¿Qué fue de su filosofía? ¿Qué fue de su seguimiento de la fenomenología de Husserl? ¿Qué del existencialismo de Heidegger? Se dice que fue discípulo de Ortega y de los dos citados, aunque, sinceramente, no queda reflejado del todo en el libro –o yo no lo entendí bien-. Es cierto que a uno y a otro los vio y asistió a sus clases en Alemania, pero se me antoja que mas fue alumno que discípulo (creo que hay la misma distancia entre un concepto y otro que entre amigo y conocido en español). Se insiste en la obra en que superó a uno y otro, que pasó del uno al otro y que su filosofía tiende una sutil trama que fue tachada de escolástica y metafísica en unos tiempos en que ya todo eso, decían, estaba anticuado por pasado. Así lo vieron y lo miraron en España y le dieron de lado muchos de quienes se dedicaban al discurso filosófico. ¿Y en el ámbito internacional? Cierto que se citan algunos nombres que reconocen valiosa su filosofía, pero me temo, desgraciadamente para todos, que son quienes asistieron a sus cursos de verano en Santander, quienes le siguieron después en Madrid, el grupo de filósofos que quisieron hacer una escuela en torno a su pensamiento y en la que destaca el malogrado jesuita Ignacio Ellacuría, a quien sí entiendo que fue discípulo y báculo de la persona y el pensamiento zubiriano.
Ciertamente se relacionó con personalidades de la ciencia y del pensamiento de su época y fue raro quien no lo apreció, por ello entiendo que fue persona de gran valía…: tampoco lo dudo. Discreto siempre, casi oculto, secuestrado por su afán de desaparecer y dedicarse a “su filosofía”, llevaba una vida casi clandestina (en esto me recordaba algo la vida de Juan Ramón). Volvió a la Universidad franquista en Barcelona, pero dejó de dar clases porque echaba de menos Madrid (y a la sobrina de Carmen: así lo expresa el libro). Ortega no se volvió a incorporar a la Universidad franquista por otras razones. Zubiri disentía de la exposición pública y acrobática del maestro en una España donde Ortega ya no había sido oído ni escuchado por los jóvenes, y donde no recuperó nunca más su auditorio. Marías fue rechazado por la Universidad del momento. Se ha hablado de la endogamia y el nepotismo de la Universidad franquista, pero por lo que se cuenta en esta obra no lo era menos en la maravillosísima facultad donde el tribunal que calificó la tesis de Zubiri y le dio el plácet para la cátedra fue una tribunal ad hoc, como lo siguen siendo hoy (no hay manifestación más clara que la expresión de quienes anhelan la docencia universitaria y dicen “el año que viene sacarán mi plaza”). Se ve que en todos los tiempos se cocieron habas…
Zubiri
ya no deseaba “perder tiempo” en sus alumnos de la Facultad. Le obsesionaba
culminar su obra. Laín que tenía mucho peso, como el grupo poderoso de
falangistas, con sus altibajos, no logró convencerlo para que volviera a dar
clases y quienes seguían su pensamiento se tuvieron que contentar con los
cursos que impartía y que le pagaban bien sus amigos banqueros: Lledó y
compañía. La crítica de Francisco Umbral me parece umbraliana, pero excesiva
por literaria, me temo.
Escribió
con mucho esfuerzo y con enorme inseguridad. ¿Por qué sucede esto a tantos
filósofos? Supongo que se debe a la falta de conclusión absoluta en su
pensamiento y el anhelo de hacer que todo él sea perfectamente coherente,
esférico.
Me
sigo preguntando (quizá en parte también por el libro de Hadot que estoy ya
terminando y que leía a la par): El discurso filosófico donde se pierde el
sentido de la filosofía como medio de vida para alcanzar la eudaimonia, una vida lograda ¿qué
sentido tiene? ¿Para qué sirve todo un compendio filosófico si no es para
explicar el mundo y al hombre y todo ello para mejorar al mundo y a los hombres?
La filosofía no puede ser un artefacto hermoso que funciona a las mil
maravillas, pero se mueve en el mundo de la ilusa ilusión, lejos de la realidad
vívidamente humana. Es cierto que el libro no alcanza, ni posiblemente sea su
finalidad en ningún extremo, a explicar la filosofía zubiriana con detalle
–paso al que sí debiera animar la obra y que en mí, ahora, deja muchas sombras
y dudas: leeré a Zubiri, pero no me hallo animoso-. Como hombre, como español
–paleto si se quiere- claro que nos gustaría que Zubiri fuera reconocido
mundialmente como lo es Ortega, el Real Madrid o Nadal, pero algo tienen estos
de lo que aquel carece: ¿qué falla si es tanta la calidad de su filosofía? Juan
Pablo II, criticado por Zubiri, es aclamado por multitudes como modelo de
santidad, y Zubiri no. Los escritos de aquel son reconocidos y leídos por
millones de personas, los de Zubiri, no. La fuerza de la evidencia se impone.
No se trata de verdades constituidas a mano alzada, sino de evidencias a ojos vistas,
valga el pleonasmo, por lo visto, necesario hoy.
Sin
duda para mí, lo más flojo de esta obra, por impostado, con carácter de
pastiche han sido las recreaciones de diálogos basados en textos e ideas
expresadas por unos y otros en cartas, artículos, etc., pero a lo que les falta
la vivacidad de lo creíble.
Ignoro si será lógico, razonable,
inteligible… que si no nos resulta amable una persona, su vida, etc. no nos
resulte atractiva su obra. A lo peor es un etiquetado injusto que todo lo
condiciona. Reconozco que, en ocasiones, por no serme amable el escritor, no lo
ha sido su obra o bien me ha costado mucha lectura cambiar mi opinión –sin más
importancia que eso, mera opinión- sobre sus creaciones, su pensamiento, etc.
Me gusta ir de la mano de
los biografiados porque deseo aprender en la vida ajena y escarmentar en la
cabeza ajena. La vida de Zubiri, sin embargo, solo me ha dejado un poso de
tristeza y me ha enseñado con evidencia meridiana que la mentira, la deslealtad
con uno mismo y con los demás solo lleva a una vida fracasada. Cada vez, lo
reconozco, le tengo más tirria a la mentira sea como fuere, viniere de donde
venga… ¡qué horror!