29 de junio de 2012

Una entrevista sobre educación...



 
         Hace unos días me llamó un redactor del DIARIO JAÉN, donde escribí hace años. Deseaba hacerme una entrevista. Me envió las preguntas. Le contesté. No me habló de espacio: pensé que sería un suplemento donde siempre hay mucho que rellenar. Me explayé sin abusar. Veo la entrevista publicada y la hallo recortada, mutilada. A fuer de sincero me siento molesto. Si me dicen que hay un espacio ya decido yo por dónde recortarme. Me desagrada que me recorten porque  me recuerda otras épocas. En este caso, seguro, no hay malicia, pero no me gustó la práctica. Como en este blog puedo escribir y extenderme y decir… Publico entera la entrevista… tal y como la envié

* * *

Entrevista a Antonio José Alcalá
Nombre y apellidos: Antonio José Alcalá.
Centro en el que trabaja: IES “Miguel Sánchez López”.
Cargo: Jefe del departamento de Lengua y Literatura.
Preguntas:
— ¿Cuánto tiempo lleva dedicándose a la enseñanza?
Treinta años, lo que en mi caso es más de media vida.
— ¿Todavía le gusta preparar sus clases o ahora todo es más automático?
Depende de la clase que vaya a impartir… Las programo todas. Es bueno que los alumnos sepan con antelación qué vamos a hacer en cada hora de la semana, por lo que las programo, como digo, con antelación. ¿Prepararlas? Muchas ya, a estas alturas, están preparadas, no necesito hacerlo. Si se trata de entregarles apuntes, también procuro incluir las notas, si las he tomado, de algo que los mejore…
— Haciendo las sumas y las restas, ¿esta profesión le da más alegrías que disgustos?
Todo éxito es prematuro, dice Polo, y me gusta a mí repetir… Dicen que me faltan todavía otros diecisiete años para echar la raya y tener la suma total… Por lo que voy viendo da más alegrías. El trato humano continuo tiene muchas asperezas, pero ayuda a limarnos y suavizar contornos. Se crece mucho personalmente ayudando a otros en su formación…
— ¿Quién le animó a ser profesor?
Propiamente nadie. No deseé ser profesor. Lo mío fue un accidente. Mi afán era trabajar en el llamado Servicio Nacional del Trigo, que aún no sé siquiera de qué se trataba, pero les iba bien a quienes trabajaban ahí… y me pareció una buena idea. Cambiaron los programas de oposiciones y mientras, por entretenerme… Igual ya en estos últimos treinta años han sacado el programa, pero ya no he tenido tiempo de preguntar por él.
— ¿Tiene claro que hay que hacer para que  el alumnado aprenda en el aula? ¿Y lo que no se debe hacer?
La peor de las plagas de este oficio mío es el repetido refranillo que asegura que “cada maestrillo tiene su librillo”. Muy español, egotista, muy individualista… Cada profesor, cada maestro, se encierra en su aula con sus alumnos y allí alumbra el misterio del saber, el conocer y el aprender… No se trata solo de dominar la materia que se imparte, sino también de saber cómo instruir en ella a otros y cómo estos alcanzan esos conocimientos, esas destrezas que se enseñan… Los profesores reniegan de la intromisión de pedagogos y psicólogos en la escuela…, es posible que se produjera una invasión, que haya aún cierta intrusión, pero lo cierto es que el profesor, el maestro debe conocer, dominar… estrategias y metodologías que mejoren la transmisión de una cultura, de un saber, de unos conocimientos.
Sí, sí… tengo claro qué he de hacer, pero esto no opta para que cambie cuando alguien me dé una idea nueva, una posibilidad nueva… No dejo de leer y estudiar de continuo, en general, y también en particular sobre aspectos que tienen que ver con mi materia…
— ¿Lo último?
Un excelente libro sobre comprensión lectora… Saber leer de Parodi y Peronard… Lo recomiendo. Es del Instituto Cervantes.
— ¿Se aprende más haciendo trabajos que estudiando? ¿Eliminaría usted los exámenes?
Creo que se ha caído en el activismo en el aula. “¡Que los niños hagan! ¡Que experimenten! ¡Que se muevan!”… Una realidad inequívoca es que la capacidad de concentración y atención es bajísima hoy en el alumnado en general. Falta dominio de sí. En el barómetro de marzo del CIS –de vez en cuando lo miro para ver qué se dice de la educación- comentaban los encuestados que la disciplina en el aula no es importante… De educación, de instrucción… todo el mundo sabe, todo el mundo opina… Si no hay disciplina en un aula, si no hay orden… ¿cómo se aprende, cómo se enseña? Los niños vienen de casa sin las virtudes prepolíticas que se requieren para salir a la polis, carecen de virtudes básicas: obediencia, dominio de sí, paciencia, docilidad… ¡Hablo en general! Y luego, claro, en el aula no hay manera de que estén trabajando, estudiando, atendiendo, siguiendo una clase… La consecución de un bien es arduo… No se aprende ruso en un fin de semana por mucha publicidad que se haga a esa idea. Los niños, dependiendo de las edades, deberán HACER, pero también tienen que adquirir conocimientos teóricos que no pueden ser deductivos..., sino que el maestro o el profesor, ayudado de manuales, de la pizarra, de un vídeo… transmite y ellos deben memorizar -¡sí, ME-MO-RI-ZAR!- y aprender.
El asunto de si conviene o no hacer exámenes creo que está fuera del debate. El control, el examen, la prueba… de alguna manera tendré que saber por dónde van mis alumnos para seguirles ayudando, para reorientar su aprendizaje y mi trabajo… Se han olvidado los exámenes orales y esa destreza, el lenguaje oral, es capital… Es la cenicienta de las enseñanzas… Si me permite que me aleje… ¿no cree que si se hubiera examinado en serio, evaluado de verdad la economía española en estos años atrás no nos encontraríamos con que creíamos estar en quinto de carrera y ahora resulta que no nos sabemos ni el catón? ¡Pues eso!
— Yo le digo “Plan Bolonia”. ¿Usted qué me dice?
Que me coge muy lejos. Para mí los boloñeses…, en mi época, eran estudiantes de Medicina y Derecho… muy brillantes, que se iban a estudiar a esa ciudad, al Colegio Español allá: conocía a alguno de ellos en Granada… Precisamente ahora leyendo historia de la Iglesia he sabido que el cardenal español Gil de Albornoz lo fundó… (por cierto que me ha parecido un personaje curiosísimo…, sobre el que me gustaría leer). Disculpe mis digresiones, es que todo me remite a todo… No existen píldoras del conocimiento… En fin, ¡que me voy de nuevo! Intento preparar alumnos para que sean felices, les enseño Lengua y Literatura… Unos van a la Universidad, otros, no… Ser felices es lo importante, por mucho que Nietzsche y Bueno se burlen de ello…
— ¿Hay que fomentar más la cultura y el arte en las aulas? (teatro, música, danza, opera, literatura…)
En las aulas debe haber más disciplina, más unidad de criterios entre el profesorado de un mismo centro, mayor coordinación entre padres y profesores… Hay un bachiller llamado de artes que en mi época, por ejemplo, no se impartía… Echo de menos que los alumnos carezcan de unas nociones de latín…, pues luego las necesitamos para la lengua, pero ya lloró Adrados y escribió hasta decir basta en defensa de una lengua que sigue viva… en sus descendientes. Los profesores de Clásicas, y los de Letras, en general… lo pedimos, pero… ¿Y la Filosofía? ¿Y más horas de Lengua como instrumental básica…? ¿Y la Historia…? Perdone…
— ¿Qué tipo de libros suele recomendar a sus alumnos?
¡Uff! Soy un gran defensor de la buena literatura y creo que esta anida en los clásicos… Cuando digo clásicos no estoy diciendo Homero o Lope -¡que también!-, pero estoy diciendo La isla del tesoro –que he leído este año con niños de 1º de ESO y hemos visto, además, la película y les ha gustado mucho-, estoy diciendo Robinson Crusoe, Colmillo Blanco, El principito, El último mohicano, El viento en los sauces… ¡Hay clásicos infantiles y juveniles que son maravillosos! ¿Qué fue de Enid Blyton? ¿Y de los grandes españoles…Valle, Lorca, Calderón, Delibes, Cela…? Depende de los cursos… Me inclino por los clásicos, sin duda alguna. Ojo: tendemos a recomendar y leer y trabajar mucha prosa y poco teatro y escasa poesía… Los niños pequeños cantan y recitan, pero luego les da vergüenza o no leen… Dicen aburrirse.
A los mayores, me refiero a los bachilleres, les recomiendo a veces libros que estoy leyendo en ese momento incluso… Siempre llevo en la cartera, como norma, alguno de los libros que tengo entre manos: suelo leer varios a la vez. Les hablo de ellos, les pico en su curiosidad, les cuento algo… Reconozco, sin embargo, que ellos leen libros que tienen que ver con series de televisión o de cine… Vampiros, misterio, etc. Los que leen no son muchos de ordinario…, pero quienes leen –creo que como los adultos- leen mucho… ¡No se crea que los adultos leen mucho! ¡NI MUCHO MENOS! Y no le hablo de trabajadores manuales…
— ¿Entiende los recortes en educación?
Los entiendo porque me dicen que no tenemos un duro. Me subleva que no lo tengamos porque lo han despilfarrado: insisto LO HAN DESPILFARRADO. Me indigna que la casta política y dirigente que nosotros mantenemos con nuestros impuestos y nuestros votos, además, se encierren en sus privilegios: privilegiados sueldos, privilegiadas prebendas… y no se corte donde se debe… No hay un duro, pero vamos a cortar en todo aquello que siendo bueno, podemos prescindir de ello. No sé si las Diputaciones nos sirven o no… Sí entiendo que las Autonomías se han convertido en un festín festivalero donde algunos políticos con la aquiescencia de sus partidos han metido hasta el codo… ¿Qué ha sucedido en las cajas cuando llegaron Jesse Jame y Bonnie and Clyde? Poner a la zorra a guardar las gallinas es una idea hermosa, muy roussoniana, pero peregrina con resultado de saqueo… ¡no quedó gallina viva y ahí están las cajas… vacías… como prueba!
No, claro que no entiendo los recortes en educación ni en sanidad ni en nada mientras se sigue malgastando el dinero en otras realidades prescindibles, suntuarias…
— Exponga lo que desee
Darle a usted las gracias por permitirme decir lo dicho… Desear un feliz y descansado verano a los docentes que se lo merezcan… Y esperemos que lo que se nos avecina no sea tan atroz como lo pintan… Muchas gracias por su paciencia.

18 de junio de 2012

Giovanni Parodi y Marianne Peronard, SABER LEER.


         Es obvio que no es, como algunos defienden, que dé igual cómo se nombre, cómo se llame una realidad. La polisemia y la sinonimia son hermosas, mas herramientas de doble filo. Cuando determinadas realidades carecen de palabras que las nombren en una lengua, esta mengua. Cuando carecemos de las palabras necesarias para pensar, nuestra humanidad mengua y no da igual, no.
         Hace unos días leía un texto cargado de sentido común, de tino, de un conocido novelista español en el que le ocurría que al nombrar la comprensión lectora la llamaba algo así como sentido común… ¡pues no es así! La comprensión lectora es una destreza de la lengua por la que quien la tiene, como su nombre indica, comprende aquello que lee, mejor o peor.
         La consecución de todo bien es ardua, afirma Tomás de Aquino. Se ha contrapuesto en alguna oportunidad la capacidad de hablar con la de capacidad de leer. Se ha razonado por qué tiene que ser ardua la capacidad de leer y no así la de hablar. El asunto está en qué entendemos por leer y hablar. Leer, posiblemente, leemos muchos y no todos bien. Hablar, hablamos la mayoría, pero tampoco lo hagamos mejor. Hablar bien, como leer bien comporta un entrenamiento, un aprendizaje, una práctica que conducen a mejorar en las capacitaciones de las que tratamos: leer y hablar bien.
         El libro que he terminado de leer me parece un buen libro. Es un libro que aconsejo a quienes tienen por su profesión la obligación de enseñar a comprender a otros el mundo mediante la lectura. A quienes gustan y gozan con la lectura y quieren abundar en ese proceso hermoso, enriquecedor, milagroso… ¿Cómo seríamos tantos de nosotros si no hubiéramos aprendido a leer? ¿Cómo concebiríamos la realidad de no haber podido aprender a leer? ¡Cuánto placer y felicidad derrochados de no haber aprendido a leer!
         Uno de las dificultades con que se enfrentan los profesores, maestros, a diario en sus aulas es con el problema de la incomprensión de lo que sus alumnos leen. Su capacidad es deficiente y por tanto no aprenden, no comprenden porque leen mal. No gustan del estudio porque el medio que necesitan, la lectura, es una herramienta herrumbrosa y precaria en su capacidad. Un problema de matemáticas, de física, etc. es un problema de comprensión porque quien desea resolverlo lo primero que necesita es comprender aquello que dice el enunciado (hay enunciados mal redactados que llevan a la incomprensión).
         Este libro se me antoja impecable. Bien redactado, con claridad, huyendo de tecnicismos que lo harían correoso, denso… En él quien tenga gusto por el tema volverá a recordar que leer no es una operación simple ni siempre idéntica. Todos los textos viven en unos contextos y el lector vive en una circunstancia única. No hace mucho en este mismo blog escribía yo sobre la dificultad que tienen algunos textos en determinados momentos para ser leídos. Quizá no se encuentra, como escribía Marías, el lector a la altura del momento que requiere el texto, con el temple adecuado para acceder a él. Cuando llega el momento, sin embargo, resulta fácil y amable…
         Esta obra nos invita a recordar los resortes que se requieren para leer bien, para comprender bien. Todo cuanto hay en la trastienda de toda lectura.
         Me he encontrado en este texto con explicaciones cargadas de sentido común y de sencillez al explicar lo complejo, propio siempre de quien tiene claro de qué habla. A veces lo confuso nace de la confusión de quien lo escribe. No se da en esta obra donde todo parece diáfano.
         Algo más de cuatro folios de notas he sacado de la lectura de esta obra y no es este el lugar donde hacerlas explícitas…, pero sí que deseo insistir en que es obra para quienes quieran recordar lo que sabían, repensar lo que enseñan, aprender sobre lo que pretenden enseñar.
         Desde aquí mi agradecimiento a los autores y a la feliz idea de editar un texto como este. Muchas gracias.

9 de junio de 2012

El arte del silencio.


         El texto que a continuación sigue, no es de servidor, que lo cazó de la generosidad de un amigo que vive allá, al otro lado del charco, y es sabio en esto de las letras y los libros y los autores. Con mi agradecimiento a Ángel Esteban.

* * *
Mallarmé por Renoir.
 Para Mallarmé, obsesionado con la música, el ideal artístico descansa en la esencia pura de un sonido en silencio, allí donde no hay más que sombra, como dice en su poema “Igitur”. En su percepción del arte, la obra poética necesita imitar el momento en que la orquesta calla, porque ese silencio no es fin de cadencia, sino punto de unión entre el lapso en el que se construye la obra de arte y lo intemporal de la duración infinita. En muchas ocasiones, lo que no se dice es lo que engrandece a un artista. Rulfo calló en 1955 después de publicar dos libros tan cortos como imprescindibles. Vivió 30 años más y se dedicó, entre otras cosas, a la fotografía. El otro gran mexicano del siglo XX, Carlos Fuentes, habría sido mejor escritor si se hubiera callado a mitad de los setenta, con raras excepciones como Gringo Viejo, de 1985.
El poder de la ironía descansa, precisamente, en lo que no se anota. El irónico dice lo contrario de lo que desea expresar, y el que recibe la ironía sufre mucho más que si le dieran la puñalada directamente, y no de costado. Hace poco he visto uno de los mejores cortos de la década, “10 minutos”, de Alberto Ruiz Rojo, que está en youtube y dura, por cierto, 15 minutos. En él, un hombre redime su vida emocional, al borde del abismo, gracias a los silencios. En ellos está todo lo que ese deshecho humano necesita para volver a ser persona. Lo recomiendo más que vivamente.
Lo que no recomiendo es el último disco de Silvio Rodríguez, Segunda cita. Silvio, sin duda el mejor cantautor latinoamericano de todos los tiempos, debió callar hacia el final del siglo pasado, a partir de Descartes, de 1998. De hecho, ese disco era un conjunto de canciones “descartadas” de discos anteriores, de las que solo 3 o 4 se salvaban realmente. A partir de ahí, de los cinco discos del tercer milenio apenas hay canciones buenas para uno. Qué pocos artistas son rulfianos, y cuántos fuentianos. Y en el caso del castrista, el ridículo es todavía más espantoso, por el tono triunfal de los años sesenta en un contexto en el que la única ideología posible es el “sálvese quien pueda”, comenzando por los obsoletos dirigentes. El vocero de la dictadura cubana dice en su “Tonada del albedrío”, citando al Che, que ningún intelectual “debe ser asalariado del pensamiento oficial”. Probablemente, la mañana en que escribió eso no se había mirado al espejo. Y remata la genialidad afirmando que “al buen revolucionario solo le mueve el amor”. ¿Amor a qué? Desde luego, no a la libertad, al respeto a la conciencia ajena, al universo burgués de los derechos humanos.

                                                    Ángel Esteban.

6 de junio de 2012

¡Qué hermoso leer, lector!



y III.

         Perdone que me cuele una vez más como autor-narrador… Me cuesta esfuerzo escribir estas entradas. Cierto. Me produce una vívida alegría cuando las cuelgo y las expongo para usted que me lea. Me desazona, cuando alguien me dice: es complicado lo que escribes ahí; no lo entiendo… Lo siento, de verdad. Decía Ortega que la claridad es la cortesía del filósofo, que yo no soy, por supuesto. Es cierto que necesito espacio amplio. No se trata de férvido circunloquio vacuo… ¡qué barbaridad! Que no quiero enrollarme, vamos, pero sí que disfruto con las palabras, sopesándolas, mimándolas… Las busco en el diccionario, las colecciono… y entiendo que la realidad no es ni simple ni para simples, ni sencilla… ¡Dios me libre de decir tal de quien no me entiende! Cuando ocurre eso es porque yo no me explico bien. Quizá por ello, al desbrozar el camino, me encuentro en vericuetos con densa vegetación, caminillos poco pisados, con escasa huella… y ahí conviene afinar la tecla y el machete para saber qué se escribe, con rectitud de intención –que es principio del obrar, pero no suficiente para obrar bien-, con verdadero cariño hacia quien me lee, como donación… ¿Quién eres, lector?
               Quizá como no podía ser de otro modo, me encuentro con decenas de visitas que provienen de Estados Unidos... ¿Quiénes sois? ¿Qué buscáis en el blog de un escribidor de Jaén? Solo conozco a un amigo que vive allá... ¿Y qué buscan los argentinos, los peruanos..., ¡los alemanes que visitáis mi blog? Perdonadme que me admire de vuestro afán y os agradezca vuestra paciencia. También, por supuesto, a los españoles. ¿Quién eres, lector?

* * *

        ¿Por qué tienen, por lo general, tantas páginas esos libros tan afanosamente leídos? Los veo en las playas, en algunas librerías… ¡mil páginas! Muchas menos de las que necesitó en sus dos partes don Miguel de Cervantes para contarnos una de las historias más hermosas del mundo… Menos de las empleados por el ciego Homero en sus dos epopeyas… ¿Por qué tan largos? No puedo emitir un juicio, pues nunca los leí. Ignoro el motivo. Podría aventurar opiniones, pero no sé, no contesto. Pregunto porque no sé. No es interrogación retórica. Es algo de la fórmula que intuyo solo.
      Estoy en desacuerdo con quienes defienden que el bestseller, por ir dirigido a un determinado público, es libro de menor calidad que aquel otro libro que va dirigido, digamos, a otros públicos más exigentes: no es necesario que tal condición se cumpla. Esto ya se decía de los libros de caballerías… Es clásica la idea que Cervantes que confiesa escribir su Quijote para poner en ridículo abrasivo los libros de Palmerines y Amadises… La quema del cura y el barbero son buena cuenta. No lo es menos que el padre de Santa Teresa la castigaba y le tenía prohibido leer libros de esta naturaleza, pues no dejaban de calentarle la imaginación que luego ella llamó la loca de la casa.
         Es posible que estas novelas superventas sean equiparables a las novelas que, a modo de ejemplo, he citado: las novelas de caballerías. Es curioso que estos exitazos son siempre novelas, ¿por qué no poesía? ¿por qué no teatro o ensayo? En la época de Cervantes ser escritor significaba ser virtuoso del verso. ¿¡Novelista!? Ser novelista en aquel entonces era ser un escribidor de segunda. ¡Poeta!, la gracia que al alcalaíno no quiso darle el Cielo. ¡Dramaturgo!, como Lope… que hacía ricos y famosos a los autores…
         A veces ya no sé muy bien dónde leí, cuándo fue, quién lo escribió, pero es cierto que esta idea no es nueva para mí. Escribe mi amigo Bernardo Luis Munuera en su blog sobre la crítica. Recoge una idea de Machado de Assis en la que este afirma que si hubiera una crítica literaria verdadera, firme, afinada, no de conveniencias… quizá hallásemos obras mejores, obras de más calidad… La idea no es nueva.
        Claro que, me pregunto, y pregunto, ¿qué es una buena obra, que es una obra marcada por un talento auténtico? Las obras literarias, su nivel de calidad, su valor, lo han tasado los editores y sus departamentos de lectura. En función de qué… Entiendo que en función de la posibilidad de vender el producto y ganar dinero. ¿Qué son muchos, muchísimos, legión… los editores que valoran por encima de todo la calidad…? ¿De qué?
         Que me perdone Machado de Assis, pero no creo que una crítica con los adjetivos que desee ponerle sean responsables de la aparición y edición de excelentes obras o de obras mediocres.
        ¿Qué crítico con el marchamo de independiente se atreve a arrollar la obra de una editorial poderosa? Pues tengo que decir que recuerdo a Leopoldo Azancot quien, en sus críticas en el ABC Literario, no tenía empacho de decir aquello que le parecía bien y que, al coincidir en lecturas con él, servidor, estaba totalmente de acuerdo. Prendas no le dolían para poner a quien fuera a caer de un burro. Volví a ver críticas semejantes en Revista de Libros, excelente revista de la que fui suscriptor desde el número 0, y hoy desgraciadamente muerta y enterrada porque Caja Madrid le achuchaba los dólares y dejó de hacerlo. Ahí volví a encontrar crítica afilada, sincera, clara en ocasiones –demasiado prolijos los circunloquios de algunos autores-…, pero donde se llamaba al pan pan y al vino…
         Se fue largo el cuento, lector, y, al final, seguimos ahí, la boca abierta ante los grandes éxitos –cualquier día me da… y me pongo a… leer uno-, sin saber muy bien cómo elegimos las obras que leemos –porque a nosotros, inteligentes, maduros, adultos, sabedores… y conocedores no nos afecta la publicidad, ¿¡a nosotros!?- y en fin, el verano que es propicio para seguir leyendo al mismo buen ritmo que en la primavera y que en el invierno y en el otoño... Felices lecturas, lectores de este blog.

4 de junio de 2012

Mario Vargas Llosa, EL SUEÑO DEL CELTA.



                                                         A don Alberto Oya.

         ¿Quién es el guapo que, con lo que hay, le enmienda la plana, si es que hubiera que hacerlo, a un premio Nobel en español como es Mario Vargas Llosa? Servidor, sinceramente, no gasta.
         A veces las imágenes, las sensaciones, si se logran expresar bien, dan pie a comprensiones más ajustadas que un razonamiento largo, prolijo, envenenado a veces. Tras mucho correr, tras ir muy apurado, con la ilusión de coger un tren importante… he llegado tan tarde a la estación que no he hallado a nadie. Todo está vacío, el tren partió hace meses. Mi prisa no estaba justificada, en el fondo, sabía que llegaba tarde, que nunca cogería ese tren, pero no podía dejar de seguir viviendo con urgencia el hecho de no querer perder un tren que ya, lo sabía, había perdido. Escrito queda.
         Antes de seguir adelante, no obstante, quiero decir que no recuerdo libro en el que haya invertido más tiempo en leer que este. Por temperamento y formación no hay libro que, empezado, deje sin leer. Si abro la primera página y me pongo a leerlo, ya no cejo hasta dar con la última: no entro a valorar ni a discutir si esto es razonable, si esto está bien, si sería mejor o peor… digo lo que hay, lo he hecho toda mi vida. Puede suceder que un libro en un momento determinado lo comience a leer y no lo termine porque la vida me arrastre en otra dirección, pero, digamos, lo echo en agua para mejor oportunidad y es muy probable que vuelva sobre él desde la primera página. Recuerdo especialmente los dos momentos iniciales en los que me ocurrió tal con la Antropología metafísica de Julián Marías, libro que, en un primer intento, no fui capaz de leer y que, sin embargo, en una segunda oportunidad… me deparó una amabilísima lectura y me esclareció detalles de la existencia.
         Con El sueño del celta es posible que haya sido la circunstancia en que me he visto obligado a leerlo. Incapaz de darle continuidad a la lectura, porque literalmente se me caía de las manos… el libro se me pierde en una nebulosa llena de selvas, de negros, de violencia, de esclavos, de América y de África, de escenas equívocas al principio entre homosexuales… Muchas escenas repetidas, semejantes, descripciones parecidas, situaciones reiterativas…
         Creo que el problema que he tenido ha sido que el entreverado de novela histórica, acta novelada de la vida de Roger Casament y la dilatación de todo ello (¿le sobran páginas al libro?) no me ha hecho amable la lectura, ni el personaje ni su pinturera existencia.
         Ignoraba todo de este irlandés… Por cierto, algunos lugares citados de Irlanda me son caros al corazón, como decía el poeta. Lugares de verde amable por los que paseé, el centro de Dublín, edificios conocidos…
         No mucho más que añadir, seguro que hubo críticas más certeras, más conspicuas, más centradas, más críticas que esta mía, pero no me gustaría irme sin una pregunta… Siento estar tan preguntón últimamente. Hace unos años se decía que la visión idílica de los judíos que transmitía el cine de Hollywood se debía al poder del lobby judío en el cine, el poder que personas de este pueblo tenían en las productoras y todo su entorno… ¿Por qué ahora tengo que encontrarme en los libros, en la tele, en las películas… una ingente cantidad de homosexuales que no he hallado nunca en mi vida en ninguna institución o situación por las que he pasado en mis cincuenta años? Posiblemente tenga algo que ver el poder del llamado lobby homosexual, que lo ignoro, y más aún de dónde y de qué le viene tanto poder.
         No deseaba cerrar así este comentario, por lo que añado este renglón para que se apoye el resto en la basa.

1 de junio de 2012

Harald Parigger, JULIO CÉSAR Y LOS HILOS DEL PODER



        Hace tres o cuatro entradas hice la crítica a un libro de Luis Granados Sanguinetti, Colón, el valor de la tenacidad. De la misma colección, Vidas singulares de la historia, es el libro de Harald Parigger, Julio César y los hilos del poder, que a continuación deseo comentar.
         Como hijos de una misma colección y línea editorial en algo se parecen el libro de Granados y el de Parigger. Ambos se centran en personajes que fueron capitales en el desarrollo de la humanidad y que, por sus vidas, sus hechos, etc. merecen, sin lugar a dudas que los conozcan los chicos jóvenes de la ESO, y menos jóvenes, para quienes la historia es algo, a veces, demasiado lejano, secuestrado en los planes de estudio y que no está de más volver sobre ellos o ir a descubrirlos.
         Si el libro de Granados se centraba en el descubrimiento de América, en el viaje de Colón y los suyos en sus tres barcos, el libro de Parigger tiende más a mostrar el mundo clásico. Ciertamente algo nos cuenta de Julio César, no demasiado, casi todo centrado en la traición que padece y cómo es asesinado, pero sí que se extiende sin ningún tipo de remilgo ni encogimiento para mostrar el mundo clásico latino, usar términos que nos llevan a comprender algo de lo que ya los alumnos, la inmensísima mayoría ignoran: las lenguas clásicas y el mundo clásico es una realidad lejana y solo para unos pocos en los estudios de unos años a esta parte.
         Recuerdo que mi amigo Paco Valenzuela, historiador, hablaba de los disparadores históricos, es decir, esos hechos concretísimos, esos hombres y mujeres que absolutamente a título personal, de modo individual, singular, se convierten en provocadores de cambios, de sucesos que tienen una trascendencia incalculable, en ocasiones, para ellos mismos y sus coetáneos. Colón y Julio César bien pueden ser dos ejemplos de esos disparadores históricos.
         El autor incluye innumerables notas a pie de página para explicar detalles concretos; entre los capítulos de la vida novelada del entorno de César, podemos hallar unas secciones que ilustran al lector sobre vidas de personajes de la época, sus costumbres, hechos históricos… Concluye el libro con una línea del tiempo y un breve vocabulario que el lector puede consultar.
         Sin duda el libro puede servir de ayuda como medio para animar a los alumnos a abundar más en el mundo clásico por medio de obras más sesudas, más amplias, etc., pero que bien podría ser el libro de Parigger una primera parada, un primer peldaño para conocer a través del esclavo Eusebios, narrador de la obra, quién es César y algo de la vida del mundo clásico romano.