro de Leguineche, que ya comenté, aprendí que estando prisionero en Melilla, quiso huir y se partió una pierna que lo dejó en tal estado de por vida: andaba cojo… El militar lo llama de todo y nada bonito: del enemigo se trataba. Abdelkrim tuvo una gran relación con España, tanto él como su padre y su hermano. Cuando la guerra comienza su hermano estudiaba en Madrid, donde el propio Abdelkrim también estudió. Trabajó como periodista para publicaciones españolas en Melilla. Había estudiado Derecho marroquí y actuaba como juez… Hombre sagaz, inteligente, culto… Depende de quien nos hable de él nos dirá que era cruel, amable, paciente, inhumano…

Hecho prisionero Pérez Ortiz nos narra con cierta viveza: no es un escritor consumado, pero sí entretenido, eficaz, y fácil de leer, su periplo desde las batallas en que participa, en el momento en que cae prisionero, y luego su cautiverio. Se ve que era hombre organizado y fue tomando notas de hechos, fechas, etc. que le facilitaron la posterior redacción. El libro me ha parecido agradable; no es joya literaria, pero sí un punto de vista interesante de un suceso bien sentido de la historia de España.

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