Manuel Machado, a la IZQUIERDA, Margarita Xirgú y nuestro Antonio, a la DERECHA. |
De hecho, y enlazo con lo anterior, el
escrito que nos deja el seminarista, el hermano Salvador, no tiene desperdicio
ninguno. Sencillamente es increíble. Como el propio autor escribe, todo se hace
confuso en su narración, tendecioso, maniqueo y así: Tampoco entendíamos qué significaba todo aquello, pero como todo el
lenguaje era hiperbólico. ¿Se
puede escribir de forma tan pedante, tan fuera de lugar, tan absolutamente
ridícula como supuestamente lo hace el hermano Salvador? (Ojo con el nombre).
Creo sinceramente que la hipérbole hace inverosímil al tipo este, en una novela
que quiere ser, entiendo, imagen de lo que se vio, se oyó… cargada de realidad.
Cuando el hermano Salvador deja su convento: escribe a su padre, entiendo espiritual
y confidente: Herido,
Padre, en la llaga de mi orgullo y avergonzado
al mismo tiempo por las obsesiones que estaban cuestionando mi vocación
sacerdotal, pedí autorización en el colegio para abandonar momentáneamente el
convento y el colegio. Con la ayuda que me proporcionó mi familia, me instalé
en una pensión que regentaba una anciana devota de Santa Gema. Como
el lector comprenderá el añadido de la devoción de la anciana a Santa Gema
redondea su ridiculez; más adelante comento el estilo.
En este infierno de los vencedores no
se salva ni el hijo del coronel Eymar, que siendo un quitancolumnista en el
Madrid cercado, es ajusticiado –en este caso, entiendo, con una justicia coloreada- porque era un asesino, un
estraperlista que negociaba con la salud de los demás… y por malo, ¿por ser de
derechas?, fue asesinado… ¿O lo fue porque lo merecía su conducta de sobra?
Igual da. Por ser derechas es malo y como es malo hacía cosas malas y así… y
por ello, justamente, es condenado a muerte. ¡Es la guerra, querido amigo!
Así, pues, tenemos que todos los rojos del libro, también
llamados de forma equívoca por muchos aún hoy, los republicanos, los vencidos… todos son buenos. Los nacionales,
los golpistas, los fascistas, los vencedores… todos son malos. No hay fisuras.
Prietas las filas. Ni que decir tiene que en la obra también los policías son
tan malos como los militares y los curas, como escrito quedó en entrada
anterior. Este grupo no solo son unos malos hijos de Dios, sino lo que es peor son malas personas, cargadas de vicios,
defensores de la causa de los vencedores y so capa de ella se aprovechan de los
demás y, en particular, de los pobres y débiles, pobrecitos, los vencidos, etc.
Méndez agita los fantasmas de una izquierda,
desde mi punto de vista, trasnochada, ñoña, pacata y rancia, una izquierda
inoculada del incurable virus guerracivilista, pero eso sí, una izquierda muy
española, muy de la España de siempre. Por favor, tenga a mano el diccionario
de antónimos radicales y sin matices, lo que se predique de la izquierda aplíquese
el antónimo absolutamente opuesto a la derecha: La izquierda es progresista; la
izquierda es culta; la izquierda es moral y ética; la izquierda es coherente y
humilde; la izquierda es pobre, y honrada e íntegra; la izquierda es sincera,
auténtica, genuinamente humana; la izquierda es solidaria; para la izquierda
los policías, los curas, los militares son malos… (es curioso que entre los
fantasmas atendidos en la obra no se diga nada contra la oligarquía yanqui, ni directamente contra el capitalismo).
Me cuesta comprender que a estas
alturas, a 77 años del final de la guerra, a 23 años de que
haya pasado un siglo, aún pueda leerse un párrafo como el siguiente:
Cruz
Salido estuvo de acuerdo, no podía pedírselo. Como hablar le extenuaba, decidió
hacerlo hasta el agotamiento y fue poniendo voz a su memoria, llorando a Besteiro,
que agonizaba en la cárcel de Carmona, a Azaña, qué gran hombre Azaña, acallado
para siempre en un lugar perdido y olvidado de Francia sometida ya a los
designios de Hitler, a Machado, nuestro
Machado, en Collioure silencioso...
Mi paisano Francisco
Cruz Salido es una persona real que cobra vida en esta novela poco antes de ser condenado a muerte y fusilado. Besteiro,
posiblemente fuera llorado por Cruz, pero no así por quienes lo laminaron
dentro del propio PSOE, como cuenta Julián Marías en sus Memorias, cortándose unas posibilidades muy distintas para España. A
Azaña…, ¿de qué Azaña habla?; y lo dejo aquí. ¿Pero por qué, mi querido Méndez,
nuestro
Machado? ¿Descubre el lector el guiño del autor? Es muy simple, el
autor sigue distinguiendo entre los míos y los tuyos, entre mis muertos y los
tuyos, españolito que vienes al mundo.
Y Machado había dos, como comentó Borges en una de sus pícaras maldades, “Manuel
y su hermano”. ¡Por favor!
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