29 de julio de 2015

Salinas, Pedro: LARGO LAMENTO




         Vengo aliquebrado de la lectura de las Cartas a Katherine Whitmore. Los versos de Salinas, para mí, durante tantos años cargados de belleza, generosidad y altruismo, poemas del amor humano que elevaban… se han quedado entenebrecidos al saber de su turbio origen. La generosidad de quien da es más limpia cuanto más limpio es el origen de lo regalado, de lo dado, de lo generosamente ganado y otorgado… al otro. Entiendo que esto puede quizá ser opinable, pero de la mano van belleza y bien y desde los 14 desconfío de quienes se cargan de buenas intenciones… fallidas.
         Largo lamento, se supone, es un conjunto de poemas, hecho libro por su yerno, Juan Marichal, que Salinas escribe al hilo de la pérdida de la amada. El amor que siempre fue imposible, por voluntad de Katherine –ella no quiso casarse con Salinas-, una vez definitivamente roto, genera unos poemas, distintos y distantes de La voz a ti debida, que ponen un muro insalvable entre Salinas y Whitmore. Salinas no parecía satisfecho de este poemario que se edita en 1981 y es por ello que estos poemas ven la luz treinta años justos después de haber muerto su autor.
         Todos lo que padecimos de amores –y no solo les ocurrió a Garcilaso, Salinas y otros cuantos- sabemos que no es lo mismo dejar a la persona amada, que ser dejado por ella. El abandonado siempre sufre la sinrazón y un desgarro lacerante que puede desmembrar la vida misma, toda ella fibra a fibra. El poeta abandonado de ordinario, se eleva sobre la terrible realidad por medio de su comunicación poética: siente la necesidad de vaciar su mundo interior en el papel y el verso –el hombre corriente padece hundido, deprimido y sufre en silencio cómplice con quienes le rodean-.
         En el citado epistolario, se añade un apéndice donde la misma K. Whitmore narra de forma esquemática su relación con el poeta y el recorrido de las cartas. El amor adúltero entre ambos no tiene más salida que la ruptura. Ella misma en el citado apéndice lo explica: “La última vez [que lo vio] fue en la primavera de 1951, el año en que murió. Había venido a Northampton para dar una conferencia y pudimos hablar unos minutos. Yo siempre había albergado la esperanza de que llegara entender por qué tuve que romper con él. Así que se lo pregunté otra vez: «¿No entiendes por qué tuvo que ser así?». Me miró con tristeza y contestó: «No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado afortunada?». Eso, querido Pedro, es sin duda cierto, pero «yo no soy más que lo que soy»”.
         En los poemas de Largo lamento, Salinas se ve a sí mismo como una sombra. Su realidad se ha desvanecido y solo es propiamente sus recuerdos de los momentos pasados con la amada.  Los detalles insignificantes cobran una categoría inmensa en lo mil veces pensado, sopesado, recordado. Así la amada es invocada por su pitillera o su tabaco, por sus zapatos, por el mechero, sus guantes, sus manos, sus hermosas piernas… todo ello puro pasado acabado, irretornable, presente inalcanzable: largo lamento.
         El presente se deshace en nada, es fútil sin la presencia de la amada. Todo precariedad, trivialidad… aburrimiento, camino sin camino, sin sentido.

                            Perdóname si tardo algunos años
                            Todavía en dejarte

         Escribe un Salinas derrotado. La amada ha dado la espalda al amado: se vuelve y no lo mira. La luminosidad de su vida desaparece y con ella el poeta se vuelve sombra que vive en las sombras. No obstante el poeta no se resigna a una negativa definitiva: sigue al aguardo de su retorno, no pierde la esperanza, necesita la presencia de ella que lo devuelva al sentido.
         La hoja caída del árbol en el otoño quizá se pueda confundir, pero…

                            … la confundiste
                            con cualquier hoja de esas
                            que editan por millones los otoños
                            para hacer propaganda de lo ausente.

         Hay versos que fuera de su contexto podrían pasar por cursiladas sin valor ninguno.
         Libro fallido, dicen algunos críticos. No lo sé. Los poemas se escriben entre el 36 y el 39… Si ella fue La voz a ti debida, ahora se tornó en silencio, en sombra, en Largo lamento 

23 de julio de 2015

Leer poesía



                                                                                                                                 A Fernando Díez.



         Hace unas semanas me comentaba Fernando Díez en alguna de las páginas de por aquí, creo que al hilo de comentario que hice de Walt Whitman, que él no era lector de poesía… Le dije que le comentaría lo que opino sobre esto, lo que he pensado sobre esto…

         No me voy a remontar en la historia a lo que significó la figura del poeta, y su creación, frente al dramaturgo o el novelista y las suyas. Esto nos llevaría demasiado lejos, quizá sea interesante, pero excede los intereses de este blog y, seguro, mis conocimientos. Me voy a quedar más acá. No son pocos quienes opinan que la lectura de la poesía era un acto corriente, una actividad normal en las casas españolas hasta nuestra guerra civil. No lo sé. El corte y decadencia de esta actividad lo achacan a la poesía intelectualizada del 27, esa poesía que llamaron de vanguardia, pura, etc. La radio se popularizó y todo ello vino a dar al traste con la lectura de la poesía. Me parece una explicación simplista e ignoro qué ocurre en otros países más lectores que España, por ejemplo Francia.

         Ignoro, insisto, hasta qué punto esto es cierto. Lo que sé es que el poeta siempre ha sido escritor de beneficios breves si no nulos. Son innumerables los poetas –incluidos algunos de la citada generación- que hacían tiradas de sus libros de unos pocos cientos de ejemplares. No han sido menos quienes han tenido la delicadeza de editar sus libros con el nombre impreso del amigo a quien se lo iban a dedicar, es decir: me temo que nunca fueron muchos quienes leyeron poesía y menos aún quienes compraron libros de poesía.

         Si partimos de la base de que no somos muchos quienes de continuo leemos, que además no siempre leemos lo recién publicado, que quienes leen lo recién publicado se dedican más a los llamados best seller… nos podemos hacer una idea del número de lectores de poesía. Hagamos una prueba. Salvo que usted sea rara avis, lector de poesía, mire en su biblioteca y comprobará que la inmensa mayoría de ella la componen ensayos de variado pelaje, novelas y por último teatro y poesía y, entre estos últimos, la inmensa mayoría son de autores clásicos: poco teatro actual (piense en el nombre de tres autores teatrales jóvenes y actuales) y escasa poesía (realice el mismo ejercicio). ¿Qué me dice?

         En los centros académicos apenas se piden a los alumnos libros de poesía para la lectura ordinaria en el aula (en Andalucía, además, por ejemplo, está prohibido pedirlos: los niños no tienen por qué comprar libros en la escuela o el instituto, estos deben facilitárselos… ¡no se caiga de culo ni se asombre!: es ley). Se piden normalmente novelitas de poco fuste y del gusto de los niños (se procura que tengan cierta calidad literaria, aunque no es esta la condición principal) y alguna que otra obra de teatro porque de este modo, al repartir los personajes, se hace un teatro leído donde participan más alumnos y se recoge y mantiene mejor la atención de la clase. ¿Poesía? Casi por norma, solo la que se “recomienda” en segundo de bachillerato: Machado, Juan Ramón, los primos andaluces del 27… ¡y pare usted de contar!

         Hace muchos años me llegó a decir un alumno de primaria que la poesía era cosa de “mariquitas”. Ignoro de dónde sacó tan peregrina idea y de dónde partió dicha asociación. He comprobado desde hace muchos años, y así lo hago, sin embargo, que si se lee poesía en clase, son muchos los alumnos que gustan de ella y más aún si el poema se trabaja y comenta con detalle. El alumno así penetra mejor en el sentido de lo leído y, al partir de ahí, aún gusta más de los poemas que se siguen recitando.

         En las aulas la cenicienta –por mucho que se diga y se escriba y con los medios que ahora hay para impartirla- es la expresión oral: esta destreza no se trabaja. Los alumnos hablan en clase… entre ellos, pero no recitan, no exponen ante sus compañeros, debaten –como españoles: a grito pelado, hablando varios a la vez y con el yo por delante-, no se les enseña la retórica propia de quienes deben hablar en público. Y debiera hacerse, pero este es otro cantar. No estaría de más introducir la recitación en el aula (he escrito en el aula, no en las programaciones fascinantes de la materia), la memorización de poemas, la lectura de autores (las antologías, opino, dispersan la atención y descentran al alumno; leer un libro continuado de un autor les ayuda a comprender los temas que este trata en su obra, sea esta más o menos unitaria, y a penetrar en la belleza que se expresa, en el contenido, en las imágenes, etc.).

         Si la lectura no tiene gustosa continuidad, o principio, en casa… ya está hecho el pan como unas tortas.

         Es normal, Fernando, por todo esto, y mucho más, que sean escasos los lectores habituales de poesía. Servidor la lee, pero reconozco que leo más ensayo, digamos, que poesía. Todo es cuestión de empezar.
Baroja anciano... con la amable tarea.

21 de julio de 2015

Salinas, Pedro: CARTAS A KATHERINE WHITMORE (II de II)




  
          Las cartas de Salinas, al comienzo, me resultan muy parejas a las que escriben los adolescentes en su contenido, que no, ¡¡obvio!!, en su forma. El mismo Salinas confiesa que son cartas casi de niño: chiquilladas (en inglés y español manifiesta). Sin duda alguna el poeta, como confiesa, que se ha enamorado de ella, se ha encaprichado con ella –en mi pueblo lo dirían de modo más vulgar, pero no menos acertado y poético por metafórico- y todo se convierte en imaginería, hipérboles, símiles, comparaciones, metáforas… que quieren conducir a explicarle a ella quién es él y cómo la ve él a ella, como es su supuesto amor (ya en sus cartas a su esposa Margarita, durante el noviazgo, las cartas tienen ese mismo carácter de autoconocimiento y viaje madurativo por contraste con ella, con las opiniones de ella a lo que él escribe; otro tanto ocurre con Katherine Whitmore).

         El enamoramiento dura mucho tiempo antes de dejar paso a un amor equilibrado. Digamos que el tormento y el arrebato que el poeta siente es… excesivo en su continuidad, en el tiempo, en el contenido, por su supuesta madurez y edad: llega a escribirle más de una carta a ella en un día… Esto es propio de un adolescente, pero recuerdo al lector que el poeta tenía ya por estas fechas más de cuarenta años, un matrimonio y dos hijos, amén de otras muchas experiencias mundanas y lógicas.

         Son continuas las dicotomías que el poeta hace. Compara de continuo. Buscar la verdad tiene algo de comparación, pero en su caso es una búsqueda de lo exacto que se acomode a lo inefable pretendido. En muchos casos percibo esa falta de unidad de vida que le lleva a vivir como si nada estuviera ocurriendo en su existencia más allá de las cartas que recibe de Katherine o que le escribe a esta. Esta nueva realidad de su relación es verdadera vida, libertad, frescura, futuro, belleza, bien… frente la vida en esclavitud que son: sus compromisos profesionales, sus clases, sus publicaciones, sus quehaceres, su matrimonio… “Vivo la doble vida” (p 63; 30 de agosto del 32), escribe recién inaugurada esa “nueva vida”.

         La amada alcanza desde el principio, desde el primer instante, el grado de diosa, de ser suprarreal, irreal, idealizado… hasta el punto que el mismo Leo Spizter, al comentar los poemas nacidos al calor (o al calentón) de esta relación, vendrá a decir que la amada de los versos de Salinas no es un ser, una mujer de carne y hueso, que es solo un ideal del poeta, pero sí qué lo es… ¡vaya si lo es! (la misma Katherine lo comenta en el final de la publicación de esta obra donde se incluyen unas páginas escritas por la destinataria para dar explicación-justificación a su realidad con Salinas).

         Decía Ortega que el enamoramiento es la distracción de la atención. La atención de Salinas, conocida su amante, tiene un solo norte, un solo polo. Él, apenas transcurridos unos meses, está dispuesto a abandonarlo todo por ella. Está dispuesto a dejar su matrimonio, a abandonar a sus hijos por su nuevo amor. Solo le contiene la negativa de ella que, como ya he escrito, no desea casarse para “no perder su libertad”. No siempre por las contestaciones puede el lector de este epistolario deducir de manera inequívoca qué le dice ella y menos aún captar matices que serían de sumo interés para comprender la relación cabalmente.

         El poeta mantiene, obvio, el amor en secreto. Casi nadie lo sabe, pero, sin embargo, parece necesitar, como así escribe (p. 101) un tercero, un público, escribe en cursiva. Ese tercero que es un público no es sino la composición de sus libros: La voz a ti debida, Razón de amor… que se constituyen en una realidad ajena al poeta y a la amada y que, al darse al lector, este participa y asiste al proceso amoroso entre el poeta y la hispanista americana.

         Como no podría ser de otro modo, el poeta repite imágenes que emplea. La sensación de libertad que le produce la actitud de Katherine es comparada al pelo suelto; el español dubitativo de la americana es un “español ruborizado”; si todos los caminos conducen a Roma, en el caso del poeta solo conducen a “su Katherine”, etc.

         Termino de leer este epistolario… que no me ha sentado nada bien y que leo junto a Largo lamento, del que me quedan unas páginas y, a la vez, doy comienzo a una biografía de Salinas, de la que hablaré aquí, espero, dentro de no mucho…

         Katherine Whitmore desde el principio le comentó al poeta que esta relación era “un error sin cálculo”, jugando, entiendo, con la expresión “error de cálculo”. También lo ha sido por mi parte la lectura de esta obra: a uno, a veces, ¡tantas veces!, le gustaría haber sido el niño feliz por ignorancia. A lo peor Gidé tenía razón: con los buenos sentimientos solo se hace mala literatura.


14 de julio de 2015

Salinas, Pedro: CARTAS A KATHERINE WHITMORE (I de II)



Katherine Whitmore
         Llevaba años tras este libro agotado (me dicen que ofrecen por él ¡más de 1000€!). El problema me lo soluciona mi secretaria trayéndolo de la biblioteca pública, por donde sí hará mil… años que no pasé. Muchas gracias.    
         Inteligencia dame el nombre… La relación entre Pedro Salinas, hombre casado, padre de dos hijos, con su alumna Katherine Reading (más conocida con su apellido de casada Withmore) me deja estupefacto. Lo reconozco.
         Esta relación me avecina a la correlación necesaria, considero, entre belleza y bien. La relación entre Salinas y Reading es una relación adúltera que se va tapando y tejiendo bajo un manto de seda, que deja a la mona… la mar de mona, porque ellos son plenamente conscientes de ello y de sus razonadas sinrazones. Desde los primeros meses de su relación saben que están haciendo un daño terrible a terceros.
         Desde la primera carta que él escribe (recuerdo al lector que no se conocen hoy las escritas por ella a él) se desprende la idea del remordimiento. Son personas a quienes entiendo con cierta formación moral, ética o religiosa (como Salinas confiesa, recibió, mejor o peor, en casa de sus abuelos cierta formación religiosa; estaba bautizado en la Iglesia católica, pero él no actuó como católico en su vida adulta). Tienen claramente la idea del mal que se realiza (de pecado) y de la doble vida de la que Salinas de continuo habla en sus cartas… ¿Cómo sería la mirada de él a su esposa Margarita? ¿De qué hablaban durante el almuerzo? ¿Cómo trataba a sus hijos? ¿De qué hablaba con todos ellos? ¿Cómo eran las relaciones íntimas entre los esposos? Margarita Bonmatí, descubierto el adulterio, intentó suicidarse tirándose al río en Aranjuez: ¿cómo se excusó Salinas?
         Pensé yo, ¡hace ya tantos años!, que el amor de Salinas por su alumna fue un amor platónico (como así imaginé el de Machado con Pilar Valderrama). Me temo que era –y lo sigo siendo- un iluso. Salinas no habla de un amor platónico, sino de un amor encarnado, carnal, corpóreo, y él así lo manifiesta en sus cartas.
         Me cuesta comprender la excusa, la mentira, del marido que dice haberse enamorado de otra -generalmente más joven y guapa que su esposa- para abandonar a su mujer, pero ese marido por lo menos ha tenido el valor de renunciar, de dejar, de romper, de no seguir destrozando a esa persona…, pero ¿y ese mantener una relación -¡tal y como la concebimos en occidente no ha tanto!-, mantenida durante años, con dos mujeres a la vez, una esposa y una amante, una querida, una…? ¿No es acaso una deformación personal enfermiza ese querer obturar la vida de las amadas, ambas, suponiendo que las amase a ambas por igual cosa poco probable? Se me antoja terrible. De esquizofrenia de manual. ¿Dónde está el Pedro Salinas sensible al arte, la naturaleza, la belleza…?
         Mientras leo estas cartas se me van cayendo los palos del sombrajo y me quedo inerme y a la intemperie. ¿Qué ha sido de la luminosidad aparente de los poemas, sobre todo, de La voz a ti debida? Una superchería. Brillo de baratija. No creo en la sinceridad de lo escrito. Ensayo y no pesan: todo es ganga.
         No había tanta distancia de edad, como yo creí entre Reading y Salinas. Cuando Salinas conoce a Katherine ella tiene ya 33 años, no es una chiquita, ni una adolescente…, sino una mujer hecha y derecha: ¿por qué si quería casarse no lo hizo ya, pues edad tenía para ello y más aún en ese momento, por muy yanqui que fuera, el casorio era asunto de los veintipocos? Él cree saberlo (varios fracasos amorosos, me consta, más lo que él añade) y así se lo dice en la carta 53 de 5 de enero de 1933: ella quiere sentirse libre (?): “te has resistido a entregar tu libertad, tu independencia en el amor, a la fórmula matrimonial” (p. 127), le dice él de modo incomprensible para mí: la libertad se despliega en el compromiso y la responsabilidad. La libertad bien puede optar por no elegir, pero se debe entender una libertad más amplia la que elige realidades más elevadas del ser, como tantas veces él afirma. No: ella no elige por egoísmo, por temor, por… y mantiene una relación abocada al fracaso, como así fue.
         ¿Cómo ella se va dejando enredar en sus telarañas de quien era su profesor y apenas unas semanas después… ya siente, parece, un tremendo remordimiento, pero es incapaz de cortar? Ante el inmenso fajo de billetes del bancario el cliente no se limita a robarlos y alega que no pudo contenerse; tampoco corre el cliente con la joya que el joyero le muestra al ver la puerta abierta… ¿Por qué, sin embargo, tendemos a justificar esa tendencia menos racional del hombre con un “se ha enamorado” que quiere, insisto, justificar lo injustificable y además mantiene, dado el caso, una doble relación?  Son las nueve cabezas del animal que arremeten contra la racionalidad de la décima cabeza.
Pedro Salinas y su esposa Margarita Bonmatí

10 de julio de 2015

270-CHARLIE-SALIDA-50-VIOLENCIA INFANTIL DESCONTROLADA




               Querido charlie:

               Me consta que hay quienes no le conceden valor jerárquico a la antigüedad en un oficio. Esos quídam son unos ignorantes. El ejército, donde hay jerarquía, y es una de las empresas más viejas del Globo, siempre se dijo que la antigüedad es un grado. Si se es muy antiguo se tienen muchos grados. Es lo que hay por mucho que los modernos, los nuevos, los pelones y quienes no sirvieron en el ejército lo ignoren o lo nieguen.
               Se acabó el curso escolar. ¿Se acabó con él acoso infantil, adolescente, juvenil, si me aprietan? No. Se terminó el acoso que se da en las aulas, pero el acoso y la violencia se desplaza a las pandillas, a los grupos, a las litronas, a las calles, a las plazas, a la soledad. Los whatsapps turbios siguen su rumbo por las cloacas del horror.
               Se acabó el curso escolar. Los alumnos de primaria y medias están de vacaciones. Noticia: Detenido un menor por la muerte a puñaladas de otro en un botellón en Sevilla. Otro titular con pocos días de diferencia: Violencia escolar, ¿cómodebenactuar los profesores? (la cursiva y la negrita es mía). Otro titular con pocos días de diferencia: Detenido un niño de 14 años por la muerte de una limpiadora en un centro comercial de Sevilla.


         No me gustaría ser especialista en nada, pero ya perdonarán que lleve más de tres décadas impartiendo clase y más de cincuenta en las aulas: disculpen.
          Según afirma el especialista, el señor García González, en su libro El reto de la convivencia escolar, los profesores deben actuar así, sin matiz concesivo, un deber de obligación inexcusable. Esto es, repito, deben actuar los profesores, pero de inmediato se reconoce que el problema de la violencia nace, crece y se reproduce en unas familias que no educan y se suele manifestar en la calle y particularmente donde hay un caldo de cultivo abundante y propicio cual es un aula. Y ahí empieza la labor que deben realizar los profesores. ¿No te parece ridículo, charlie, que el problema esté en Guatemala y actuemos para solucionarlo, ya en proceso, en Rusia?
               Antes se hablaba de cursar disciplinas como las Matemáticas, la Física, el Latín, la Literatura… El gran problema de la enseñanza en estos muchos años que llevo, opino, es que se pasó del cuartel a la comuna. La disciplina que se debe conseguir para alcanzar el dominio de cualquier disciplina se calificó de fascismo, de franquismo, de represión… y la disciplina se fue al muladar donde los pollos pican. A partir de ahí empezamos a hacer disquisiciones entre auctoritas y potestas… (en la escuela se aprende la diferencia, lo digo, charlie para quien la ignore).
               Señoras y señores, querido charlie, me duele la boca de repetir que mientras ese ente que es la Sociedad, el Sistema, el pueblo o su… cargue toda la responsabilidad y toda culpa sobre unos pobres maestros apaleados, despreciados, minusvalorados, relegados… y solo convocados a solucionar problemas que no les corresponden, seguiremos teniendo muchísimos problemas en el depósito de decante de la violencia que son las aulas. Problemas gravísimos y todos tan contentos diciéndole al maestro qué debe hacer, diciéndole de su culpabilidad y su responsabilidad…: los problemas tan campantes y los niños sufriendo... y algunos muriendo. Pupila, charlie: No cabe la frivolidad.

 Tu amigo, 

Tucho Castelo.

9 de julio de 2015

RESPUESTA EN ENTRADA A RAFAEL BALLESTEROS AL HILO DE "NI TODOS CONJURADOS NI TODOS NECIOS"

 


               Muchas gracias por tus palabras y el tiempo que me has dedicado y nos has dedicado con este comentario para poner luz. Gracias. Te respondo en una entrada porque no me cabe en el espacio de respuesta.

               He querido usar el término prepolítico en un sentido rigorosamente clásico y se ve que lo hice mal o de forma ambigua. Ignoro de dónde saqué este concepto que debí comprender mal. Creo que mi confusión arranca de una mala interpretación, creo, pero no puedo asegurarlo, de una lectura deficiente de La condición humana de Hannah Arendt, que hace muchísimos años que lo leí y quizá lo tenga confuso, o de ¿Qué es la política?, de esa misma autora, no lo sé. Me explico.

               La polis tiene un relato ético que le da unidad de criterios a todos los miembros que la componen -cada uno en la suya- saben perfectamente a qué atenerse (lo he trabajado recientemente en Tras la virtud y en Justicia y racionalidad de MacIntyre), etcétera. Entendía yo como pre-políticos los procesos, quehaceres, modos de obrar… que realiza la persona en su hogar, en el ámbito privado, antes de salir propiamente a la polis (pre-política), al espacio público. Sin lugar a dudas, como tú afirmas, el relato unitario de la polis alcanza a todo y a todos (también ciertamente a la familia, aunque se requiere matizarlo). Recordaba yo una expresión de Arendt, tomada a su vez de no recuerdo quién, que venía a decir que allí donde tú vayas, tú serás la polis, es decir, tú llevaras contigo los conceptos propios de tu polis.

               Es propio del hombre en cuanto tal su pluralidad, su diferencia, que hace, por su palabra y su acción, necesaria la política: la polis, el acuerdo sobre el que sustentarse para buscar el bien común, la vida buena para todos. Esa política propiamente se realiza fuera del hogar (que yo interpretaba como pre-político). Es propio de la familia que sus miembros se parezcan –se asemejen-, sean más parecidos que con los otros con quienes se ven ahí fuera, en el espacio público donde la palabra es requerida en la política para llegar a acuerdos con los otros en cuanto a la acción, a qué hacer, cómo, etc.

               Mi idea es que determinados mínimos de la educación, de la formación de la persona, deben ser dados en el hogar: son los padres quienes en el espacio privado forman a sus miembros para proceder y acceder al espacio propiamente político. La generación de virtudes, el ajuste de la estimativa adecuada que lleva a los valores genuinos –muchas veces por vía de ejemplo-, la corrección en la urbanidad, etc. las entendía, en ese sentido que vengo explicando, como prepolíticas y será después en el libre ejercicio de su acción, en la escuela, por ejemplo, donde el niño aprende, es adiestrado, pone en pie, desarrolla los buenos hábitos adquiridos y sus valores. Si todo queda para la escuela y los maestros, si los papás dimiten, si dejan a sus hijos al libre albur de la educación en el espacio social… ¡mal vamos!

               El violento, el generoso, el pusilánime, el leal, el sincero, el prudente… debe ser educado en el hogar: ese es el espacio propio donde se incoa su formación que no se termina nunca. Creo que el proceso de mejora de una persona es irrestricto, no termina nunca, insisto.

               En un segundo tema, creí que no se desprenderían nunca de mis palabras el que sea el Estado quien eduque a los hijos, como tantos y tantos defienden, confundiendo, entiendo también las obligaciones privadas y las públicas. Creo que siempre el Estado debe dejar la libre iniciativa de las personas y este, en cuanto suma de todos, ayudar a las personas con carácter subsidiario allí donde la iniciativa
particular-privada-individual-grupal no alcance; creo en su capacidad de arbitraje, etc. es decir: nada de lo que ocurre, por ejemplo, con la educación en España donde el Estado se arroga el derecho absoluto de educar a mis hijos, con mi dinero, en centros donde o no hay ideario o el ideario bien puede ser contrario a mis convicciones éticas, religiosas, políticas, etc.

               Conozco a muchos profesores, maestros, o como quieras llamarlos que no me gustaría que dieran clase a mis hijos bajo ningún concepto, pero si carezco de medios… tengo que ir al médico que se me impone, al colegio que se me impone…, ¡aunque la publicación de un solo periódico, impuesto, me parecería una actitud insostenible y dictatorial!

               Y no nos perdamos. La doña Encarna a quien le escribí pedía a la escuela que eduque, identifique, descubra, corrija, mejore, siga… al violento mientras sus papás, me pregunto, qué hacen. La escuela no tiene varita mágica: sus medios son limitados como ilimitadas son las obligaciones con que la carga la Sociedad.



               Otro saludo para ti.

7 de julio de 2015

Ni todos conjurados ni todos necios



        



               Esta entrada era un artículo que se iba a publicar presumiblemente en EL MUNDO, pero no me consta que así fuera. Ese periódico bien podría defender una línea de debate que reorientara la investigación hacia la verdad y el acuerdo en estos temas. Con esa intención se escribió este artículo, que hoy es entrada en mi blog.


               Estimada doña Encarna[1]:



               El día 26 de junio leí en este mismo periódico (http://www.elmundo.es/espana/2015/05/26/556370bde2704e54128b4586.html) su artículo titulado La conjura de los necios. Hasta el día de hoy no tuve noticias de usted ni de la Asociación que, a juicio de sus miembros, supongo, tan dignamente dirigirá como viene haciéndolo desde el año 2004.

               Querría contestarle en nombre de tantos y tantos educadores, formadores, enseñantes, etc. que se dejan la piel a diario sirviendo a los demás y que usted ha metido en una conjura y a quienes llama necios, pero no lo voy a hacer: le contesto en mi propio nombre, como educador no conjurado y creo poder demostrar que tampoco necio.

               Sin duda la hipérbole es una figura retórica que, dado el caso, por su trascendencia, por el contexto en que la usa… la hace innecesariamente vil y cruel, muy lejos de una demagogia de suyo deleznable. Lo siento: ninguna alarma ha sonado en ningún colegio porque un niño se haya suicidado.

               Hace muchos años, el conocido psiquiatra Viktor E. Frankl, aseguraba que a no tardar muchos años, el suicidio ocuparía la primera causa de mortalidad entre la juventud, muy por delante del motivado por los vehículos a motor. Por desgracia, Frankl llegó a ver cumplida su profecía antes de morir. Los problemas que aterran a nuestros adolescentes y jóvenes –y a quienes no lo son tanto- en demasiadas ocasiones empujan al escape por mil agujeros, incluido el suicidio.

               No valoro el caso concreto que usted comenta en su artículo. Entiendo que no es una anécdota que haga categoría. La muerte nunca es una anécdota. Es por ello que su hipérbole y el enfoque de su escrito los entiendo desacertados. Doña Encarna: los demás no son el infierno, por mucho que Sartre lo dijera. Los profesores no estamos conjurados ni somos unos necios, no al menos todos… Somos muchísimos quienes estamos profundamente comprometidos en un afán formativo por llevar a nuestros alumnos hacia lo mejor en todos los ámbitos. Y en ello algunos llevamos más de tres décadas.               Los animales jóvenes tienden al juego… a veces cruel. El niño y el adolescente son animales que juegan a ello. Me parece terrible, pero somos así, salvo que se esmere la educación y el cuidado, que empieza en el hogar y es obligación y responsabilidad principal, básica y directa de los padres. Le aseguro –y usted lo sabe- que no siempre es fácil romper ciertos círculos. Cinco profesores “vigilamos” en un instituto a más de setecientas personas que en ningún momento están en un mismo espacio y, por tanto, es imposible tenerlas a la vista: aseos, aulas, patios, recodos, esquinas, vallas, jardines… No soy veterinario, ni psicólogo, ni mentalista, ni vigilante, ni guardia… Soy doctor en Literatura y quiero formar a mis alumnos y ayudarles a hallar la vida buena, pero insisto: no soy adivino, por más que miro no siempre sé qué pasa. Usted sabe que esos chicos, de quienes venimos hablando, callan: los agredidos, los agresores, los testigos… Todos mudos. ¿Acaso lo ignoran esos padres que, según usted, ven a sus hijos “emitiendo señales los fines de semana con vómitos, diarreas o dolores de cabeza, somatizando físicamente el mensaje de alerta ante esa situación, para evitar ir al colegio el lunes donde van a sufrir todo tipo de vejaciones, insultos y agresiones, sin que nadie vea nada”? Yo eso como profesor no lo veo. ¿No le parece acaso de adolescencia en flor echar la culpa y cargar de responsabilidades a los demás y evitar así las propias? ¿Qué ven, qué miran, qué observan esos papás que también callan o pasan o no miran? Son padres que dimitieron.

               Es cierto, doña Encarna, somos muchos los profesionales de la enseñanza que no estamos preparados para afrontar tantos y tantos contenidos, tantas y tantas cargas, con las que “la sociedad” responsabiliza y grava a la escuela. ¿Sabe usted de algo que no haya que enseñar, adiestrar, practicar, etc. en ella? ¡¡Todo debe ser aprendido allí!!: desde la circulación vial hasta la práctica del sexo seguro, las habilidades sociales, la defensa personal y el baile clásico, el álgebra, el dominio de lenguas y de virtudes… Ya no basta con aprender las cuatro reglas…, señora mía, y TODO DEBE SER ENSEÑADO Y APRENDIDO EN LA ESCUELA…, porque hay familias que no enseñan a sus retoños ni a dar las gracias, ni a decir buenos días o a pedir algo por favor… ¿cómo les van a enseñar a ser generosos, solidarios, sinceros, justos… si nadie da lo que no tiene?

               Perdóneme, doña Encarna, o usted hace mucho que dejó la tiza o no conoce cómo es un centro… Insiste en que un centro es una selva donde no hay vigilancia. Es falso, pero le repito: yo ni soy vigilante, ni aprobé una oposición de vigilante, ni tengo el don de la ubicuidad y un centro muy grande es imposible vigilarlo en todos esos lugares donde se puede producir acoso, como tampoco se puede vigilar a los niños, o a los ciudadanos, en la calle. El problema, señora, es prepolítico: antes de salir a la polis los niños deben ser educados. Es cuestión de formación, como la suciedad no es un problema del número de barrenderos, sino de educación: enseñar para que no se ensucie y tener la generosidad de pensar en los demás.

               Insisto: no entro en el caso concreto que usted comenta. No defiendo a unos enseñantes que no son ni mis colegas ni mis compañeros. Ignoro los extremos y siento pavor ante la muerte de una joven a quien se le empujó al suicidio con la inestimable y despreciable participación de todos los que la rodeaban, incluidos sus propios padres, que también, entiendo pueden y deben asumir su responsabilidad, porque con denunciar, a veces, tampoco basta. Como quizá también pueda parecer frívolo escribir, perdone que así lo escriba, un artículo como el que usted publicó.






[1] Encarna García es la presidenta de la Asociación contra el Acoso Escolar.

3 de julio de 2015

Stanley G. Payne, Palacios Jesús: UNA BIOGRAFÍA PERSONAL Y POLÍTICA. FRANCO (VI de VI y última)



¿Seis mil tiros en un día...? ¡Ni Franco!

         Recuerdo, ahora ya de cosecha propia, que iniciados los 70, en ocasiones, se suscitaba la conversación de qué ocurriría cuando Franco muriese. En la escuela oí hablar de temores y tambores de guerra. ¿Quién lo sucedería? Todo se calmó mucho con la presencia de Juan Carlos, normalmente vestido de militar, junto al llamado Caudillo… Pensé durante años, ahora descubro mi error, que la sucesión había sido un trato atado y bien atado que venía desde antiguo, pero no lo fue así y buena culpa de ello la tuvo el don Juan de Estoril. Ignoraba que Franco hubiera sopesado, en mayor o menor grado, otras posibilidades distintas de sucesión a las de Juan Carlos de Borbón, que hubiera pensado en otros Borbones distintos.

         Recopilo ideas sueltas que me he ido dejando atrás. Parece que por temperamento siempre fue Franco un hombre muy tranquilo. Lo fue ante las balas en África, en plena batalla, cuando iba delante de sus soldados y lo siguió siendo hasta el final de sus días, según algunos, pero solo “por efecto de las pastillas”.

         Fue de entre los dictadores de su época el más normal de ellos y quizá también quien más éxito tuvo, pues al final de sus días bien podía decir que dejó objetivamente “una sociedad más feliz, próspera, potente y moderna que aquella de la que se hizo cargo” (p. 625).

         El ejército en el que sirvió y se forjó era pequeño y mediocre, pero no salió ningún oficial veterano más capaz que Franco. Produjo oficiales más inteligentes y otros muchos que fueron más amables y apuestos, y seguramente más populares desde el punto de vista personal y con mejores conocimientos técnicos, pero ninguno estaba dotado de esa extraordinaria mezcla de autocontrol, astucia, firmeza en sus juicios, capacidad profesional, discreción política y capacidad de mando” (p. 625). Y servidor reproduce en los dos últimos párrafos lo escrito por los autores.

         Los autores del libro, me temo no cazaron en su vida: a quienes le digan, como escribieron (pp.450-451), que mató Franco en un día 5.000 codornices y disparó 6.000 cartuchos les dirán que es un disparate descomunal: un tiro que se han dado los autores en ambos pies.

         Otras ideas sueltas que me llamaron la atención: Profetizaba Franco que las democracias liberales occidentales dejarían paso a sistemas de gobierno semejante al impuesto por él en España: craso error. Le gustaba el cine muchísimo y se veían en El Pardo muchísimas películas y con frecuencia y en los últimos años de su vida se hizo muy adicto a la tele, llegando incluso a tener dos receptores para poder ver a la vez las dos cadenas que había entonces… ¡no me imaginé a Franco delante de la tele!

         De sus relaciones con los judíos, con Hitler, con sus generales… algo ya sabía y en esta obra se recogen creo que con la equidistancia que esperaba de ella (el sentido común dicta).

         Cuando sea posible… me pondré con ese otro FRANCO de Paul Preston que, me dicen, nada tiene que ver con el Franco de esta obra… que les animo a leer, pues mereció la pena. ¡Qué cosas, Amanda!

  
"¿Mamá, por qué está Franco en la cuna?", que preguntó mi hermano.